Capítulo diecisiete

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Emma:

Las mariposas en mi panza amenazaban con explotarme. Estaba cansada de sentir tantas cosquillas, quería evitar eso que Aiden me provocaba con su simple presencia, pero por más que pusiera todo de mí para asesinar a aquellos insectos no podía hacerlo. No cuando me sonreía de esa forma.

Sus sonrisas no tenían nada de otras intenciones, se notaba, pero me hacían dar unos calores en el cuerpo que él tranquilamente podía darse cuenta. Cada que me miraba cuando no entendía algo me daba una ternura bárbara, porque sus ojos detonaban esa preocupación con la que me miraba cuando me pedía ayuda para estudiar o cuando me pedía por favor que le volviera a explicar el tema con más calma.

Creo que Aiden intentaba estar atento, pero que había algo que rondaba por su cabeza que no lo dejaba por completo para mí. Sus ojos estaban sobre los míos, pero aún así era como si estuviesen en otro sitio.

Vi que Aiden resolvía uno de los ejercicios mal, se estaba equivocando en el proceso, pero aún así seguí observando la hoja ahora escrita y no irrumpí su concentración. Luego le explicaría qué era lo que estaba haciendo mal.

—¿Esto está bien? —me miró con duda mientras señalaba la hoja.

—¿Crees que eso está bien? —pregunté amablemente.

Apartó la vista e hizo una casi imperceptible mueca. Estaba dudando. Era la tercera vez que le explicaba las cosas y aún no captaba la información. Sin embargo, mi paciencia no iba a desaparecer. Pero, ¿qué será que pasaba por la mente de Aiden? ¿Qué era lo que lo tenía tan desconcentrado?

Lo escaneé un minuto; estaba raro, no sólo desconcentrado, había algo en sus ojos que me dejaba pensando. Era como si estuviera triste por alguna cosa. Recordé el día que me lo encontré en el supermercado. Le había encontrado un moretón ese día, justo como el que estaba viendo ahora. ¿Será que la madre de Aiden le pegaba? O su padre... O quizás tuvo una pelea en la escuela y yo no me enteré. Pero, de ser esto último, estoy segura de que no le dejarían un moretón en el cuello, sino que en alguna parte de la cara.

—No lo sé... —se encogió de hombros.

Negué con la cabeza y él suspiró.

—Lo siento, pero no está bien.

Negó con frustración.

—No voy a aprobar —soltó el lápiz.

—No seas negativo, Aiden, claro que vas a aprobar. Sólo tienes que dejar de pensar en otras cosas y enfocarte en el estudio.

Se rascó la nuca y bebió un trago de agua que le di después de que dijera que me veía linda en la fotografía de mis quince años. De sólo recordarlo me ponía roja. Era el primer chico que me decía algo como eso. Bueno, James también lo había insinuado, pero sin duda, el de Aiden fue más especial.

—Tú debes ser Aiden, ¿cierto? —La voz de mi padre se oyó a nuestras espaldas. Mi cuerpo no tardó en tensarse y en temer dar la vuelta para encontrarme con él.

Desde que Aiden tocó la puerta me había parecido extraño no tener a mi padre observándonos y dándonos claras órdenes de que teníamos que portarnos bien. Había desaparecido y pude recibir a mi compañero con tranquilidad, pero parecía ser que esa comodidad iba a desaparecer por el pesado de mi padre.

Ahora me costaría hasta a mí concentrarme.

Aiden se dio la vuelta y se puso de pie para rodear el sofá y estrechar la mano de mi padre en un gesto muy educado, uno que pareció dejar un poco sorprendido a mi papá. Seguro se esperaba encontrarse con un chico lleno de tatuajes, piercings, un cigarrillo en la boca y una bolsita de marihuana y papelillos en el bolsillo. Papá a veces era un exagerado total, pero bueno, qué le iba hacer. Seguramente yo sería igual de protectora si tuviera una hija mujer. Lo que sí no sabía era si pensaría mal de cualquier chico. Primero lo conocería y luego daría mi sincera opinión.

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora