Capítulo V

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Malio fue a presentarse al legado Luciano. No sufrieron ningún ataque más, no sabía si porque el legado había puesto orden en la ciudad o por su defensa de Agamé. Pero agradeció que durante el camino no hubiera más incidentes. Así tuvo tiempo de pensar qué iba a explicar, mientras se dirigía al encuentro de la principal representación militar de la región.

Cuando entró,  el legado no estaba sentado en su despacho. Malio se encontró con Antoninus, que era el segundo al mando. Detrás de él un mapa del Imperio y en la mesa multitud de cartas y rollos de papiro diseminados por doquier. 

-Queremos que les ofrezcas otro trato- dijo directamente Antoninus, sin apenas dirigir la mirada al joven Malio- Es hora de que arregles el estropicio que has creado.

-¿Dónde está el legado? Yo sólo le rindo cuentas a él.

Con un ademán ordenó que se sentara y Malio tomó asiento frente a Antoninus. Era un hombre moreno y con una pequeña cicatriz en la mejilla. Sus ojos eran castaños y empezaba a tener algo de barriga. Al parecer no le gustaba realizar las mismas tareas que sus hombres, y su fama de buen anfitrión en los banquetes y fiestas que organizaba era bien merecida. Los devaneos nocturnos estaban afectando claramente a su figura.

-No esperarás que te brinde ninguna explicación, ¿verdad? Limítate a obedecer como ya has hecho en otras ocasiones. Irás a verlos donde está su principal asentamiento. Serás humilde y no te mostrarás altivo ni desdeñoso. Les dirás lo arrepentido que estás por tus acciones y les pedirás perdón por lo erróneo de tu comportamiento. Tu ataque fue por voluntad propia, y debe quedar bien claro que no formas parte de nuestro ejército. Te acompañará un emisario para que actúe en nuestro nombre. Les llevarás un tratado justo y olvidaremos todos este malentendido.

Dicho esto cogió un pergamino que selló y cerró con una cinta roja. Malio miró el documento que se le ofrecía. No hizo ningún movimiento por cogerlo. No pensaba humillarse ante ellos y menos pedir perdón. 

-O cumples mis órdenes o te vas lejos de Lasat. Al averno o donde te plazca- dijo levantándose de su asiento. Malio hizo lo mismo y Antoninus se puso frente a él. Era más bajito pero levantó el rostro con orgullo y habló con autoridad- Pero eso sí, si te vas no podrás regresar nunca más. ¿Lo has entendido?

Malio alargó el brazo y cogió el pergamino a regañadientes. Como odiaba tener que someterse como un borrego al golpe de bastón del pastor. Si pensaba que iba a rendirse sin luchar es que no le conocía. 

-Has dicho que vaya a su asentamiento. Que pida perdón y me humille ante ellos. ¿Crees que está Arxas allí? Sé que cees que porque fui su hijo todo será más fácil. Pero estás muy equivocado. Con Arxas no hay paz posible. Dime si está aquí y si es así, no me envíes con ellos. Me necesitáis a vuestro lado, no en el lado del enemigo. Te lo pido por favor. 

Antoninus le dio la espalda y se sentó en su mesa. Le ignoró y con un gesto amplio le señaló la salida. La decisión ya hacía tiempo que estaba tomada. 

Antoninus vio cómo se marchaba Malio y recordó la conversación que había mantenido con Porcio, el nuevo tribuno que junto a otros cuatro formaba parte de los mandos de la legión. Porcio le había explicado todo lo ocurrido y que el único camino que tenían para intentar reconducir la situación era ofrecerles a Malio en bandeja de plata junto al tratado. Porcio había insistido mucho en eso. Antoninus no pudo evitar su diversión ante la clara animadversión que el tribuno sentía por aquel hombre. Parecía algo personal. No como otros, que simplemente desconfiaban de Malio porque era un hombre que vagaba como un salvaje y tenía por mujer a una sármata. 

Antoninus no tenía nada personal contra él, siempre le había parecido que era un gran aliado en la zona. La información que aportaba era muy valiosa. Pero las presiones porque se firmara la paz eran muchas e incluso el legado recalcaba una y otra vez que no podían permitirse fallar en este aspecto.

Malditos diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora