Capítulo 17

1.6K 53 24
                                    

JUAN HA ASOMADO la cabeza entre las inquietas aguas, y ha vuelto a hundirla en ellas... Abrasan las caldeadas aguas del mar, pero aun es más quemante el soplo de fuego que baja de la montaña... A su alrededor hay otros hombres que se agitan como él, debatiéndose entre los dos elementos terribles: el agua que quema y el aire que abrasa... Rostros ennegrecidos y que­mados, brazos que se extienden en busca de auxilio, cuerpos inmóviles y cuerpos gesticulantes, vivos y muertos, lesionados y sanos... masa múltiple que lucha enloquecida de espanto, sin acabar de comprender lo que pasa... De dos brazadas, Juan ha llegado al sitio en el que viera hundirse la oscura cabeza del muchachuelo negro, agarrándolo al fin por el delgado cuello, sacándolo a flote, volviendo a hundirlo, sacudiéndolo hasta obli­garlo a despejarse...

—Patrón... me muero... —se queja Colibrí con voz ahoga­da—. Quema el agua... quema el aire...

—No te mueres... agárrate a esa tabla... —Con todas sus fuerzas, Juan ha nadado, arrastrando al muchacho. Muy cerca está el pequeño bote insumergible... Flota de costado, pero es fácil volverlo—, ¡Sostente, Colibrí!

Otra mano crispada ha surgido de las aguas, agarrándose también al costado del bote. Otro rostro desfigurado, otra cabeza chamuscada y herida se alza buscando el aire, otro hombre llega a disputarle aquel abollado cascarón que representa la última esperanza de salvarse.

—¡Suelta, Renato!

—¡No, Juan!

Otra vez frente a frente... Otra vez, en el instante más duro de la última batalla, una fatal casualidad los enfrenta y los ata en aquellas dos manos juntas en crispación desesperada, en aquellas dos bocas que aspiran con idéntica ansia la última ráfaga de aire respirable. Y es un relámpago de odio el que arde en las pupilas de Renato, al increpar:

—¡Hundiste mi barco, lo hiciste estallar, saltar en pedazos!

—¿Estás loco? ¿Cómo hubiera podido? ¡Creo que fue el volcán!

—¿El volcán... el volcán...? ¡Oh! ¿Y Mónica? ¡Estaba en el Luzbel...!

—¡No, no estaba! ¡La puse a salvo!

—Entonces, era verdad... ¡Oh, no puedo más! — Se ha apagado el rencor en sus ojos claros. A su alrededor, el agua se tiñe de sangre, mientras la mano libre de Juan sostiene el cuerpo de Colibrí, ahora inanimado como si hubiese vuelto a desmayarse...

—¡Renato... arriba! ¡Sube al bote... apóyate en mí! ¡No te dejes hundir!

—¡Es inútil, Juan! ¡Estoy herido! ¡Salva al muchacho! ¡Sál­vate tú!

—¡Arriba, Colibrí... adentro! ¡Ayúdate... arriba! —ordena Juan empujando el cuerpo del muchachuelo negro—. ¡Ahora tú... pronto, Renato, no voy a dejarte! ¡Arriba!

Con esfuerzo lo ha alzado, y rueda el cuerpo examine hasta el fondo de la pequeña embarcación... Con el último aliento, se alza él también, y un instante queda de pie en la frágil barquilla, abarcando con mirada de horror y espanto que le rodea... San­gra por diez heridas, la ropa quemada se le cae a pedazos mos­trando la piel enrojecida y chamuscada, pero nada es todo ello para lo que sus pupilas contemplan... A sus pies, como un animalejo herido, se agita Colibrí:

—¿Qué pasó, patrón? Nos pegaron las balas... nos hundie­ron, ¿verdad? ¿Hundieron al Luzbel!

—¿El Luzbel? ¡Oh, no! El Luzbel no se ha hundido... ahí está, quemado, destrozado, pero flotando... Se hundieron los demás, se hundió el Galión, como si el mar se lo sorbiera, se hundieron otros barcos, todos. Colibrí, casi todos... ¡Mira!

Juan Del Diablo (Corazón Salvaje: libro 3) [Completa]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang