Capítulo 9.

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— Veo que has conseguido cabrear a mi hermano.

— Es toda una novedad. —Contestó con una sonrisa divertida en los labios mientras observaba de reojo el resto de la sala.

Ella pareció pensárselo unos segundos, y él colocó entonces, casi de manera automática, su mirada sobre ella, dudando por unos segundos de si ella no le habría oído. Pero supo casi en seguida, que era obvio que prefería ignorarle.

— Sigue enamorado de Sara. No le culpo, yo también querría cargarme a cualquiera que estuviera tan cerca de mi novia.

— Pero Sara ya no es su novia.

— Eso no tiene mucha relevancia.

— ¿Ah, no? —Enarcó una ceja ella, incrédula.— ¿Y por qué?

— ¿Los celos solo existen cuando tienes novio?

Los labios de Helena se torcieron a modo de desagrado. Quiso decir algo, mejor dicho, replicar algo a su oponente, pero las palabras ofensivas o sarcásticas no aparecían por su mente. Así que, se decantó por darle la razón en un silencio de derrota, que le supo ligeramente crudo por dentro.

Él lo entendió en cuanto notó la mueca de sus labios y no pudo evitar reírse, mostrando no solo su regocijo, sino también las copas de más que llevaba ya durante la fiesta. En aquel momento de la noche, pocos se encontraban en la cordura, y eso hacía, que la actitud de Rodrigo no desentonara con la de ningún otro de la sala.

La casa estaba llena de gente dando gritos y riendo, o quizá bailando. Los que faltaban, se encontraban bebiendo en la cocina o ya habían decidido abandonar la fiesta por haber empezado mucho antes que los demás. Otros, se escondían en el piso superior, ya fuera en las habitaciones, o en el baño.

Y sin embargo, Helena se planteó porqué ella, a aquellas horas se encontraba de pie observando a Rodrigo, sentado en un gran sillón en mitad del salón, mientras parecía más centrado en todo lo que le rodeaba, que en ella. Eso en el fondo, hizo que su orgullo resurgiera y una punzada de escozor se escondiera. Se sentó a su lado intentando acaparar parte de su atención, y una vez que vio que había funcionado, sonrió con una calma y dulzura que ni siquiera ella misma supo de dónde habían salido.

— Helena, ¿te puedo hacer una pregunta?

— Supongo.

— ¿Por qué sigues con Carlos? —Al observar el rostro de la chica, él intentó explicarse mejor.— Quiero decir, es obvio que le quieres, eso no lo dudo, pero creo que vuestra relación está demasiado rota. No sé. Solo es curiosidad.

— ¿Y puedo saber por qué te preocupa eso ahora? —El tono de voz de ella era de curiosidad, pero estaba tan escondido, que él apenas pudo percibirlo.

— Es una hora como otra cualquiera, en un día normal. ¿Te parece excusa suficiente para cambiarme de tema?

— Es una excusa como otra cualquiera. —Se burló ella con una suave sonrisa y asintió.— Tú mismo lo has dicho. —Dudó unos segundos, haciendo una breve pausa, y tras coger aire de nuevo, contestó.— Le quiero. Y a veces, eso es suficiente para volver a intentarlo una y otra vez.

— Sí. —Completó él, y dejó su mirada perdida de nuevo en la sala.— Me imaginaba que esa sería tu respuesta.

— ¿Imaginabas? —Volvió a sorprenderse. No podía creer cómo aquel individuo parecía estar tan tranquilo hablando de su relación con Carlos, cuando ni siquiera sabía ni la mitad.— ¿Y por qué lo imaginabas?

Bajo vigilancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora