Capítulo 18

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DEL PRIMERO AL veinte de agosto siguieron sucediéndose los fenómenos alarmantes. El Mont Pelee lanzaba sin pie­dad, sobre la isla en ruinas, vapores mortíferos, torrentes de lava, terribles ruidos subterráneos que culminaban en fuertes terre­motos. Apenas quedaron casas en pie, ni siquiera en los lugares del sur más distantes del monstruo enfurecido: Lamentine, Anse de Arlets, Sainte Anné, quedaron reducidos a escombros, y las cenizas abrasadoras, llevadas por el viento sobre el mar, llegaron a centenares de millas de distancia... Dos millones de toneladas de aquellas cenizas mortíferas fueron recogidas en las islas Bar­bados... El arco entero de las pequeñas Antillas, desde Carlota Amalia a Puerto España, desde las Islas Vírgenes a las de San Jorge y Tobago, se estremeció en pequeños o grandes temblores de tierra, a las convulsiones del volcán de la Martinica... Y muy cerca de Fort de France, entre los refugiados en cuevas o cabañas de palmas al borde de la ensenada del Fuerte de San Luis, el último D'Autremont luchaba con la muerte, atravesado el pecho por una horrible herida...

—Tengo sed... tengo sed... ¡Agua... Agua...!

—¿No oíste Colibrí? Acércale un jarro..

—No queda sino un trago de agua limpia, patrón...

—Pues dáselo... ¿No ves que tiene sed?

Juan se ha acercado para llevar a aquellos labios ardidos por la fiebre, la tosca vasija de barro donde el último poco de agua potable se mantiene fresca... La rubia cabeza enmarañada ha vuelto a caer sobre los trapos que le sirven de almohada, el rostro noble y pálido ha vuelto a quedar inmóvil, y algo parecido a una sonrisa borra un momento la profunda amargura de los labios de Juan:

—Ahora dormirá unas horas... Está mejor, tiene menos fiebre, mejor pulso, va recuperando las fuerzas... Si pudiéramos alimentarlo...

—¿Se pondría bueno, patrón?

—Espero que se reponga de todas maneras... Es de buena cepa... A primera vista parece delicado y frágil, pero no. Coli­brí... Tiene mucho de D'Autremont y poco de Valois...

—¿Usted quiere que sane, patrón? ¿Que se ponga bueno, que vaya a su palacio, a aquella hacienda grande donde maltratan a los trabajadores como a esclavos?

—Ya no hay en la Martinica haciendas grandes... Tan sólo hay ruina y muerte, y ese que ruge sordamente, ese monstruo que es el volcán, es nuestro único amo...

—Tengo miedo, patrón —se queja el muchachuelo casi llorando.

—Muy pronto conseguiré la forma de sacarte de este infierno, muchacho... En cuanto Renato se levante... Para él le será fácil conseguir puesto en uno de esos barcos que salen... Le pediré que te lleve consigo. Estoy seguro que no se negará a salvarte...

—¿Y usted, patrón?

—Yo no. Colibrí. Todavía tengo que hacer aquí... Me han informado que algunas religiosas del Convento del Verbo Encar­nado se hallan refugiadas en Riviére Salee, y que otras van lle­gando de distintos lugares. Al amanecer saldré para allí...

—¡Ay, patrón, usted se va a matar de tanto andar de un lado a otro! Donde quiera que le dicen que hay una monja, allá va... Y todas le dicen lo mismo: que la pobre señora Mónica...

—¡Calla! ¿Qué sabes tú? ¿Qué sabe nadie?

—Si el señor Renato fuera bueno y buscara sitio en un barco para usted también, patrón...

—Para mi no va a buscarlo, ni tampoco lo aceptaría Colibrí. No saldré de la Martinica, no renunciaré a mi última esperan­za... ¡Yo seré el último que salga!

Juan Del Diablo (Corazón Salvaje: libro 3) [Completa]Kde žijí příběhy. Začni objevovat