Capítulo 10 - Alma perdida

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Capítulo 10 – Alma perdida

—Había una vez un pueblo destruido por la hambruna —comenzó a decir la Serpiente, su voz y su expresión habiendo recuperado su dramatismo—. Fue hace muchos muchos años, ya no recuerdo cuántos, yo estaba allí ¡puedo asegurarlo!

>>Se trataba de un sitio horrible y oscuro, roto y deforme, y en todo esto se parecía mucho a nuestros protagonistas. Se trataba de dos personas, unidas por un lazo fraternal, lazo desgastado y enfermo quizás, y en eso se parecía mucho a ciertas dos hermanitas.

El pueblo estaba lleno de cadáveres, entre todos esos se encontraban los de sus padres. Me han dicho que se debía a una peste, me han dicho que se debía a una guerra, pero déjame preguntarte: ¿cuál es la diferencia? En ambos casos la gente mata, en ambos casos la gente muere y, finalmente, no hay polvo que el viento no se lleve.

Los pocos que habían sobrevivido, aterrados y confundidos, dejaron su moral en el olvido: matar para robar, robar para comer, comer para vivir, vivir para matar; al final del día, daba todo igual. Era cazar o ser cazado, y ni siquiera los hermanos tuvieron otra opción: el mayor robaba para llegar al fin del día, el menor cuidaba de la guarida.

Dos sobrevivientes si los hay de verdad, que durante un largo tiempo hubieron de prosperar. Varios delitos se cargaron a sus espaldas sin embargo, ¿quién podría juzgarlos, siendo la situación tan mala? Pero cuando los días pasan y los recursos de acaban, siempre hay alguien que dice: "muerto el perro, muerta la rabia".

Dicha persona no fue otro que el soberano, que no era el mismo ahora que antaño, y dijo a mi padre: "Heredero mío, próximo Rey, ¿por qué no acabas de una vez por todas con ese poblado? Está en tal estado que nada que se le haga puede generar aún más daño". Papá no estaba de acuerdo, pero ¿qué otra cosa puede hacer un súbdito más que seguir las palabras de su dueño?

Así, una misión a mi padre, a mi pareja y a mí nos ocupó: acabar con todas esas pobres almas de las cuales el Líder no se quería encargar. La ciudad recorrimos y en ningún momento nos detuvimos: en las calles se apagaban las almas, florecía la sangre y poco a poco se quedó sin habitantes.

Solo dos se escaparon, una y otra vez, tan resbaladizos como un pequeño pez: se escondían y corrían, huían y se escurrían, pero tarde o temprano en nuestras manos caerían. Y así fue, porque todo lo que nace muere, todo lo que crece perece.

En una casa los acorralamos, lugar viejo y feo en verdad, temible y frío sin más, todo en aquella casucha parecía pedir que nos largáramos. Pero el Rey entró y nosotros también, el hermano mayor fue el primero en caer, mi padre sus manos extendió y el flacucho cuello apretó y apretó hasta que éste ya nunca más se movió.

El menor fue quizá el que más sufrió: dentro de la casa su alma percibíamos, pero en el algún sitio se escondió y ninguno de nosotros tres lo encontró. Ya estábamos hartos de tanta cacería, por lo que decidimos que toda la casa ardería. Así que el fuego quemó y quemó, hasta que la vida del más pequeño se extinguió.

Pero una de esas dos almas la paz fue incapaz de encontrar, e incluso hoy en día por la Tierra ha de vagar. Su objetivo es la venganza, sin duda, y hasta poder conseguirla deambula y deambula. Cada tantos años de un cuerpo se apodera y con éste contra el Rey pelea, sin embargo, siempre es un duelo en vano: mi padre gana, el alma en pena solo consigue el mismo final amargo.

Ha poseído hasta ahora Humanos sin pensarlo demasiado, pero en esta vida la lotería se ha ganado: es ahora un Demonio, un ser tan poderoso como el mandamás, y aun así yo pregunto ¿podrá Minos esta vez ganar?

Yo apuesto a que no, apuesto mil veces a que no: el que ha ganado cien veces otras mil más ganará, y el que ha perdido siempre hasta el fin de los tiempos perderá.<<

Pactos OscurosTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon