Capítulo 6

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Candice llegó a la puerta del hospital temblando de frío. Traía la cara sucia, manchada por las lágrimas que los recuerdos le hicieron derramar. Cada día se ha recriminado una y mil veces el no haberse explicado mejor, el haber dejado que el temperamento de Terry se interpusiera.

«Debí hacer un intento más», pensó mientras se limpiaba la cara con la manga del vestido.

Desde entonces no habían vuelto a cruzar palabra, ni siquiera cuando ella bajó en Nueva York. Intentó despedirse de él, pero la frialdad de su mirada la detuvo, sabe por experiencia lo duro que puede ser. Fue por eso que le dejó una carta de despedida, en la que desnudaba sus miedos, y le explicaba el porqué de su decisión. Una carta en la que reafirmaba sus sentimientos por él, donde le manifestaba que ella seguía considerándolo su prometido y le pedía que, si él seguía sintiendo lo mismo, se reunieran en Chicago cuando la compañía visitara la ciudad.

Pero él no la ha buscado.

¿Es que acaso ya no la quería?

Se moriría si fuera así.

Cabizbaja entró a las instalaciones y corrió a cambiarse. Había dejado su uniforme escondido en una de las bodegas de productos de limpieza para no tener que ir a su habitación, y arriesgarse a que su compañera de cuarto, Flamy Hamilton, la descubriera.

Vestida de blanco llegó a su puesto en la ventanilla de información del hospital. Natalie estaba inclinada sobre la mesa, actualizando la bitácora de control de pacientes.

Estaba de espalda, cerrando la puerta de la estancia, cuando el timbre profundo de la voz de Terrence preguntando por ella, llegó hasta sus oídos; estremeciéndole el cuerpo.

—Terry...

Terrence Graham Grandchester era experto en ocultar sus emociones, sin embargo, ver a Candy después de meses de añorarla, casi lo hizo ponerse a llorar delante ella y la otra enfermera.

—¡Candy! —Quiso decir otra cosa, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

—¿Lo conoces, Candy? —Natalie miró a la rubia, en espera de una respuesta.

—Sí, él es mi... —La palabra prometido casi escapó de sus labios.

—Soy su prometido —dijo entonces Terrence.

Candice se llevó una mano al estómago. Un furioso aleteo acababa de cobrar vida en su interior. Las benditas mariposas de las que todos los enamorados hablaban.

—No es hora de visitas —intervino una cuarta voz, desde el umbral. Ninguno se había percatado de la llegada de la enfermera jefe.

—¡Flamy! —Natalie se levantó y miró a su jefa con un poco de temor.

—¿Qué haces aquí, Natalie? Esta es la guardia de Candice.

—Yo... yo...

—Me estaba cubriendo mientras iba al sanitario —respondió Candy enseguida, no quería que la chica tuviera problemas por su culpa.

Flamy ignoró la justificación de Candy y se dirigió a Terrence.

—Debe irse, estas no son horas de visita.

—Entiendo. —Terrence se tragó las ganas y no insistió.

Candice vio al chico darse la vuelta para irse, y se dio cuenta que no podía dejarlo ir sin hablar. Era lo que había estado deseando desde que supo que estaría en Chicago. No perdería la oportunidad. Así que desoyendo las órdenes de Flamy, salió de la pequeña estancia y corrió tras él. Que la castigara si quería.

Tú eres mi vidaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant