18. Biblioteca cerrada

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La profesora de química estampó la evaluación desaprobada contra mi escritorio, quedándose de brazos cruzados y mirándome decepcionada. El resto ya había recibido sus exámenes, yo era la última, y muy seguramente, la peor nota.

—Le prometo que será la última vez, voy a prepararme y aprobaré la siguiente —confirmé con seguridad, tomando la prueba entre mis manos y asintiendo.

—Becca, llevas diciendo eso desde el primer día que ingresaste al salón —replicó soltando un suspiro, me mordí el labio pensando una excusa—. Tendrás que abandonar la clase, no podemos permitir un promedio como el tuyo.

Shit.

—¿Qué? —Una tercera voz interrumpió, ambas nos giramos a Alexander, había levantado la vista de su cuaderno, en el cual llevaba leyendo hacía varios minutos—. No puede sacarla del curso.

—Alexander... —susurró la maestra, rascando su nuca y dibujando una mueca—. Entiendo que eres el mejor alumno y es tu compañera, pero las reglas de la institución dicen que...

—No importa lo que dicen las reglas anticuadas y viejas —objetó dejando la libreta sobre el banco, enfocándose en la discusión. ¿Me estaba defendiendo? Wo—. Debería ser más considerada, estamos hablando de una alumna cuyo coeficiente intelectual es bajo.

—¡Claro que no! —exclamé levantando la palma, dispuesta a pegarle, pero me contuve bajándola a tiempo.

—Lo que quiero decir —continuó luego de la falsa amenaza, dando un rápido chequeo en mi dirección para verificar que no se viniera ningún otro golpe—. Es que si bien, es algo tonta, su pasión por la química la motiva a seguir en la clase, a estudiando y superándose cada día.

Me volteé a él, con expresión disgustada y extrañada. Alexander acercó su pierna a la mía por debajo de las sillas, dándole una suave patada, con la esperanza de que siguiera la mentira.

—¿Eso es verdad, Becca? —inquirió ella con interés, abriendo los ojos grandes.

—Claro que lo es —Desvié la vista por la habitación, desconociendo que aportar—. Amo, pero amo... ¡Los tubos de ensayos! Y las batas blancas y las explicaciones aburridas, digo, entretenidas, sobre los componentes químicos.

—¿En serio?

—Sí, siempre está emocionada de venir a clases —articuló Alexander sin demasiada convicción.

—Becca, creo que te prejuzgué mal, pensé que ya no querías estar en nuestra clase, pero ahora que te escucho decir esto... Me siento optimista —comenzó trazando una sonrisa orgullosa y volviendo a tomar el papel. ¡Sí! ¡Me cambiará la calificación! ¡Pan comido! Que fácil—. Prometo darte tarea extra, trabajos prácticos y evaluaciones especiales sólo para ti.

¿Qué? No, no, no.

Mi compañero de banco se atragantó, burlándose en silencio y divertido por el sufrimiento ajeno en que me había metido. La profesora se orientó a él, enderezándose.

—Y tú, Alexander, te debo una disculpa... Pensé que Becca era una molestia para ti. Ahora que veo que la defiendes, entiendo su amistad, y por eso, creo tanto en ti como en tus capacidades de mejor alumno. ¡Serás su tutor! —exclamó entusiasmada, moviendo su brazo al compás y chasqueando los dedos.

Los dos torcimos el cuello, escuchando a la mayor dar su pequeño discurso motivador.

—¿Puedes prepararla para una nueva evaluación de la semana que viene? —preguntó ella apuntando la hoja y guardándola en su bolso—. Será un poco más difícil que la anterior, pero con las motivaciones correctas todo se puede.

UncoverWhere stories live. Discover now