Parte III: EL TEXTO DEL TÚMULO - CAPÍTULO 12

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PARTE III: EL TEXTO DEL TÚMULO

CAPÍTULO 12

Juliana abrió la puerta de su casa y dejó pasar a Lug.

—¿Todo bien?— preguntó.

—La dejé con Walter— asintió Lug, siguiendo a Juliana hasta la sala de estar, donde Luigi y Polansky los esperaban.

—¿Qué averiguaste?— le preguntó Lug a Polansky, desplomándose en uno de los sillones de la sala.

Polansky buscó algo en su computadora y dio vuelta la pantalla para que Lug pudiera verla.

—No, no— meneó la cabeza Lug, masajeándose el puente de la nariz con dos dedos y cerrando los ojos—, no quiero ver la escena otra vez. Sólo dime lo que encontraste.

—Tenías razón, los remanentes eran tan fuertes que parecían haber impreso sus firmas horas atrás en vez de días— comenzó Polansky—. El ataque lo perpetró una criatura no humana, venida del Círculo. No tengo registros energéticos de la criatura que describiste para compararlo con estas firmas, pero creo que es acertado suponer que se trata de un voro. La energía era particularmente oscura y negativa. Nunca había visto una energía de odio tan intensa en un animal, especialmente considerando que no creo que el matrimonio Morgan haya representado una amenaza para él.

—El voro busca víctimas débiles, que no ofrezcan resistencia— explicó Lug.

—¿Qué más sabes de los voros? ¿Es posible entrenarlos para que obedezcan órdenes? ¿Cómo los fomores?— inquirió Juliana.

—No lo sé, no lo creo. Me parece un poco extremo que alguien se tome el trabajo de entrenar a un voro y lo traiga desde el Círculo para asesinar a dos personas sin defensa en un pequeño departamento en medio de una ciudad.

—Aún así, sucedió— puntualizó Polansky.

—Pero, ¿por qué?— cuestionó Lug—. ¿Y cómo hizo para que el voro no se volviera contra su amo y lo destripara también?

—El motivo no es claro— dijo Polansky—. Pero la respuesta a tu segunda pregunta es obvia: quien manejó al voro debió tener la capacidad de influir sobre la mente del animal.

—Si es así, no necesitó entrenarlo— concluyó Juliana.

—Si es así, nos enfrentamos a alguien con un poder similar al de Lug— intervino Luigi, preocupado.

—¿Qué sabemos exactamente sobre los poderes de...?— comenzó Juliana.

—No fue ella— la cortó Lug antes de que Juliana pudiera terminar la frase.

—¿Cómo puedes estar seguro?— le retrucó ella.

—Porque estuvo ausente durante quince días. Polansky detectó su regreso ayer y los cuerpos han estado descomponiéndose por dos días— respondió Lug, a la defensiva.

—Si Polansky tuviera la habilidad de captar el momento de sus desapariciones y no solo sus regresos, esa afirmación la exoneraría, pero solo tenemos su palabra sobre la duración de su tiempo perdido— protestó Juliana—. No sé por qué estás tan empeñado en defenderla.

—Porque es inocente— le replicó Lug, poniéndose de pie y tomando la computadora de manos de Polansky—. ¡Vamos, Juliana! Tú la viste, hablaste con ella. ¿Te pareció una asesina desalmada capaz de hacer esto?— le mostró los cuerpos despedazados en la pantalla.

Juliana apartó la vista.

—Discutir entre nosotros no nos llevará a nada— intervino Luigi.

Los dos parecieron calmarse ante sus palabras. Lug devolvió la computadora a Polansky y se volvió a desplomar en su sillón. Juliana guardó silencio.

—Hay algo más interesante que debemos plantearnos— habló Polansky, tratando de llevar al tema hacia otro lado menos ríspido—. ¿Por dónde entró el voro a este mundo?

La pregunta captó la atención de los demás de inmediato.

—No importa qué poderes tenga quién trajo aquí a la bestia, para hacerlo, tuvo que usar un portal. Y si es así...— comentó Polansky.

—Podría ser el mismo portal por donde abdujeron a Emilia para llevarla al Círculo— murmuró Lug.

—Si es que la abdujeron, y si es que estuvo en el Círculo— corrigió Juliana.

Lug ignoró el comentario.

—Revisé el departamento: ventanas, puertas, accesos— explicó Polansky—. No hay señales de que un animal del tamaño que Lug describe haya entrado o salido de la vivienda.

—¿Qué significa eso?— inquirió Luigi.

—Significa que el portal está dentro del departamento— respondió Lug.

—Tenemos que volver allá— dijo Juliana con urgencia, poniéndose de pie.

—Eso tendrá que esperar— la frenó Polansky.

—¿Qué? ¿Por qué?

Por toda respuesta, Polansky maximizó una ventana de su computadora, conectada a un canal de noticias local de internet, y subió el volumen:

—...Estamos aquí, apenas a metros de la escena del crimen más sangriento de la última década— relataba una reportera parada frente a un cordón policial a diez metros del edificio de departamentos de los Morgan—. La policía no tiene comentarios en este momento, pero fuentes extra-oficiales nos informan que el crimen tiene todas las características de un ajuste de cuentas por venganza...

—¡Maldición!— gruñó Juliana.

—Llama a Allemandi— le indicó Lug a Juliana—. Dile que se mantenga al tanto del caso y consiga copias del departamento de evidencias.

Juliana asintió y tomó el teléfono inalámbrico que descansaba en la mesa.

—¿Allemandi tiene conexiones con la policía?— preguntó Polansky.

—Sí— respondió Lug.

—Entonces también deberían darle esto— sacó un trozo de cinta adhesiva transparente pegada en un papel blanco de su bolsillo.

—¿Qué es?— se interesó Lug.

—Asumiendo que un ser humano o varios habían sido parte del crimen, busqué huellas con sangre— explicó Polansky—. No encontré nada dentro del departamento, fueron cuidadosos, pero sí pude sacar una huella del picaporte ensangrentado. Naturalmente, es inútil a menos que pueda ser comparada con otras huellas registradas en la base de datos de la policía.

—¡Eres un genio, Polansky!— aplaudió Lug.

—Sólo soy metódico en mi trabajo— casi se sonrojó Polansky ante el halago—. Igualmente, puede que la huella no sirva. Estaba en el picaporte del lado de afuera, así que puede ser de cualquier vecino o vendedor que haya rozado la sangre sin darse cuenta de lo que hacía.

—Un momento— dijo Luigi—. Si la sangre estaba del lado de afuera, significa que quien trajo al voro no se fue por el portal, sino que salió por la puerta del frente. Quienquiera que sea, podría estar aquí todavía, en la ciudad.

—Le diré a Allemandi que priorice el tema de la huella— asintió Juliana, tomando la evidencia de la mano de Polansky.

LA TRÍADA - Libro VI de la SAGA DE LUGWhere stories live. Discover now