Parte XIII: EL OJO VERDE - CAPÍTULO 64

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CAPÍTULO 64

—¿Madeleine?— escuchó la voz de Anhidra que la sacudía suavemente del hombro.

Entreabrió los ojos y miró en derredor.

—¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?— inquirió Madeleine al ver los árboles rojos que la rodeaban.

—Estamos aquí, en el mismo lugar— le respondió la mitríade.

—¿Cuánto tiempo...?

—Estuvisteis dentro del Ojo por unas tres o cuatro horas— explicó Anhidra—. Luego sobrevino un viento extraño, salido de la nada, que formó un enorme embudo, succionando el Ojo, envolviéndolo y consumiéndolo. Tuve que apartarme del lugar, buscar refugio para no ser arrasada junto con el Ojo. Cuando la extraña tormenta se disolvió en la misma nada de la que había venido, descubrí que el Ojo había desaparecido, y en su lugar, sólo había balmorales normales. Fue entonces cuando os vi desmayada al pie de este árbol— señaló—. ¿Estáis bien?

—Sí— se incorporó Madeleine, apoyándose en un codo.

—No puedo creer que hayáis sobrevivido al Ojo Verde. Esto no tiene precedentes— se maravilló Anhidra, extendiendo su mano para ayudar a Madeleine a ponerse de pie.

Madeleine aceptó de buen grado la ayuda y se paró, apoyándose en un árbol para ayudarse a mantener el equilibrio hasta que pudo estabilizarse. Anhidra la observó con una sonrisa complacida, pero su sonrisa se apagó de pronto, cuando sus ojos se cruzaron con la mirada de Madeleine. Enseguida se dio cuenta de que esta no era la misma Madeleine que había llegado a Medionemeton buscando probar su virtud y prometiendo ayudar a Merianis. Algo había pasado, algo la había cambiado.

—Lo sabéis, ¿no es así?— inquirió la mitríade con el rostro grave.

—Sí— respondió la otra—. Lo sé todo y lo comprendo todo. Sé lo que tengo que hacer.

—Sabéis lo que tenéis que hacer... para ayudar a Merianis, ¿no es así?— dijo Anhidra tentativamente.

—¿Dónde está Cormac?— preguntó Madeleine sin molestarse por despejar las dudas de Anhidra.

—Madeleine, lo prometisteis— la tomó del brazo la líder de las mitríades.

—Ya te dije que sé lo que tengo que hacer— le respondió Madeleine, soltándose abruptamente de la mano de la mitríade—. ¿Dónde está Cormac?— reiteró.

Anhidra apretó los labios con preocupación por un momento, pero luego respondió:

—Mi gente lo tiene bajo custodia en el borde sur del bosque.

—Bien, llévame con él— le ordenó Madeleine.

————0————

Cormac se reacomodó en el suelo, apoyando su espalda sobre el tronco de un enorme balmoral. Hacía rato que había abandonado su resistencia a ser separado de Madeleine y sus reiteradas preguntas sobre el Ojo Verde, así que las mitríades que lo custodiaban celosamente habían finalmente accedido a desatarlo, bajo la promesa de no escapar. El buen comportamiento de Cormac le ganó inclusive unas frutas deliciosas y agua fresca de un manantial cercano con el que sus cuidadoras lo convidaron amablemente.

Al ver llegar a Madeleine, acompañada por Anhidra, Cormac se puso de pie de un salto y corrió hacia su compañera de viaje:

—¡Mady! ¿Estás bien?— la abrazó con efusividad.

—Bien— contestó la otra lacónica, sin devolverle el abrazo.

Ante la frialdad de ella, él la soltó y la estudió detenidamente:

—¿Qué pasó?— inquirió, entrecerrando los ojos con desconfianza y dirigiendo una mirada inquisitiva a Anhidra.

—Debemos partir de inmediato. El tiempo apremia— respondió Madeleine.

—Sus monturas están aquí mismo— dijo Lobela desde atrás— Las traeré.

—Gracias— asintió Madeleine con el rostro serio.

Lobela trajo los caballos y Madeleine revisó las provisiones de las alforjas. Cormac se acercó a Anhidra y le susurró al oído:

—¿Qué pasó? ¿Qué le hiciste?

—Lo que pasó no lo sé con exactitud y no me corresponde contároslo— le respondió Anhidra, también en un susurro—. Pero solo os digo esto: vuestra misión es ahora más importante que nunca, no la descuidéis.

Cormac abrió la boca para insistir, pero Madeleine ya había montado y lo llamó con tono perentorio:

—Vamos, Cormac.

Cormac resopló con frustración, pero obedeció. Montó su caballo y siguió a Madeleine hacia el sur, saliendo de Medionemeton.

Cabalgaron en silencio por varias horas. Cada vez que Cormac intentaba hablarle a Madeleine, ella apuraba el paso de su caballo, dejándolo momentáneamente atrás para no verse obligada a responder a sus preguntas. Cuando cayó la noche, ya se habían adentrado bastante en el valle Snesell, al oeste de Polaros, y Madeleine decidió acampar allí mismo y pasar la noche en medio de la llanura.

—Si cabalgamos unas pocas horas más, podemos pasar la noche en Polaros— propuso Cormac—. No nos vendría mal una buena cama y una comida caliente.

Ella solo desmontó y desplegó sus mantas en el suelo, sin contestarle.

—Alguna vez vas a tener que volver a hablarme. No puedes ignorarme para siempre— le dijo Cormac.

Ella suspiró, disgustada:

—No pasaremos por Polaros— dijo, sin dar explicaciones.

—¿Por qué? ¿A dónde vamos?

—Consigue algo para hacer fuego. La noche será larga y fría— le respondió ella.

Resoplando con frustración, Cormac se aprestó a juntar unas escasas ramas, arrancadas de los pocos arbustos que crecían en la llanura, mientras ella sacaba algo de comida de las alforjas para preparar la cena.

Una vez encendida la fogata, Cormac se sentó frente a Madeleine:

—Al menos dime por qué estás tan enojada conmigo— le espetó.

Ella sacó su diario de su mochila, era un diario nuevo, uno que Cormac nunca había visto, y se puso a escribir a la luz de la fogata, ignorándolo a él por completo.

—Merezco una explicación— se plantó él.

—¿Mereces?— le retrucó ella con los dientes apretados, levantando la vista de lo que estaba escribiendo—. ¡Qué audacia la tuya! Después de lo que me has hecho, no solo mereces que te ignore por el resto de tu vida, mereces que te mate.

—Mady... ¿Qué...?

—No, no me llames Mady, llámame por mi nombre.

—Madeleine, entonces— se corrigió él—. ¿De qué me estás hablando? ¿Qué fue lo que te hice?

—No, llámame por mi nombre, mi nombre verdadero— insistió ella.

Cormac abrió los ojos desmesuradamente, comprendiendo.

—¡Vamos! ¡Dilo! ¡Di mi nombre!— lo presionó ella.

—No— negó Cormac con la cabeza.

—Eres un hipócrita, Cormac. Todos estos años, fingiendo ser mi amigo, mi guía, consolándome, todo para disfrazar el abuso y la crueldad con la que me trataste.

—No...— volvió a menear Cormac la cabeza—. No es posible. ¿Cómo?

—Di mi nombre— le gruñó ella.

—Marga— dijo él con un hilo de voz.

Ella cerró los ojos por un momento, suspirando con satisfacción. Su nombre saliendo de los labios de él fue como una confirmación de su identidad, de su propósito.

LA TRÍADA - Libro VI de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now