Capitulo 34

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Tenemos vacaciones, vacaciones de verdad, en un hotel de verdad. Sinceramente cuando Alan puso el número 101 en su habitación me enamoró más que si me hubiera regalado un viaje de verdad como lo había hecho su madre hace unas horas.

Todavía recuerdo su cara de desconcierto, su sonrisa cuando me vio sonreír, la manera en la que me agarro y me levanto dando vueltas y los besos que me dio hasta caerse conmigo en el sofá.

Ahora aquí estamos en su casa preparando un cena, bueno en realidad es él quien la prepara yo solo le ayudo. Estamos uno detrás del otro y hace un rato que ya no nos decimos nada, no estamos enfadados, no nos hemos peleado, no ha pasado nada malo, pero es un momento en el que con solo una mirada ya nos lo decimos todo y es que no hay mucho que decir todo es perfecto.

Cuando terminamos de cenar nos pusimos en el sofá. Mi madre hacía un rato que me había enviado un mensaje diciéndome que cenaría con los padres de Alan. Obviamente cuando nosotros lo leímos solo pensamos en que mis padres aceptaran la propuesta del viaje, sabíamos que era difícil pero no nos preocupó.

Mientras Alan escogía una película para ver yo llamé a Ana para saber que tal le iba todo. Ella solo me dijo que todo iba bien, que se aburría, ya que no tenía mucho que ver por allí, que tenía pensado acercarse al centro de Londres y que cuando lo haga me comprará un recuerdo. Luego me preguntó por Alan y le conté lo de las vacaciones. No os podéis ni hacer una idea del grito que pegó. Después de un largo discurso sobre la suerte que tengo me dijo que se tenía que ir pero que me llamaría.

Cuando colgué el teléfono Alan me rodeó por la cintura y me puso su cabeza pegada a la mía.

- Ahora vas a hacerle caso a la película y vas a dejar tu móvil o sufrirás las consecuencias- me amenaza entre susurros.

- ¿Me estás amenazando?

- Sí- me mira de lado y me sonríe.

- ¿Y cuáles son esas consecuencias? ¿Vas a pegarme? Te aviso que me sé defender eh.

- ¿Crees qué le voy pegando a mi novia? Yo soy mas listo que eso, yo- me aprieta hacia él- soy más de hacer cosquillas hasta que me hagas caso.

Le aparto de mí empujando su pecho, dejo mi móvil en la mesita y me siento en el sofá. Alan me mira sonriendo.

- No vas a tener esa suerte- le digo riéndome-. Pon la película.

Apaga la luz, le da al play y se sienta en el sofá a mi lado. Nos faltas las palomitas o unas patatas fritas pero eso es lo de menos. El home cinema es genial, un león ruge y la película comienza.

La película hace que lloremos los dos. Eso de que los hombres no lloran con las películas era una mentira. Cuando la película termina estamos uno al lado del otro, ambos con la cara mojada por el desenlace. Él me mira y ríe.

- No llores- me dice limpiándome una lágrima de la mejilla.

- Pero si tu también estás llorando- le digo-. No llores, es una película.

- Lloro porque quiero que me limpies las lágrimas.

Le limpio el contorno de los ojos y le beso la frente. Él me abraza fuerte. Y entonces le susurro al oído:

- No me importa limpiarte las lágrimas si tu también me las limpias cuando yo lo necesito.

No dijimos nada más durante un buen rato. Luego nos levantamos para ir a lavarnos la cara y recoger la cocina. Lavamos los platos en cadena, como el cocinó a mi me toca lavarlos y a él secarlos. Es un trato justo. En quince minutos teníamos la mesa recogida.

Al rato le pedí que me llevara a casa. Al principio me pidió que me quedara a dormir, luego entendió que me tenía que ir a mi casa así mañana sabría la respuesta de mis padres.

Cogió sus llaves y fue a su habitación me trajo una sudadera suya.

- Vamos en moto, el coche tiene un faro fundido- me explica.

Cojo la sudadera de su mano, es pesada. Me la pongo en la cabeza, me pongo las manos y la bajo. Parezco un saco, me queda gigante. Alan se ríe y me ayuda a remangar las mangas. Luego cogemos mi casco del armario de la entrada y bajamos al garaje.

El garaje está lleno, no hay ni una sola plaza vacía. Alan coge su casto del maletero de la moto y se lo pone, guarda todo incluido mi bolso allí. Es tan pequeño que pensé que no iba a entrar, pero se ve que era mayor de lo que parecía. Me pongo yo también mi casco y arrancamos.

Llegamos a mi casa y mi madre sale a la puerta. Me bajo de la moto y me saco el casco. Me acerco a ella y le doy dos besos.

- ¿Qué tal?- me pregunta.

- Bien, ¿y tú?

- Muy bien- dice-. He cenado con tus padres- le dice a Alan.

Alan que se acerca con el casco en la mano ya le sonríe al escuchar sus palabras.

- Me alegro, espero que se lo hayan pasado bien.

- Sí, ha sido una larga velada pero no tan larga como la vuestra- nos dice-. Podrías haberte quedado a dormir María- mi cara cambia completamente, me sorprende que sea mi madre la que me lo propone-, no ves que ahora Alan tendrá que volver y no son horas.

- No se preocupe Helen no es nada.

- Alan trátame de tu. Apaga tu moto hoy duermes aquí y no hay nada más que hablar.

- Helen de verdad no es necesario.

- Sí mamá, no le va a pasar nada- digo incrédula ante sus palabras.

- No hay más que hablar. María mañana hablaremos más ahora dale un pijama de tu hermano y poneros a dormir- dice mientras se va hacia dentro.

Besos para dormirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora