12. El final

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Un último beso, un anillo y un avión que despegó.

No quedó nada más.

Las Vegas siguió.

♣ ♠ ♥

El agua fría cayó primero en su nuca y no se inmutó; el resto de su cuerpo tampoco. Su piel ni siquiera tuvo la decencia de erizarse ni sus dientes de castañetear. Con la frente pegada a los fríos e impolutos azulejos del baño de su nueva habitación de hotel y las palmas de sus manos como único apoyo, largó un suspiro pesado. Quince minutos de frío no eran nada, su interior ya había jugado antes con hielo. Porque era como si su alma, en sí, no se hallara.

El vacío, de por sí, ya era frío. El vacío era arduo, latente y no daba tregua. Si lo comparaba, el frío que rozaba su piel no era nada.

Acostumbrarse a la sensación no fue fácil; sí inevitable. Fue una resignación que aceptó, una con la que supo que debía lidiar, pues se había despedido de él hacía ya un mes. Treinta días y treinta noches recordando aquella última tarde de besos.

Giró el grifo de agua y cerró una mano en un puño, apretándolo contra los azulejos y haciendo grujir sus nudillos hasta doler. Hacía aquello a menudo, notar algo le recordaba que seguía vivo.

Desde hacía un mes.

Se amarró una toalla blanca a la cintura mientras gotas de agua cincelaban su espalda. Su pelo, más largo, caía sobre su frente dejando resbalar más agua por los empapados mechones. Su nueva realidad se resumía en una cama gigantesca donde aguardaba su ropa limpia y recién planchada, junto al cálido ambiente de la suite y el olor avainillado que danzaba. El mini bar sin tocar, la bandeja del desayuno a la espera de que el servicio la retirara, los ventanales, las cortinas de lino perfectamente fruncidas y la alfombra de lana donde le gustaba acariciar sus pies desnudos.

Louis resopló. Miró el anillo que aún adornaba el dedo anular de su mano izquierda y lo acarició con el pulgar.

En poco tiempo también se dio cuenta de que todo lo que siempre anheló, eso que creía que sería la comodidad y, por ende, el bienestar, se convirtieron en las sobras y con lo que debía conformarse. Ni el dinero, la habitación más cara de un hotel, la comodidad, ni toda Las Vegas se comparaban a aquella sensación fugaz y de paz que había vivido.

Nada se comparaba al mundo donde Bambi existía y se tropezaba.

Le resultaba duro recordar que nuevamente el lujo y el dinero debían volver a ser su prioridad. Que debía recobrar su importancia y volverse a topar constantemente con una fuente de dicha.

Recordarse a diario que Bambi ya no habitaba Las Vegas era similar a la idea de arrancarse la sonrisa y coserse a sí mismo la herida.

Recordarse que eso era lo mejor volvía a doler. Asumir que lo mejor que le podía pasar a una persona era que se alejara de ella escocía, y por eso el dolor físico no era nada. Hubiera preferido mil palizas, mil mafiosos, hombros dislocados o mandíbulas desencajadas... En el transcurso de un mes descubrió que un cuerpo sin alma no servía. Y Louis nunca creyó en las almas, mas sí en los motivos que sustentaban la apetencia de un hombre a seguir adelante y que su suerte hiciera de los engaños, las drogas y el azar su desventurada y eterna rutina. Mientras evitaba los nítidos recuerdos de Harry cerrando sus ojos, emocionado y abrumado cuando se abrazaron por última vez.

Tenía que sacudir la cabeza y concentrarse para no quedarse anclado a aquel recuerdo. Tenía que mirar hacia la ciudad del pecado y la capital de las segundas oportunidades. Al mundo enjaulado y sentenciado en sus propias reglas, donde Ciro, El Mexicano, Gutiérrez únicamente se había quedado con un cuerpo e intelecto autómatas.

As de picasWhere stories live. Discover now