Capítulo XV

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-Vamos a luchar aquí en el río, hermano. Mis hombres frente a los tuyos. Romano contra sármata, ¿estás de acuerdo cobarde?. ¿¡O no me oyes!?

Borístenes acompañado por varios soldados empezó a cruzar el río y a mitad de camino se paró, ordenando a sus acompañantes que se quedaran atrás. El agua le llegaba hasta las rodillas y la corriente no era muy fuerte, pues cerca se encontraba el desierto y el río menguaba hasta desaparecer por completo.

Malio avanzó a su vez tan sólo con su gladio en la mano. El escudo lo tiró al suelo, dejándolo atrás. Cuando quedaron frente a frente, Malio vio que un fuerte vendaje le cubría toda la cara. Desde el mentón hasta la cabellera. Borístenes con ayuda de sus dos manos, se quitó la tela ensangrentada de la mejilla. La herida estaba roja e inflamada, haciendo que sudara profusamente. No llevaba una sonrisa en la cara y aire despreocupado como era habitual en él. Sino que mostraba los dientes, furibundo como un lobo.

Con un gruñido desenvainó y un sonido de metal contra metal fue la señal del inicio del combate. En la orilla frente a la empalizada romana, la lucha de ambos ejércitos se había interrumpido. Todos contemplaban el enfrentamiento entre los dos hombres, sabiendo que el desenlace de la lucha equivaldría al resultado de la guerra.

Ante una brutal embestida del sármata, Malio cayó al río intentando encontrar algún punto débil en su enemigo. A pesar del dolor que Borístenes debía estar sufriendo y que un ojo lo tenía totalmente cerrado debido a la inflamación, no paraba de agarrarle y golpearle sin dejar que el romano rompiera su férrea defensa. Sus fuertes brazos aprovecharon un torpe tajo de Malio dirigido al hombro del sármata y le sujetaron por las orejas, apretujando su cabeza. Con un grito agudo Malio luchó contra su enemigo. La espada se le había caído al río y apoyando su peso hacia adelante golpeó con la frente el rostro herido de Borístenes. Malio aprovechó esto para soltarse e ignorando el dolor y la confusión que sentía se inclinó para coger la gladio que había quedado hundida entre las piedras. Intentó agarrarla tanteando el fondo del río y tocó una piedra. El sármata se movía hacia él con velocidad, así que con cierta desesperación agarró la pesada piedra y le golpeó en el mentón. Su enemigo cayó estrepitosamente contra el agua.

Borístenes pudo levantarse y cogió aire a grandes bocanadas. Su palidez contrastaba con la sangre que brotaba copiosamente por varias heridas abiertas. Volvió a coger aire e intentó enfocar a su enemigo, quien aún agachado tanteaba el río. Malio se levantó y se abalanzó intentando clavar su espada en el cuerpo del sármata. Quien a pesar de su evidente debilidad y estado febril, fue capaz de esquivar la embestida. Sintiendo que las fuerzas le abandonaban se lanzó contra Malio. Era el momento que el romano esperaba, pues pudo golpear con fuerza el hombro de su enemigo con el pomo de la espada. Sin embargo, Borístenes aprovechó que estaban cuerpo a cuerpo, y le enganchó por el cuello haciéndole perder el equilibrio. Ambos rodaron golpeados por la corriente del curso del río.

Intentó volverle a ahogar, pero Malio pudo girarse y fue él quien hundió su espada en el vientre del sármata.

Borístenes consiguió levantar la cabeza y respirar. Con esfuerzo estaba intentando ponerse en pie. Malio clavó con más fuerza la espada, impidiendo que pudiera seguir levantándose. Por fin, cayó al agua tiñéndola de rojo con los ojos abiertos y un rictus de dolor en el rostro.

Malio se levantó con la pesada espada aún en la mano. El romano envainó y con sus hombres cruzó el río hasta llegar al margen donde la batalla se había detenido por completo.

Algunos hijos de Arxas habían sido heridos con flechas, pero el rey había salido indemne.

Otros líderes bárbaros contemplaban la escena atónitos. Su espíritu guerrero les había abandonado, arrastrado por las aguas rojizas del río.

Malio señaló el cuerpo inerte del que hasta ahora había sido el invencible hijo de Arxas.

-He aquí al que vuestros profetas señalaron como el salvador. En esta explanada que nada puede ofreceros- dijo mientras señalaba el horizonte- ¿Dónde está la victoria prometida? Habéis caído en el más cruel de los engaños. ¡Porque lo único cierto es que os espera la muerte!

Mostró sus manos ensangrentadas. Con la espada en su vaina y totalmente empapado por las frías aguas del río.

-Los romanos persiguen un sueño que puede cumplirse. Pero no lo lograremos con palabras, sino con actos. ¡Uníos a nosotros!. Abandonad el combate y empecemos un nuevo camino juntos.

Los sármatas y sus aliados se retiraron mientras sus líderes se quedaron y firmaron la paz. Las condiciones de rendición fueron muy duras con muchos sármatas acabando convertidos en esclavos y otros muchos juzgados y ejecutados. La nueva provincia romana ya era una realidad y parecía que por fin el sueño se cumplía. La frontera era segura y pronto un aluvión de nuevas gentes empezaron sus vidas en aquella región. Los sármatas y las demás tribus abandonaron paulatinamente su tradicional forma de vida. Con fuerza se impuso la visión de Roma.

Malio se dirigió junto a los últimos soldados romanos que voluntariamente se alistaron para partir hacia las fronteras del este. Agamé le había hablado de una leyenda, donde un lugar mágico se situaba en las tierras altas que se encontraban en esa dirección. Un espacio donde la tierra tocaba el cielo y los dioses hablaban directamente a los hombres. Allí a los elegidos no les hacía falta ni espada ni arco. Pues al cruzar el umbral se encontraban con aquello que más deseara su corazón. Y Malio sabía que en aquel lugar estaría esperándole Agamé. Aunque no tuviera ningún sentido, abandonaría su lógica y seguiría las normas del más necio de los hombres. Haría cualquier cosa que le permitiera dejar atrás el mundo conocido y llegar al que construyen los sueños más hermosos.

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⏰ Última actualización: Feb 26, 2019 ⏰

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