Parte VI: BAIKAL - CAPÍTULO 30

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CAPÍTULO 30

Augusto cerró los ojos y casi sin pensarlo, proyectó calor sobre la taza con agua.

—No, no— se auto-reprendió—. Moléculas, moléculas.

Sacudió sus manos en el aire, respiró hondo y volvió a intentar. Esta vez se concentró en el agua misma. Las moléculas comenzaron a moverse lentamente. Augusto imprimió velocidad hasta que el rozamiento comenzó a calentar el agua. Más... un poco más... Cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, Augusto aprovechó su conexión con las moléculas de agua para comenzar a obrar la transformación. Esta era la parte más delicada del proceso, y las alteraciones que lograba nunca resultaban ser las que estaban en su intención original.

—¿Augusto?

El sobresalto alteró su concentración de tal forma que la taza explotó entre sus manos, haciéndose añicos, y el líquido caliente le saltó al pecho y a las piernas. Por suerte, había logrado levantar los brazos a tiempo para cubrirse la cara.

—¡Arghh!— gritó, al quemarse.

—¡Oh! ¡Lo siento! ¡Lo siento tanto! ¡No sabía!—. Era Nora que trataba de secarlo con un repasador de cocina.

—¡Maldita sea, Nora!— gritó Augusto, enojado—. ¿Cuántas veces te he dicho que no me interrumpas cuando estoy en medio de una de mis prácticas?

Ella lo miró por un momento, dolida ante su reacción:

—Entré en el comedor y te vi sentado con una taza en las manos— explicó, pasando el repasador sobre la camisa y los pantalones de él—. ¿Cómo iba a adivinar que estabas en medio de una práctica? ¡Pensé que solo querías café! No deberías realizar prácticas en lugares de uso común si no quieres ser interrumpido— le reprochó—. Y tal vez también sería conveniente que no jugaras con líquidos calientes hasta que no manejes bien tu habilidad— le espetó con dureza.

—Olvídalo— se apartó él de los cuidados de ella—. Poniéndose de pie.

—Lo siento, Gus, perdóname— bajó el tono ella.

—Está bien, Nora, sé que no fue a propósito— aflojó él también la tensión.

—Ve a cambiarte y tráeme tu ropa— le propuso ella—. Tengo una fórmula excelente para sacar esas manchas de café.

—No es necesario— meneó la cabeza Augusto—. Soy experto en sacar manchas.

—Déjame hacerlo, por favor— le rogó ella.

—De acuerdo— accedió él, y entonces se dio cuenta: —¡Café!— exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Mi ropa está manchada con café!— comenzó a reír.

—¿Gus? ¿Estás bien?— arrugó el entrecejo Nora.

—¡Más que bien!— casi saltó él de alegría, dándole un repentino beso en la frente a Nora—. ¡Espera a que se lo cuente a Ly!— salió corriendo hacia su dormitorio.

Nora se mordió el labio inferior, sin comprender nada:

—Tal vez Mercuccio tiene razón— murmuró para sí—. Este lugar se está convirtiendo en un manicomio.

Augusto hizo un esfuerzo por controlar su entusiasmo y abrió la puerta de su dormitorio lentamente para no sobresaltar a Lyanna que todavía dormía. A pesar del cuidado que puso para no hacer ruido, su esposa se despertó igualmente.

—Buenos días, Gus— se refregó los ojos ella, soñolienta.

—Buenos días, amor— se acercó él, dándole un rápido beso en los labios—. Tengo algo importante que contarte.

Ella se incorporó en la cama.

—Mira— señaló él su camisa manchada: —¡Café!— anunció triunfal.

—Ah...— dudó ella, sin comprender—. ¿Hay alguna razón en especial para que te entusiasme tanto haberlo derramado en tu camisa en vez de haberlo tomado?

—¡Ah, sí!— hizo un gesto él con la mano, restándole importancia al incidente—. Esa fue Nora que me interrumpió.

—Ya veo— asintió ella, aunque todavía no entendía bien el humor exultante de él.

—Lo importante es que yo hice este café— explicó él.

Ante la mirada de incomprensión de ella, él clarificó:

—Lo hice con agua.

Eso tampoco pareció impresionar a Lyanna.

—¡Lo transmuté, Ly! ¡Convertí el agua en café!— explotó él.

Ella lo abrazó, riendo con alegría:

—¡Eso es fantástico, Gus! ¡Sabía que lo lograrías! Estoy orgullosa de ti, amor.

—Creo que Gov estaría muy impresionado— opinó Augusto.

—¡De seguro que sí!— afirmó ella.

Él se soltó del abrazo de ella y le dio otro beso:

—Debo cambiarme de ropa. Nora insistió en que quiere lavarla— dijo, desprendiéndose la camisa—. ¿Dormiste bien?

Ante la pregunta, la sonrisa del rostro de ella se apagó. Él abandonó el desabotonado de su camisa y se sentó en la cama, junto a ella:

—¿Qué pasó?— preguntó con el rostro serio.

—Algo que no comprendo del todo— dijo ella.

—Cuéntame— le pidió él.

Ella suspiró y comenzó con voz queda:

—Anoche, mientras dormías a mi lado, escuché una voz que me despertó. Era la voz de un niño que me llamaba por mi nombre. Enseguida noté que era una comunicación telepática, así que relajé mi cuerpo y me abrí para escuchar su mensaje. Pero todo lo que el niño repetía era mi nombre, una y otra vez. Entonces, me di cuenta de que no era capaz de abrir el canal, solo podía llamarme, así que lo abrí yo de mi lado y le comuniqué mi disposición para la comunicación. Pero algo terrible le debe haber pasado, porque en el mismo momento en que me hice presente en su mente, pude sentir en él una explosión del más abyecto terror.

—¿Crees que lo asustó tu contacto?

—No, me pareció que su reacción se debía a algo externo a nuestra comunicación. Estuve prácticamente toda la noche en vela, esperando a que volviera a contactarse, pero nunca reanudó el llamado.

—¿Tienes alguna idea de quién es? ¿Dijo su nombre?

—No— negó ella con la cabeza—. Como no volvía a llamar, intenté conectar con la huella vibratoria de su voz, pero encontré su mente cerrada por el pánico. Es un niño pequeño, Gus, y creo que está en problemas.

—¿Pero cómo sabe tu nombre un niño al que no conoces? ¿Cómo pudo iniciar una comunicación contigo en este mundo?

—Es obvio que tiene habilidades especiales y algún tipo de experiencia con canales telepáticos, pero no tengo idea de quién pudo darle mi nombre— respondió ella.

Él asintió en silencio.

—Lo intenté, Gus, lo intenté toda la noche... Su pavor se pegó a mi alma, moviéndome a seguir tratando de reanudar la comunicación...— murmuró ella con la voz angustiada—. Finalmente, creo que me dormí por el agotamiento.

—Tranquila— la abrazó él.

—Tengo que probar de nuevo— decidió ella.

—No antes de desayunar y reponer fuerzas— le advirtió él con un dedo en alto.

Ella aceptó, asintiendo con la cabeza.

—Creo que también necesito una buena ducha— confesó ella—. Necesito lavar los restos de su terror de mi aura.

—Tómate el tiempo que necesites— le dio él un tierno beso en la frente.

LA TRÍADA - Libro VI de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now