ROSITA

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ROSITA

Al día siguiente, a las cinco y media de la tarde, en casa y después de merendar me propuse hacer balance sobre mi situación. Recapitulando, no podía salir de casa con mis viejos por miedo a que me reconocieran unos polis, no podía ir a la Puerta del Sol ni a los recreativos por miedo a Gustavo, no podía ir a El Corte Inglés a ver zapas ni videojuegos porque me habían pillado mangando ahí. Tampoco podía salir al recreo en el colegio por miedo al tipejo antes mencionado, hacer el tonto por los pasillos o los patios, ni tampoco ser amigo del Pulga ni tan siquiera hablar con él. En casa no tenía ni tele ni Megadrive y tampoco podía salir los fines de semana con mis amigos, aunque el Pulga no estuviese, porque estaba castigado sin salir. Ahora la rutina de mi vida iba a ser entrar en el cole a toda prisa, aguantar las clases, quedarme en el recreo en el refuerzo de inglés de la seño Demi con los empollones y algunas chicas, y luego volverme a casa, también a toda prisa, para evitar tanto a Abusones Nuevos como una bronca de mis padres. El único momento que me quedaba de vida era el recreo del comedor, donde podía estar con mis amigos jugando al basket o hablando, incluso a escondidas con el Pulga, siempre que la banda de J&O no se metiesen a incordiar.

Además de ir a las sesiones de inglés de Demi en el recreo, me acerqué a los empollones de clase, Miguelito, el Miki y Dani el loco de los ordenatas, para que me ayudasen un poco con mates y sobre todo con química, la parte final de la asignatura de ciencias naturales. Ese año ciencias naturales la daba Malcafé, un profe viejo, calvo y orejudo que tenía un genio malísimo. Este había tenido la idea de que los niños aprendiesen química, y yo no lograba entender nada de esas fórmulas hechas a base de números y letras agrupados sin ningún orden y de manera rara. De pequeño las cosas eran más fáciles, los números servían para contar y las letras para leer, pero últimamente en mates, y ahora en naturales, todo eran mezclas raras de letras y números que no significaban nada. El Pulga y el Bibi seguían sin comprender mi repentino alejamiento de ellos, aunque tampoco te creas que le dieron más importancia. Es posible yo fuese más pringao de lo que parecía, debieron pensar, y siguieron a lo suyo. Ahora mi única relación con ellos era jugar al basket en el comedor y comer en la misma mesa. A veces me gustaría poder explicarles un poco lo que me pasaba, pero no sabía muy bien si lo iban a entender, así que mejor dejar las cosas correr. Con un poco de suerte, el curso acabaría dentro de un mes sin más contratiempos, mis padres me levantarían el castigo y se olvidarían de eso de cambiarme de colegio. Entonces después del verano estaríamos todos en octavo y la vida sería mejor. Eso si lograba aprobar todas las asignaturas, claro.

Otra persona que me ayudó bastante a ponerme al día con lengua y mates fue mi compañera de pupitre, Rosita, de la que me había hecho bastante amigo. A pesar de ser una chica, Rosita no era tan tonta como me había imaginado al principio y aunque todavía la hacía de rabiar de vez en cuando, ahora lo hacía de manera cariñosa y nos reíamos los dos. Rosita era la chica más guapa del cole y todo el día los chicos de mi clase y mayores le daban bastante la lata. Eddie, el Bibi y el Pulga estaban entre sus pretendientes. El Pecas y Gustavo de los rappers también iban detrás de ella y de vez en cuando venían a verla para disgusto mío, e incluso varios mendas del grupo de Javi y Óscar habían declarado intenciones de conseguir algo. Todavía Rosita no había dicho que sí a ninguno de los que la habían pedido salir, pero cada vez parecía que se iba a resistir por menos tiempo. Los pretendientes a veces eran simpáticos y hablaban con ella y otras veces la metían mano y acosaban de manera más amenazadora, y de hecho hubo hasta alguno que se pasó de la raya y fue expulsado del cole de manera fulminante.

Yo, por mi parte, me mantenía al margen y solo era, y podía aspirar a ser amigo de Rosita. A veces alguno de mi clase se ponía celoso de mi amistad con ella y me preguntaba qué me traía entre manos para pillarme, pero yo les decía que no estaba por nadie y tampoco por Rosita. Por supuesto que la chica era preciosa, pero yo disimulaba y me callaba. Rosita era solo mi «amiga». Ni me gustaba demasiado ni quería problemas con los abusones. Hablábamos y nos reíamos juntos en clase y nada más. Rosita y yo estábamos todo el día cotorreando, lo cual me parecía increíble, porque yo la verdad es que nunca pensé que tuviera nada de que hablar con una chica. Hasta hace bien poco las chicas eran todas un rollo y una molestia, excepto, quizás, alguna que te gustase de manera especial, como a mí una chica paliducha de sexto, de la que no conocía ni cómo se llamaba y con la que no había hablado en la vida. Ahora las chicas me interesaban más, Rosita era mi amiga y hasta había tenido una novia durante unos días. Nuestras conversaciones eran de lo más bobas:

LOS MATONES DEL PATIOWhere stories live. Discover now