— ¿Y tú qué haces aquí? –Preguntó con un tono despectivo, sin terminar de abrirle la puerta y dejarle pasar dentro.

— Lo cortés sería invitarnos a entrar, ya que tenemos invitación. 

—¿Sí? ¿Y por quién? –La sorpresa iba creciendo en el exterior, el enfado parecía más cosa interna.– Dudo que Helena lo haya hecho.

— Ha sido Sara, pero para tu información, Helena no creo que tenga problema. El único que parece odiarme aquí, eres tú.

El tono que empleó Rodrigo fue definitivo. Y, aprovechando que su contestación fue tan rotunda y dejó de piedra al pobre Daniel, se coló por el hueco de la puerta mientras tiraba de Irene con una mano hacia el interior. El chico no dijo nada entonces, quedándose allí, mordiéndose la lengua. Sabía, sin duda alguna, que Sara le había invitado. No podía hacer nada contra eso, él había invitado a Carlos, sabiendo que no había sido la mejor idea del mundo. En el fondo, comprendía que quizá, la tensión se aligeraría con más invitados, pudiendo desviar la tirantez hacia otro lado en sus momentos más álgidos. 

Prefirió dejar lo que pensaba hacer antes de abrir la puerta, que era ir a correr, solo para ser ligeramente amable y mostrarles la habitación que quedaba libre. Una vez que se la hubo mostrado, huyó del lugar y fue directo a buscar a su novia para hablar de aquella decisión que había tomado sin consultar a nadie. Mucho menos con él. 

— ¿Puedo saber por qué has invitado al nazi a nuestras vacaciones?

El tono áspero de Daniel, sorprendió a Sara. Pero no por el hecho de sus palabras, esa era la manera que él tenía de tratar su enfado. Brusco y burro como nadie. Sin embargo, se sorprendió por el hecho de no esperarse aquella pregunta en aquel preciso momento. La chica le observó, una vez que su salió de su asombro, con el orgullo subido como las plumas de un pavo real y sonrió.

— ¿Y por qué no? –Preguntó con el clásico tono sarcástico que utilizaba solo cuando quería molestar de verdad a su novio.– Hace unos días hablé con Helena e intenté sonsacarle si su relación seguía estando tensa, si le odiaba. ¿Y sabes qué me dijo? –Ni dejó espacio a contestación alguna, continuó como si nada.– Dijo que todo había quedado en el pasado.

— Sara, ese tío mandó a dos de sus matones nazis a violarla. ¿Por qué nadie, a excepción de mí, parece recordarlo? –Su enfado se incrementaba, cómo no. Cierta razón no parecía faltarle. Su argumento tenía bastante peso y Sara lo sabía. 

— Sí, es curioso que solo tú lo recuerdes como si te hubiera pasado a ti y no a ella. –La actitud de Sara denotaba inquietud, pero en el fondo, solo intentaba quitarle hierro al asunto para que su novio no se pusiera como un energúmeno y se le ocurriera correr, de nuevo, hacia la otra habitación y pegarle.– Vamos, relájate, por favor. Ya está hecho, así que, no empeores tú la situación. No empieces la pelea, a no ser que Helena te lo pida.

Pareció calmarse un tanto, relajando los hombros. Sara pareció sonreír complacida al notarlo, sabiendo que había ganado sutilmente aquella batalla. No sabía si funcionaría por todo el tiempo que pasaran todos juntos, pero por el momento, era una victoria. Eso le bastaba. Supuso que a Daniel también, seguramente porque creía firmemente que tarde o temprano, Helena se lo pediría de verdad y tenía permiso para pegarle el puñetazo que llevaba años queriendo darle. 

Sin embargo, los días pasaban y Helena parecía ajena a que Rodrigo estuviera por allí, al menos, cuando estaba completamente solo. Una vez que iba acompañado o del brazo de su babosa y perfecta novia, la actitud parecía cambiar y la ignorancia se convertía por unos minutos en repulsión. Desaparecía de la escena en silencio, sin dejar espacio a que nadie pudiera reparar en ella. Solo Rodrigo parecía notarlo, cuando la buscaba en donde minutos atrás, le había parecido percibirla, para caer en la cuenta de que la situación se repetía y nunca volvía a estar allí, donde esperaba encontrarla. 

Bajo vigilancia.Where stories live. Discover now