Agamé y Malio se dirigieron cabalgando hacia la frontera. Hacía calor y Agamé se quitó el poncho. Debajo llevaba su cota de cuero y el carcaj colgado a la espalda. Al ir sin mangas pero con protecciones en las muñecas, Malio pudo entrever el tatuaje de la serpiente. Éste empezaba en su mano derecha y finalizaba, tras enroscarse por el pecho en la nuca.
Aunque ahora quedaba casi oculto bajo la ropa.
-¿Por qué elegiste al dios serpiente? Siempre fue Perún el dios que adorabas y al cual rezas aún por las noches.
Agamé no dijo nada, sino que dirigió su mirada hacia las montañas que se situaban a su izquierda
Malio sonrió y se situó en cabeza, un poco más adelantado ojeando el horizonte.
-También te oigo hablar en sueños, dices muchas cosas.
Agamé azuzó al caballo y se mantuvo en silencio. Juntos se dirigieron a la zona donde acampaban los sármatas y sus aliados.
Agamé pudo distinguir banderas con el dragón cosido en muchos colores. Parecía que casi todas las tribus se habían reunido allí para sellar el trato. Pasaban a convertirse en provincia romana y se les permitiría a una parte de ellos quedarse en el lado romano para reforzar la frontera y ayudar con la reconstrucción y ampliación de una red de fortificaciones. Los demás tendrían que unirse a las legiones que se quedarían en la nueva provincia y otros pasarían a formar parte del ejército disperso por el mundo conocido.
Se acercaron y al hacerlo vieron que los hombres y las mujeres formaban círculos alrededor de una espada. Estaba enterrada toda la hoja y sólo sobresalía el mango de un rojo brillante. El sacerdote se acercaba y vertía sangre fresca sobre la espada. La tierra iba absorbiendo el oscuro líquido mientras a su alrededor oraban todos, sentados alrededor de la espada sobre pieles de animales.
Malio había participado muchas veces del rito de adoración. Pero no entendía qué decían los rezos.
-Nunca he oído esos rezos- murmuró Malio casi como si fuera para sí mismo- ¿Qué significan?
Agamé se había quedado absorta presenciando la escena. Los cánticos resonaban por todo el valle.
-Yo tampoco los he oído nunca. Quizás formen parte de alguna de las profecías sagradas. Nadie nos enseña a orarlas, hasta que van a cumplirse. Solo entonces el sacerdote pronuncia los cánticos de los dioses y el pueblo recita las palabras y aprende así su significado.
Malio buscó entre los círculos la bandera del dragón rojo, símbolo del jefe que mandaba al grupo y mientras lo hacía, el cántico continuó como si en ese momento sólo existiera un pueblo y un dios.
Por fin Malio pudo ver al rey junto a sus hijos. El más alto debía ser Borístenes. La espada del rey no estaba enterrada, sino que se mantenía clavada en el suelo y la sangre goteaba por todo el filo hasta la hendidura que se formaba en el montículo sagrado.
El rey continuó cantando la profecía junto a los sacerdotes. Sus palabras eran ininteligibles. Malio y Agamé continuaban petrificados observando a todos los allí reunidos repetir con fervor unas palabras que no entendían.
Al parecer, la profecía se había extendido como el fuego por todas las tribus. Y su mensaje estaba instalado en todos los corazones.
El rey levantó los brazos y finalizó el rezo profético. A continuación, miró hacia las dos figuras y les señaló con el brazo.
-Allí está- dijo mientras señalaba a Malio- el tratado que nos traen los romanos.
Y ante la señal todos gritaron al cielo y tras ello, los círculos se fueron rompiendo y el pueblo se fue dispersando en pequeños grupos. El rey volvió a bajar los brazos muy lentamente, como si estuviera despertando tras un largo sueño. Malio fue hacia él, pero Borístenes se lo impidió.
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Malditos dioses
Historical FictionTras años de guerra, Roma está a punto de cerrar un tratado con los salvajes sármatas en las lejanas fronteras orientales. Será Malio, un paria romano junto con su compañera sármata, el que decidirá el destino de todos. Copyright © 2018 E. Jaenes ...