Desde la Aventura

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Un pequeño punto luminoso en la pantalla concentraba toda la frustración del capitán Nabil, un hombre de cabello negro ensortijado, de altura poco mayor del promedio y de una delgadez nada atlética, pero cuya apariencia imponía porque lo rodeaba un aura de seguridad propia de quien ha ostentado puestos de mando por mucho tiempo. No veía motivo alguno para disimular su decepción por el cambio de planes.

‒ Y aquí es donde un viaje interestelar, termina a la vuelta de la esquina.

La luz parpadeaba y la computadora arrojaba datos que seguía con atención Padelli, el Segundo al mando. Se trataba de un hombre algo bajito y rechoncho que, al lado del Capitán, evocaba la imagen de Sancho Panza junto a Don Quijote. También estaba decepcionado, pero intentaba ser la contraparte de su superior.

‒ Veámoslo de esta manera ‒señaló la pantalla y exclamó en voz tan alta que lo pudieron escuchar todos los tripulantes que se encontraban en el puente de mando‒. La aventura no salió, sino que vino a nosotros. Creo que tenemos una misión mucho más exigente, si es que esa pequeña señal resulta ser una nave tripulada ‒y luego enfatizó‒. Aunque es más que obvio que de eso se trata.

‒ Un contacto con alienígenas en las cercanías de nuestro sistema sería trabajo de políticos o militares en los Cuatro Planetas ‒afirmó el Capitán, molesto. Este asunto no le agradaba lo más mínimo.

‒ Pero ellos están a millones de kilómetros ‒argumentó el Segundo‒. Estamos preparados para establecer contacto, a cien millones de kilómetros o cien millones de años luz, no hay diferencia.

‒ Es muy distinto ‒protestó el Capitán revolviendo los dedos con las manos tras la espalda‒, fungir como visitante que ser un anfitrión.

‒ Por lo visto, esta diferencia le molesta demasiado ‒se atrevió a expresar el Segundo.

‒ Desde luego ‒admitió el Capitán Nabil‒. ¿Y cómo no? Nos han ordenado olvidar por un momento nuestro objetivo principal y concentrarnos en este asunto local. Esto se podría transformar en el fin de la misión.

‒ Esta nave costó mucho dinero ‒argumentó el Segundo‒. Pase lo que pase, más adelante se tendrá que utilizar con el fin para el que fue creada.

‒ Sí, sí ‒dijo el capitán con un suspiro‒. Sería un desperdicio. Solo espero que seamos nosotros quienes estemos en ella para hacer cumplir su cometido. Me consuela saber que nuestros visitantes deben tener información muy interesante qué compartir, aunque ignoro si tan siquiera podamos intentar comunicarnos con una mínima probabilidad de éxito.

‒ Aquí tenemos personas que podrán solucionar cualquier dificultad que se presente ‒apoyó el Segundo‒. Y si no, recibiremos apoyo de los Cuatro Planetas.

Casi desde el momento de detectarlo, la Aventura había salido al encuentro del objeto. Las bases del Sistema de Vigilancia de Objetos Peligrosos en Cygnus I y IV lo habían descubierto mediante los satélites estelares de alerta cercana y les habían comunicado la situación. Esos aparatos estaban ahí con la intención de monitorear el acercamiento de objetos que tuvieran el riesgo de colisionar con alguno de los cuatro planetas interiores. Por el momento, era información confidencial, disponible solo para el personal que se encontraba en el puente al momento del contacto. El capitán se encargó de que esto alcanzara a algunos más.

‒ Oficial ‒ordenó el Capitán a un joven que se encontraba a unos pasos, en posición de descanso‒. Comunique al resto de los oficiales que se presenten en la sala de conferencias.

‒ Sí, Señor ‒el subordinado entendió que debería reunir a la Plana Mayor, observó el puente de mando para cerciorarse de quiénes estaban presentes y luego salió dando pasos largos, decidido a reunir al resto con la mayor celeridad.

Dos mundosWhere stories live. Discover now