☯ CAPÍTULO 3

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¿LA GENTE RUBIA ES ASÍ DE NATURALEZA?

ALMA. Lunes. 18:52 p.m.

— ¡Joder!

Estaba desesperada. Con todo mi empeño puesto en ello, zarandeé con mis manos el aparato que intentaba ser un móvil por decimosexta vez en un minuto. Era una completa mierda, pero era la única mierda que tenía por casa. Al menos cumplía con su función, aunque en aquellos instantes, empecé a dudar de ello.

Seguí la flecha azul del googlemaps que me hizo dar tumbos como una estúpida por toda la ciudad hasta que esta misma desapareció y una voz femenina me indicó que ya había llegado a mi destino. Alcé la vista del aparato e inspeccioné el lugar en el que me encontraba. Tenía a mi izquierda una calle con edificios de no muy buena pinta, quedando así la carretera a mi derecha. Más alante, al final de la calle, podía ver algo de color verde. Pensé que podía ser un parque, pero igualmente estar allí no me hacía sentir muy cómoda.

— ¿Hola? — aquello lo dije más bien para mí.

Ignorando la leve temblera de mi voz, apagué el "móvil" y me lo guardé en el bolsillo de la cazadora. La verdad es que no me hacía ninguna gracia estar allí a las casi siete de la tarde, en un barrio donde de lejos podía ver como la gente se intercambiaba cosas extrañas. Aparté la vista por mi propia seguridad y busqué el mítico cartel del local.

«Maxigangas» Me reí como lo hice mentalmente cuando Cristian me lo dijo el día anterior al divisarlo unos pasos más adelante de donde estaba. Destensé mis músculos deshaciendo el mal trago que acababa de pasar y me dirigí a la entrada para pasar aunque en un papel pegado al cristal pusiera que estaba cerrado. Já. Sabía que no era verdad.

El interior del local estaba poco iluminado y no habían muchos muebles. Lo único que había en la sala principal era un escritorio de madera en el centro con papeles de empresa esparcidos por él, junto con unos armarios pequeños que quedaban a mi izquierda. Me fijé en que, detrás del escritorio, había una pared que indicaba un pasillo que iba hacia la derecha. Me sorprendió ver que nadie estaba allí sentado, así que me moví un tanto incómoda por el sitio hasta quedar delante del escritorio. Me senté con cuidado en la silla colocada delante del mismo y dejé mi mochila a los pies, esperando a que saliera alguien del pasillo.

Estaba empezando a pensar que quizás debería haberme quedado en mi casa.

— ¿Entonces ya está?

La voz de un chico me hizo pegar un respingo. Clavé mi vista en la entrada del pasillo y vi a un chaval moreno saliendo por la puerta. Iba hablando con alguien que yo no podía ver, por lo que mantuve la boca cerrada. Me puse recta en el asiento pensando que podría ser algo así como el encargado, porque sería raro que se encontrara con una chica ahí sentada contando los bolis de su mesa.

— Sí, todo aparcado — aquella voz era mucho más grave —. Esto les mantendrá distraídos un tiempo.

El chico moreno que vi primero me miró extrañado, y sin prestarme demasiada atención, salió por la puerta dejándome un primer plano de su mejilla morada. Instintivamente apreté la mandíbula y mi pierna empezó a temblar sola.

¿Dónde cojones me había metido?

Quizás debería haberle hecho caso a Cristian y no liarme. ¿Si salía por la puerta pasaba algo? Sin darme tiempo a maquinar un plan de escape decente, la segunda voz se sentó delante mío.

— ¿No has visto el cartel? — espetó, muy alejado de querer sonar amable.

El chico tenía aspecto rudo. Su pelo era rubio y lo tenía más corto por los lados. Me miró con cara de pocos amigos, como si mi presencia le molestara. Dejó sus brazos cruzados delante mío, que captaban mi atención casi sin querer. No estaba nada mal, el chico. Volví la mirada a su cara. Sus ojos azules, a parte de intimidarme, esperaban una respuesta.

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