10. Caos en el comedor

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Aún adolorida por el golpe, me reincorporé con cuidado, soltando un quejido.

—¿Qué haces? Levántate, debemos salir —habló un chico acercándose a mí. Levanté la cabeza un poco mientras con el brazo retiraba los mechones de cabello mojado que me impedían la visión, alcanzando a ver una mano tendida esperando ayudarme.

La acepté cargando el peso en ésta, intentando pararme a la vez que alzaba la mirada. Un Alexander Williams me observaba atónito con la boca entreabierta y los ojos como platos. Me analizaba el antifaz que cubría el rostro con empeño, tal quisiera tratar de ver más allá.

—¿Qué?

Mis piernas se negaron a reaccionar dejándome inmovilizada, sentía como el corazón me latía con tanta fuerza que amenazaba escaparse del pecho, y lo único que hacía era contemplarlo horrorizada; a punto de ser descubierta.

¿Qué iba a hacer?

Antes de llegar ahí, recapitulemos más atrás; a la causante de todos mis problemas, con nombre y apellido, Malia Moore, alias la farsante.

Luego de tres días de mentiras, Malia había subido su popularidad y reconocimiento por los techos, estaba en boca de todos. Las personas se acercaban a ella para pedir autógrafos y fotos a toda hora, pero ella había comenzado a rechazarlos por su conveniencia a partir del segundo día.

Tenía al instituto en su trampa debido a sus habilidades muy bien desarrolladas de mentira y manipulación, no obstante, un grupo reducido sabía la verdad -con eso me refiero a la banda, a mi persona y a Alexander-.

El último se había pasado horas investigando cada uno de mis movimientos, era entendible que no cayera en la red de falacias tan fácilmente. Lo admito, muy en el fondo me gustaba saber que alguien fuera de mis amigos supiera la realidad.

A pesar de esto, no estaba dispuesta a dejarlo pasar, por lo que, junto a la banda habíamos hecho un plan; simple y rápido. Limpiaba mi reputación y escapábamos sin dejar rastro. Sólo que a veces los hechos no ocurren en el orden y velocidad que deseamos, factor que no tuvimos en cuenta.

Plus, en la escuela eran unos salvajes.

—¿Entendiste? —preguntó Connor, clavando sus ojos sobre los míos y acariciando su guitarra.

—Lo repetiste cinco veces —contesté burlona, colocándome el antifaz color negro que me cubriría la identidad—. No, espera, fueron seis.

—Sólo es para estar seguros —comentó con obviedad a la vez que se ponía el suyo, eran algo similares.

—Creo que hasta yo me lo sé de memoria —declaró Evan desde el asiento delantero con diversión, volteándose a nosotros y dándole un mordisco a su barra de cereal—. Bájense, ya. Tengo cosas que hacer.

Se refería a ver una serie mientras nos esperaba.

—¿Y la sutileza? ¿No nos vas a abrir la puerta? ¿Ayudarnos? —interrogó Connor, examinándolo con el ceño fruncido.

—No.

Ignorando su conversación deslicé la puerta de la camioneta para bajar de ésta de un brinco y voltearme, estirando la mano hacia Connor, como si fuera una princesa bajando de su carruaje.

—¿Ves? Eso se llama caballerosidad —añadió sacudiendo su cabeza y bajando junto a la guitarra con mi ayuda demasiado generosa.

—No me hagas soltarte...

Ya ambos en el suelo, cerramos la puerta a nuestras espaldas.

—Es fácil, lo hicimos miles de veces —murmuró para sí mismo, acomodando el instrumento sobre su pecho.

UncoverWhere stories live. Discover now