Capítulo 10

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Cuando una tragedia como la de Marissa Lyons ocurre, el tiempo ralentiza para las víctimas, pero también para los victimarios. Como muchas veces se ha dicho, nadie es lo suficientemente fuerte para ser completamente bueno o completamente malo. Marissa Lyons despierta creyendo que se trata de otro día sin saber la verdad, sin tener a su hijo en sus brazos, en la ropa que ha comprado en diferentes tiendas exclusivas, sin utilizar la cuna que eligió con tantas dificultades, sin seguir adelante porque está estancada en una terrible encrucijada.

El teléfono de su casa suena. Debe tratarse de más cuestionamientos, más preguntas, más vergüenza. Es el cuarto día y no se aclara nada, sino que todo se torna más complicado, más retorcido. Toma el teléfono. Su esposo no está en casa. Ella está en la cama, cansada, harta.

—¿Qué ocurre señorita Kessler? —responde automáticamente, espera que no sea ella, pero a diferencia de Noah, prefiere la decepción a la esperanza. No es ingenua.

—Encontramos a su hijo —responde Hewes emocionado.

—¿Qué? —pregunta Marissa sin creerlo, estupefacta, sorprendida, intrigada, se levantan de la cama y su bata de satín vuela como la alfombra de Aladino.

Al llegar a la estación de policía, Marissa se encuentra en la estación de policía con varias monjas. Se pregunta qué habrán hecho para estar acá, ya sea visitando a algún cura acusado de pedofilia, o posiblemente arrestadas; aunque eso no es su foco de atención hasta que llega a la oficina de Naomi Kessler donde una monja de avanzada edad sostiene a un bebé. La relación se hace entonces inmediata.

Unos lo llamarán instinto materno, llamado de la sangre, otros sentido común. Se acerca al bebé, la monja reconoce la mirada de desesperación y lo entrega con prontitud. Marissa toma a su hijo con frenesí, empieza a besarlo; no tanto por el pregonado amor de madre natural sino porque es como un trofeo que dice, se terminó todo, haz ganado como siempre lo haces. Ya no tienes que seguir corriendo. Llegaste a la línea de meta, con cicatrices pero viva. Puedes descansar.

—Mi hijo —expresa entre lágrimas y sollozos ante las personas dichosas por su reencuentro, sin saber los oscuros secretos de esta mujer.

—Para confirmar, haremos una prueba de ADN —explica Naomi.

—Sé que es mi hijo —responde Marissa un tanto a la defensiva.

—Iré con usted al hospital a hacer la prueba —agrega, no para consolarla, sino para agregarle limón a la herida—. No se preocupe, pediremos al laboratorio que dé las pruebas a la brevedad —cree que es la paranoia actuando en Marissa aunque existe la posibilidad que sea algo más.

—Todo se acabo por fin —responde Marissa aliviada.

—Encontramos a su bebé pero la investigación va a continuar señora Lyons —explica Naomi, más como una advertencia, para medir su reacción.

—No me importa ya nada más. Tengo a mi bebé —toca la naricita de su bebé quien no ha hecho un solo ruido de incomodidad a su lado.

—Aún se debe imputar a alguien por los cargos de secuestro.

—Voy a irme de esta maldita ciudad tan pronto como sea posible —agrega Marissa.

—No le sugiero que haga eso mientras no termine la investigación —sugiere Naomi con un mensaje ambiguo.

Marissa va junto con la detective en la patrulla policial, para comprobar que es su hijo, pero entonces se le ocurre que no es a ella a quien el detective va protegiendo o vigilando sino al bebé, de ella misma.

—¿Aún sospechan de mí respecto a todo este drama? —pregunta de forma determinada, deja a un lado a la mujer temerosa llena de secretos.

—No. Sospechamos de las personas a su alrededor.

Una Madre OdiosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora