Capítulo 2

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NO RETIRO LA apuesta... la dejo... ¡Treinta onzas a la reina de diamantes!

Sobre el verde tapete, las cartas están en cuatro mazos, y el montón de monedas, que Juan del Diablo acaba de ganar, vierte su brillante destello sobre la carta nueve veces triunfan­te... Poco a poco sus contrincantes se han ido retirando, y, ahora, los dos últimos se alejan en silencio. Casi nadie juega ya en el tugurio; los que no se han ido, se agrupan alrededor de aquella mesa mirando con ojos asombrados al hombretón que sonríe con gesto tan amargo a su buena suerte...

—Creo que has desbancado la mesa, Juan —observa Noel—. ¿Por qué no recoges tus onzas y nos vamos ya?

Un hombre se ha detenido en la puerta del tugurio y ha penetrado lentamente. Las cabezas se vuelven observando sus ropas de caballero, su perfil aquilino, la expresión tensa que endurece su rostro, el brillo metálico de sus ojos claros, fijos en el rostro de Juan. Poco a poco va acercándose a la mesa, y es Pedro Noel el primero en descubrirlo, poniéndose de pie, agarrándose alarmado del brazo del patrón del Luzbel, sin lograr moverle, mientras implora apremiante:

—Vámonos de aquí, Juan, vámonos inmediatamente. Ya es muy tarde, las cinco por lo menos... ¡Recoge tu dinero y vámonos! ¿No ves que se van todos?

—¿No hay quien haga juego? —inquiere Juan alzando la voz—. ¿No hay nadie que responda a la apuesta? ¿Nadie quiere medir su suerte con Juan del Diablo?

—¡Yo! —acepta Renato acercándose—, ¡Y doblo la apuesta!

—¿De veras?

—¿No estabas pidiendo un contrincante? ¡Aquí está! ¿Qué te pasa? ¿No tienes bastante dinero?

—¡Dije treinta onzas a la dama de diamantes!

—¡Sesenta al rey de espadas! ¡Echa cartas, croupier! ¿No oíste? ¡Echa cartas!

—A Bruno le sorprende la presencia de un caballero en su casa. Por eso te mira de esa manera —observa Juan, apagándose en sus pupilas la cólera que por un momento las encendiera—. Y no responde, sencillamente porque es mudo. Pero eso sí, oye muy bien. Echa las cartas. Bruno, no tengas miedo... acepto al contrincante. Tu nuevo cliente tiene mucho dinero, y no importa que no saque las onzas del bolsillo. Pagará, pagará hasta el último centavo de todo lo que pierda, que será mucho. Aunque nació para ganar, ahora le ha llegado el momento de perder...

—¡Por favor, basta de tonterías! —tercia Noel, asustadísimo y tartamudeando—. Juan y yo nos íbamos en este momento, Renato. El lugar se cierra precisamente al amanecer, y está ya amaneciendo. Yo creo que después de lo que ha pasado...

—Después de lo que ha pasado, no debería usted atreverse a dirigirme la palabra. Noel —reprueba Renato con altanería—. Hace un momento, este hombre desafió a todos los presentes a luchar contra su suerte. Nadie ha respondido más que yo. Dije sesenta onzas y aquí las tiene. ¿Qué esperabas para tallar, imbécil?

El llamado Bruno baraja rápidamente las cartas entre sus ágiles dedos. Los últimos jugadores de otras mesas desaparecen. Sólo dos o tres rezagados se mantienen alrededor de aquella mesa, espiando con curiosidad la extraña pugna. Juan parece sereno, mientras Renato tiembla de cólera, y Noel, resignado, baja la cabeza. Caen los naipes uno a uno en el silencio espeso de las respiraciones contenidas, hasta que...

¡Rey de espadas! —proclama Renato. Y satisfecho, pero sin poder ocultar la amargura, observa—: ¡No es imposible torcer la suerte de Juan del Diablo! ¡Perdiste a un solo golpe!

—¡No! A un solo golpe va ahora todo lo que tengo. ¡Todo lo que tengo contra esas noventa onzas! —Rabiosamente, Juan ha hundido las manos en sus bolsillos, sacando puñados de mo­nedas, arrugados billetes... Hay dinero de todos los países: las pequeñas y gruesas libras esterlinas y el pálido oro de Venezuela junto a arrugados billetes de cien francos y florines holandeses—. Aquí hay noventa onzas, poco más o menos. Va contra todo lo tuyo, ¡si es que no me niegas el desquite!

Juan Del Diablo (Corazón Salvaje: libro 3) [Completa]Where stories live. Discover now