Inevitablemente solté una risa y Rayhan me sonrió.

El pelinegro señaló hacia la calle con sus brazos, invitándome a avanzar. Eché una mirada y me encontré con una moto negra, al parecer suya.

Avanzó hacia ella sin esperarme.

—Suerte que no traje falda— comenté siguiéndole el paso.

Subió a la moto y con una sonrisa volteó hacia mí.

—No hubiera estado tan mal— contestó sonriendo de lado.

Me mantuve quieta en el lugar. Mirándolo a él y a su moto. Replanteándome el volver o el quedarme, el tener las respuestas o seguir con dudas.

A lo mejor sí era un mal plan.

—¿Te da miedo subir?— preguntó inclinándose hacia atrás, llamando mi atención.

—No, no— reí incómoda—. Nunca subí a una— comenté —. No sé hacerlo— aclaré.

Me sonrió.

—Solo parate sobre la vereda y levantá la pierna.

Y bueno, a la mierda todo y los peligros. No creía que Rayhan fuera a hacerme daño, así que seguí sus palabras y subí a la moto.

Otra primera vez con el universitario.

—Tenés que abrazarme si no querés caerte— volteó hacia mí—. Te permito emocionarte, sí.

Me guiñó un ojo a través del espejo.

Guió ambas manos al manillar y a la misma vez me abracé a su torso.

Estuvimos en viaje durante unos diez minutos y solo hablabamos cada tanto, ya que el viento distorsionaba nuestras palabras.

¿Tenía miedo? Solo cuando doblaba, porque nos inclinábamos y siempre creía que caeríamos.

La velocidad disminuyó, nos detuvimos junto a la acera y me solté de Rayhan. Bajé y luego lo hizo él.
La playa. Allí estábamos.

Manteniéndome en un pie traté de quitar mis zapatos, pero casi perdí el equilibrio. Rayhan guió mi mano a su hombro y me sostuve en él para quitármelos, luego él hizo lo mismo conmigo.

Mientras tanto podía observar a un gran grupo de adolescentes bailando y bebiendo, al ritmo de alguna canción que todavía no reconocía.

—¿Y dónde estamos?

Lo observé avanzar y seguí su ritmo.

—En mi lugar favorito— me sonrió con entusiasmo—. Punta del Este.

—Es lindo— acepté.

—¿Yo? Creí que eso estaba claro— burló con sorpresa.

Me tomó de la mano y caminamos hacia el gentío. Saludamos a sus amigos, me presentó, bebimos algunos refrescos, bailamos y, finalmente, nos alejamos un poco del gentío, porque Rayhan quería fumar y yo no me pensaba despegar de él.

Así que allí nos encontrábamos; frente al agua cristalina y los últimos rayos de sol.

—¿Y cómo es eso de las tácticas?— pregunté en búsqueda de algún tema de conversación.

MelifluaWhere stories live. Discover now