TODAS LAS MUJERES INTRIGAN... A IGUAL QUE LOS HOMBRES

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Las chicas sabían que tendrían que caminar mucho, en silencio, antes de intentar siquiera hablar, en especial con Annie.

Recorrieron los pasillos de la Antera como una procesión religiosa. Pasaron por una pequeña sala, donde algunas mujeres de mediana edad reían a carcajadas; en el gimnasio, unas adolescentes practicaban defensa personal; más adelante, había unas duchas, por las que entraban y salían mujeres con diversos estados de ánimo. Las chicas del pequeño grupo veían pasar con envidia a otras tripulantes despreocupadas, ajenas a los problemas en que se habían involucrado. Annie se daba cuenta de aquello y, aunque no había pronunciado palabra al respecto, el sentimiento de culpa por acusar a Arianna era una carga difícil de llevar

Llegaron al comedor común, el sitio a donde, inconscientemente, deseaban estar para hablar con tranquilidad de lo sucedido. Cuando Annie se dio cuenta de esto, se disculpó. No estaba de humor para continuar con ese asunto.

‒ Lo siento, chicas ‒dijo‒. Espero que comprendan que quiero estar sola.

‒ Quédate ‒le pidió Gabbi‒. También es bueno hablar.

‒ No, gracias.

‒ Solo queremos ayudar, Annie.

‒ No lo tomen a mal ‒volvió a disculparse Annie mientras evadía miradas‒, pero creo que no necesito más ayuda.

Dicho esto, dio media vuelta y se retiró. Fue una suerte para las chicas que no pudieran ver su expresión.

Las amigas se quedaron unos momentos en la entrada del comedor, sin saber qué hacer. Kary era una muchacha muy práctica y tomó la iniciativa.

‒ Tengo hambre ‒afirmó‒. Si vamos a hablar, será mejor hacerlo sin el estómago vacío.

Gabbi miro a las demás y levanto los hombros.

‒ Algún día tendremos qué comer, ¿no?

Todas entraron en el comedor, eligieron su platillo de la barra y fueron a sentarse a una mesa en la esquina, muy adecuada para su reunión.

Gabbi, hizo un pobre intento de plática que buscaba hablar de cualquier tema, menos de lo que todas estaban pensando.

‒ Este sándwich se ve delicioso ‒exclamó, y al decir esto, le dio una gran mordida.

‒ ¿Ahora vamos a hablar de comida? ‒le reprochó Aria, frente a un plato al que ni siquiera había tocado.

Kary lidiaba con un bocado tan grande que, si una persona promedio hubiera intentado comérselo, se habría dislocado la mandíbula.

‒ ¿Qué? ‒protestó con una voz apagada por el pan‒. Tengo hambre. ¿Y tú Gabbi? ‒ambas chicas parecían cómplices de un crimen del que se declaraban inocentes.

‒ Igual ‒dijo su compañera mientras se aprestaba a imitarla.

‒ ¿Creen que es momento para comer? ‒reclamó Aria.

Kary se pasó con dificultad el bocado.

‒ Cualquier momento es bueno para comer, si tienes hambre.

‒ Tú siempre tienes hambre ‒bromeó Gabbi.

‒ Soy la amiga tragona del grupo ‒reafirmó Kary‒. Y soy práctica. No es agradable discutir con el estómago vacío.

Aria seguía empecinada en hablar del tema.

‒ ¿No ves lo que acaba de suceder?

‒ Sí ‒contestó Gabbi, sin esperar la respuesta de Kary. Raras veces se mostraba molesta, y hasta poner un rostro enojado era difícil para su cara redonda e infantil‒. Pusieron en ridículo a Arianna y Annie. Y si me permiten mi primera y última opinión antes de seguir disfrutando de este sándwich, deberían dejar el asunto en paz.

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