Relato XVIII: Títeres

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Cada año, mi grupo de amigos se reúne para pasar una semana de vacaciones. Salimos en una vieja furgoneta y recorremos la costa este. Playas, cenas, parques y películas son cosas que no pueden faltar en nuestro viaje. Era mi primera vez de vuelta en los planes después de ausentarme dos años. Desde que mamá había muerto, nadie podía cuidarme a mis hijos. Esta vez, sin embargo, Jack había insistido para que estuviéramos todos, aunque eso significara tener que cargar también con los niños.

La aventura estaba casi por terminar. Tim y Fran, mis pequeños, se había divertido mucho. Uno había recién cumplido los siete y el otro ya tenía nueve. Nos encontrábamos sentados en una mesa de madera bajo un árbol, esperando a que los demás encendieran una fogata. Asar malvaviscos mientras contábamos historias sonaba como un plan que no podíamos dejar de hacer. Me encontraba distraída mirando las luciérnagas, cerca del lago donde Jack ajustaba las cañas de pescar, cuando Madeline llamó.

—¡Chicos, vengan! —gritó desde cerca de la cabaña—. Ya encendimos el fuego.

Le sonreí a Fran y desperté a Tim, que se había quedado dormido sobre mi regazo. Se levantó, restregándose los ojos y estirándose.

—¿Qué pasa? —dijo con voz amodorrada.

—Ya vamos a la fogata.

—¿Y van a contar historias?

—Sí.

—¿De miedo?

—Probablemente sí.

—Entonces, probablemente —dijo, pronunciando con dificultad—, no quiera ir. No quiero escuchar historias de miedo.

Le di un beso en la cabeza, muerta de ternura, diciéndole que estaba bien. Podía irse a dormir. Le pedí a Fran que acompañara a su hermanito hasta la recámara y lo ayudara a meterse en la cama. Si quería, luego podía reintegrarse con nosotros en la fogata.

Así lo hizo. Cuando regresó, ya estábamos todos los demás alrededor del fuego. Le hice espacio a mi lado y le di unos cuantos malvaviscos dorados ensartados en un palito. Madeline nos miró con dulzura.

Ellos eran muy jóvenes aún como para tener hijos. Jack y Teresa aún no terminaban la universidad. Michael, Jacob y Madeline apenas habían salido en el verano. Mi hermana se hubiera graduado con ellos si el accidente nunca hubiera sucedido. Fueron sus amigos antes de ser los míos.

La ronda de relatos tétricos había comenzado. Teresa y yo optamos por narrar unas historias que habíamos descubierto en internet. La mía era sobre unos lobos, la de ella trataba de una embarazada en una casa embrujada. Así fuimos pasando los turnos hasta que le tocó a Jack.

—Apuesto a que no han escuchado acerca de...

Tomó la linterna y la puso bajo su barbilla. Mostró una sonrisa cómplice. Jack era ese miembro del grupo que se pasaba metido en internet buscando todo tipo de leyendas urbanas. Se sabía la historia de los principales creepypastas de rabo a cabo, y en orden cronológico. Sin duda, ese era de sus momentos favoritos. Cambió la voz a una más profunda y rasposa para intimidarnos.

Susurros a medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora