1. El viaje

3.9K 246 226
                                    

Cheshire, Reino Unido

Saboreó la sangre de su labio inferior, viendo en el espejo cómo su boca, ahora de color guinda, no dejaba de gotear el rojo y espeso líquido de sabor metálico. Harry estaba más que acostumbrado a sentirlo.

Limpió la zona una vez más, pasando con cuidado el algodón con antiséptico sobre la pequeña cortada. Solo fue un segundo el que se descuidó, un parpadeo para que sus torpes dedos lo traicionasen mientras deslizaba la hoja de la máquina de afeitar por debajo de su labio inferior, rasurando de más el escaso vello facial.

Utilizó prácticamente todo el resto de algodón que guardaba en el botiquín de primeros auxilios, sintiéndose afortunado de que la herida dejase de sangrar antes de llegar marearse.

No era una exageración, al menos no en su caso.

Tiró el algodón a la papelera con desdén y antes de salir del baño reparó en su aspecto frente al espejo. Ojeroso, con los ojos verdes rodeados de un rojo acuoso y delgado, como un personaje barroco de las trágicas novelas de Edgar Allan Poe; un cuervo con las alas rotas y mucha mala leche. Con el pelo recién cortado, ya que también se encargaba de cuidar, con comillas, su aspecto en casa. Miró los cardenales en sus brazos y manos, formando aureolas violáceas y rojizas, y sintió lástima de sí mismo, como todos los días.

—¿Harry? —La voz de su madre lo hizo voltearse. Lo miraba con preocupación, buscando con la mirada algún nuevo daño en el cuerpo de su hijo. Al encontrarlo sólo pudo suspirar con resignación—. ¿De nuevo te cortaste?

—Sí, fue un descuido —respondió sin ánimos y su habitual malhumor. Todavía estaba adormilado, últimamente no descansaba bien y su madre insistía a que se debía a su encierro. Harry pensaba que quizás tenía razón, pero prefería no hacer nada al respecto.

Le aterrorizaba salir. El solo pensar en los riesgos que había fuera de su casa y en las nefastas consecuencias que podría acarrear el fingirse un aventurero, le revolvía el estómago. Sobre todo, de aburrimiento. A aquellas alturas de su vida le aburría su condición y en quién se había convertido por ello.

—¿Vas a dormir?

—Sí, un poco. Me duele la-

—Cabeza, lo sé. Siempre te duele la cabeza —se quejó ella y Harry sólo pudo bufar en respuesta, ya acurrucado sobre su mullida cama y la cabeza descansando en los blandos almohadones. Se disponía a cerrar los ojos, pero escuchó nuevamente su voz—. Nico llamó a casa, dijo que había llamado a tu móvil y que no contestaste.

—¿De verdad? —Se reincorporó volviendo a sentarse, buscando con la mirada el aparato, sin éxito. No sabía dónde lo había dejado y su desordenado entorno no ayudaba. Necesitaba ordenar su habitación antes de que pareciese –más– un claustro de zombies.

Algún día lo haría, organizar y esas cosas útiles de las que había oído hablar.

Bufó al pensarlo.

—Está debajo de ese calcetín —dijo su madre señalando la usada prenda, que parpadeaba sutilmente debido a la fuerte luz de la pantalla. Harry se bajó de la cama y tomó el teléfono del suelo, comprobando que Nico, su mejor amigo, o único amigo, lo había llamado doce veces.

Doce.

—Pero qué... —Casi dio un salto cuando una nueva llamada entró. Nico otra vez—. ¿Qué diablos te...?

¡¿Dónde estabas, maldito ermitaño?! He tenido que llamar a tu casa, ¡estoy seguro de que hasta tu propia madre duda en ocasiones de si sigues con vida! —Lo sintió tomar aire. Harry parpadeó—. ¡Tengo algo que decirte!

As de picasWhere stories live. Discover now