Capítulo 9 parte 2

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Terrence estuvo toda la mañana en el departamento, por lo que Candy no pudo ir al hospital hasta la tarde.

Salió pocos minutos después que él.

Por la ventanilla del carruaje admiró lo hermosas que lucían las calles. Tenían una delgada capa blanca, producto de la suave nevada del día anterior. Amaba la nieve, le traía memorias de su infancia, y ahora tenía el recuerdo de la noche más feliz de su vida.

Palpó el anillo por encima del guante, y una expresión bobalicona adornó su rostro.

«Terry, soy tan feliz», susurró en su interior.   

Unas calles adelante, el carruaje se detuvo y ella bajó enseguida. Después de pagar al cochero subió los escalones hasta la entrada del hospital.

El vestíbulo era más grande que el del Santa Juana, y también se notaba más movimiento. Fue hasta el módulo de información y preguntó por la habitación de Susana Marlowe.

—La señorita Marlowe tiene restringidas las visitas —informó la mujer detrás del mostrador.

Candice exclamó un "oh" sorprendido. Pero ella era Candice White, nunca dejaba que un "no" se interpusiera entre ella y su objetivo.

Deambuló un poco por los pasillos, hasta que encontró las escaleras que dan a las habitaciones. Podía ser más grande que el hospital de Chicago, pero en esencia eran iguales. Fue por eso que supuso que la actriz estaría ingresada en el primer piso, donde por lo regular colocan a los pacientes que tienen poca movilidad.

Acababa de entrar a uno de los pasillos de la primera planta, cuando los gritos histéricos de una mujer la hicieron detenerse.

—¡Es su culpa!

—¡Cálmese, señora!

El aire se le atascó en la garganta al reconocer la voz de Terry.

—¡Ella le salvó! ¡Es su deber cuidarla!

«¡Estoy harto de escuchar esa maldita frase!», el recuerdo rebotó en su mente.

Temblorosa retomó su andar por el pasillo.

—Voy a cuidar de ella, pero no como usted me pide —escuchó al llegar a la esquina.

—Mi hija lo ama, y su deber es casarse con ella.

«¡Casarse con ella!».

Y fue ahí, que el corazón de Candy estalló; miles de partículas salieron despedidas por todas partes. A su mente acudió un recuerdo de una tarde de juegos en el hogar de pony, cuando Tom le había lanzado una bola de nieve con demasiada fuerza. Esta había impactado en su pecho, justo sobre el corazón. El dolor la hizo llorar, pero luego de un rato se le había pasado.

¿Pasaría alguna vez este dolor?

—¿Quién es usted? —preguntó la señora Marlowe al reparar en la presencia de la rubia.

—¡Candy!

Terrence creyó morirse cuando la vio ahí, con la mirada rota y la cara desfigurada por los sollozos.

—¿Por qué, por qué no me dijiste? —balbuceó con la voz entrecortada.

—¿Es ella? ¿Ella es la mujer por la que se niega a cumplir con su deber?

Terrence ignoró a la señora Marlowe y corrió al encuentro de la joven.

—Mi amor, no llores. —Sin importarle la presencia de la vieja, la envolvió en un abrazo.

—Terry, me duele, siento que voy a morir.

—Perdóname, pecosa —musitó con la voz ahogada.

Tú eres mi vidaWhere stories live. Discover now