033 ~ ¡sᴏᴍᴏs ᴘᴀᴅʀᴇs!

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—¿Debería dejarlo?

—Me dijeron que sí sabe caminar —dijo Temo—, pero no lo dejes solo, a veces pierde el equilibrio.

—Pues vamos, juguemos un rato con Emilio —tomó al pequeño de las manos mientras éste estaba parado—. ¿Quieres jugar, pequeñín? ¿Quieres jugar con Ari y Temo? Yo sé que sí, yo sé que sí.

El menor reía cada vez que Aristóteles hablaba con él, le había tomado gran cariño de una manera muy rápida.

—Vamos entonces —se puso de pie Cuauhtémoc.

Aristóteles llevó de la mano a Emilio hacia una cancha sola, donde hubiese más lugar para correr y jugar. Empezaron a jugar de manera en que Aristóteles y Cuauhtémoc estaban separados, Emilio tenía que caminar hacia uno y luego hacia el otro, el niño se la pasaba riendo y los mayores no podía estar más felices con ello.

Emilio llegó con Cuauhtémoc y éste lo cargó dándole una vuelta por los aires, a lo cual Emilio soltó grandes carcajadas, lo volvió a dejar en el suelo y caminó hacia Aristóteles, intentó correr pero el pequeño tropezó con sus pies y cayó.

­—¡Emilio! —Aristóteles se acercó corriendo al niño y lo cargó, el pequeño lloraba por el susto, por suerte nada malo le había pasado porque logró apoyarse en sus manos— Ya, ya, ya, pequeño hermoso. Tranquilo, mi niño, yo estoy aquí. Ya, ya, ya —abrazaba al niño mientras éste escondía su cabecita entre el hombro y cuello de Aristóteles para dejar salir las lágrimas.

Aristóteles y Cuauhtémoc se regresaron a la banca mientras Aris seguía intentando consolar al bebé. Temo tomó la pañalera y empezó a buscar algo, hasta que sacó un pequeño botecito con un polvo blanco.

—Oh, no... —dijo Aris— No de nuevo esos polvos.

—A Emilio le gustan —rio—, ¿no es así, Emi?

El pequeño volteó a ver a Cuauhtémoc, quien sostenía el botecito en alto. Emilio dejó de llorar y se emocionó

—¿Lo ves? Le gustan.

Cuauhtémoc colocó unos cuantos polvos en la palma de su mano y la acercó a Emilio, el pequeño empezó a tomar de poco en poco con un dedo y lo metía a su boca. Era gracioso ver cómo el pequeño hacia muecas por lo ácido que llegaba a ser el dulce.

—Anda, Ari, pruébalo de nuevo.

—No, gracias.

—Anda, sólo un poco —rio.

Aristóteles aceptó y Cuauhtémoc acercó su mano a Aristóteles. Emilio sintió un poco del coraje al ver que tendría que compartir el dulce con alguien más y en un pequeño berrinche empujó la mano de Temo haciendo que el polvo le cayera cerca de la boca a Aristóteles, haciendo que entrase a su nariz.

Aristóteles empezó a toser, pues le disgustaba volver a pasar por esto. Intentó buscar agua en la pañalera pero una voz lo detuvo.

—¿Cómo ve, pareja? Estos dos nunca aprendieron —dijo el oficial a su acompañante policía, aquellos mismos que interrumpieron la primera cita de los mayores cuando eran jóvenes.

-DÍA 3-

Tal vez el día anterior no había terminado como ellos pensaban, pero ¡ey! Las risas no faltaron, eh.

Después de que Aristóteles y Cuauhtémoc intentaran explicarle a los oficiales lo qué pasaba —además de que está vez si pudieron darle a probar a ellos—, lograron dejarlos ir son cargos. Pues mal se veía que pareciera droga y que se la estaban dando a un infante. Los oficiales, al igual que todos los anteriores, hicieron muecas al probar el dulce, eso hizo reír a Emilio. Al final, no salió tan mal.

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