Candice lo siguió escaleras abajo hasta que se detuvo en una de las puertas de la planta baja. Lo que la joven no sabía, es que Terry recordó un incidente al que tiempo atrás no le dio importancia. Susana Marlowe despidiéndose de su casera.

En aquél momento le pareció raro, pero, como nunca le ha interesado la vida de la actriz, no le dio más vueltas. Incluso pensó que estaba brindándole un autógrafo.

Idiota.

Del departamento salió una mujer de mediana edad, llevaba el cabello oscuro recogido en un moño alto.

—¿Cuánto le ofreció? —preguntó Terrence a quemarropa, sin darle tiempo a asimilar su presencia.

La mujer perdió el color del rostro y se estrujó las manos, nerviosa.

—Yo... no es lo que piensa —murmuró cabizbaja.

La señora Ross sabía que algún día tendría que rendir cuentas a su inquilino, no obstante, guardaba la esperanza de que tal momento nunca llegara. En un principio se negó a la propuesta de interceptar todas las cartas que tuvieran a Candice White de remitente, pero la señorita Marlowe le había suplicado su ayuda. La tal señorita White era un obstáculo en la felicidad de la actriz, ya que no aceptaba que la relación con el actor terminó tiempo atrás. Ella, que fue engañada por su marido con una novia de la adolescencia, se vio reflejada en la pobre muchacha y terminó ayudándola.

El hecho de que en la primera semana llegaran cuatro cartas, le hizo pensar que la tal Candice era una acosadora de la peor calaña. Por eso, cada vez que una carta procedente de Chicago aparecía en el buzón de Terrence, ella la sustraía y la guardaba para entregarlas a la señorita Susana; quien pasaba una vez a la semana por ellas.

Y ahora, con el semblante enfurecido de Terrence frente a ella, comenzó a dudar de su actuar.

—¡Son un par de ladronas! —gritó fuera de sí—. No tenía ningún derecho a espiar mi correspondencia. ¡Es privado! —La señora Ross brincó ante el impacto de la mano de Terry contra el marco de la puerta.

—Cálmate, Terry, por favor —intervino Candy, le colocó una mano en la espalda y la otra en el pecho, temerosa de que en cualquier momento salte sobre la asustada mujer.

—¡Como quieres que me calme si por su culpa viví un calvario!

La señora Ross cerró los ojos, sin poder aguantar la mirada enfurecida del actor.

—Mi amor, mírame. —Candy movió la mano del pecho a la mejilla de Terry, obligándolo a hacerlo—. Estoy aquí, contigo. Eso es lo importante —susurró despacio, la mirada zafiro cautiva de la suya.

—¿Y si no lo estuvieras? ¿Y si te hubiera perdido? —Terrence cerró los ojos, reacio a imaginarse en esas circunstancias.

—No pasó, cariño. —Acarició con el pulgar su rostro—. Vamos arriba, ¿sí?

Derrotado por la dulzura de la chica cerró los ojos y con un movimiento de la cabeza aceptó. Se fueron sin despedirse.

Desde el umbral, la señora Ross observó a la pequeña rubia que, ahora sabía, era la verdadera dueña del corazón de Terrence Graham.

***

Terry llegó al edificio, y al pasar por la puerta de la señora Ross la miró con rencor.

Todavía no sabía cómo iba a proceder con Susana. Le costó toda su educación de caballero inglés no ir a gritonearle lo que pensaba de ella. De lo que sí estaba seguro es que recuperaría esas cartas. Hervía de rabia cada vez que recordaba lo miserable que se sintió ese mes que no recibió las misivas de Candy. Las ideas descabelladas con las que se torturaba, y las veces que estuvo a punto de mandar todo a la mierda e ir a Chicago.

Tú eres mi vidaWhere stories live. Discover now