Capítulo 8

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Candy se quedó tres días en Nueva York. En el departamento de Terry. Y, a pesar de la escasez de pensamientos castos, el joven actor respetó a la muchacha.

Esos días, Candy tomó posesión del departamento como ama y señora. Se levantaba temprano y preparaba un desayuno rápido para el chico, luego lo despedía en la puerta, y ella se afanaba en limpiar. Preparaba el almuerzo y metía todo en viandas que luego llevaba hasta el teatro, donde compartía la comida con Terry, en la intimidad del camerino. Se quedaba toda la tarde, atenta al ensayo. Y a Susana Marlowe.

En ocasiones, Terry le echaba miraditas desde el escenario, y ella se sonrojaba sin remedio.

A Candy solo le faltó ir a trabajar al hospital para que esos días fueran un vistazo de lo que podría ser su vida como marido y mujer.

«Sin la mejor parte», protestó el joven mientras trataba de leer la escena en que Romeo muere.

Repasaba sus líneas en el camerino, mientras esperaba a que se reanudara el ensayo. Tuvieron que hacer una pausa para que montaran la escenografía; a partir de ese día ensayarían todos los detalles del desarrollo de la obra.

Hizo el libreto a un lado. Sus pensamientos insistían en desviarse hacia su rubia pecosa.

«Apenas ayer te fuiste, y siento como si hubiesen pasado siglos», bufó, exasperado consigo mismo por lo dependiente que se ha vuelto de la chica.

Esa mañana, en cuanto despertó, la buscó con la mirada en la cocina, pues siempre se levantaba primero que él y lo recibía con una taza de su té preferido. Té que bebía acompañado de la joven, con ella sentada sobre sus piernas. Una tortura a la que no quiso renunciar, ni siquiera por la salud de los órganos que más estimaba.

Dejó el sillón en el que leía, y salió del camerino. Necesitaba despejarse o se pondría todo melancólico y sensible por la ausencia de su pecosa. Buscó a Robert y le preguntó si tardarían mucho más, a lo que su jefe respondió que por lo menos un par de horas. Decidió que tenía tiempo de ir a comer un poco de los macarrones que la joven le dejó ya cocinados.

Camino al departamento recordó la plática que sostuvo con Candy, luego de la declaración amorosa de Susana Marlowe.

***

—Te juro que yo no le he dado motivos —dijo Terry, todavía sin poder creer lo sucedido.

Candice se acercó al chico, estaba sentado en la cama, con las manos sobre su cabeza.

—Por experiencia sé que no necesitas hacer nada para enamorar a una chica. —Candice intentó sonreír, mas solo logró una mueca triste.

—Contigo fue diferente. —Terrence giró la cabeza para mirarla y decir—: A ti quería conquistarte —exhibió una sonrisa que hizo que los latidos de la chica se aceleraran.

—Y lo hiciste muy bien —se sentó junto a él y lo abrazó de la cintura—. No debes sentirte culpable. Nadie elige a quien amar.

—No me siento culpable de no amarla, si es lo que piensas —aclaró, aceptándola en su costado. Su brazo rodeaba los hombros femeninos.

Candice movió la cabeza un poco, apenas lo suficiente para que sus labios tocaran los de Terry. "Lo sé", dijo después de ese pequeño contacto.

Se quedaron abrazados sin decir nada más. El tema de las cartas seguía ahí, suspendido entre los dos, sin embargo, ninguno deseaba tocarlo en ese momento.

Fue Candice quien, pasados unos minutos, tuvo una idea que, aunque loca, no quiso desechar.

—¿Crees que ella... haya ocultado mis cartas? —Terrence se levantó y salió del departamento como una exhalación—. ¿A dónde vas? —gritó Candy.

Tú eres mi vidaWhere stories live. Discover now