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—¿Sabés, Tato?— dijo, Renato se giró hacia su voz, con la cabeza reposada en su regazo, sus ojos entrecerrados por la mezcla de alcohol y cocaína que habían ingerido recientemente —Me llegó un mensaje hoy temprano.

—¿Qué decía?— preguntó, paseando la yema de sus dedos por los muslos del hombre.

Había pasado casi un mes ya. Renato había recolectado todo el dinero para pagar la deuda, el cual Gabriel se aseguró llegase hacia su madre sano y salvo a Argentina. Lo comprobó cuando ésta lo llamó histérica por la mañana intentando averiguar cómo mierda lo había conseguido. Había jugado un par de veces más, siempre acompañado de Gabriel, y lo había acompañado a él a incontables juegos. Ya ni siquiera podía recordar del todo cuántos casinos había pisado en la última semana, cuántas escenas habían montado frente a tanta gente diferente.

—Anda rondando un apodo para vos.

—Soltalo de una vez, Ga.

Amuleto, así te llaman. Dicen que sos mi amuleto de la suerte.

—Lo soy— afirmó, sonriendo tranquilamente, mientras llevaba sus dedos hacia el rostro de Gabriel, acariciando con lentitud la piel suave de éste.

—Lo sos, amor. Sos lo mejor que me pasó en todos estos años, en toda mi vida.

—¿Lo soy?

—Por supuesto.

—¿Y qué hay de tu infancia?

—No hay necesidad de hablar de eso.

—Pero quiero saber sobre vos— dijo, en un quejido.

Estaba siendo caprichoso, pero no podía evitarlo porque sabía que Gabriel le daría cualquier cosa que pidiera. Se sentó sobre su regazo, refregando su nariz en su cuello como si fuese un gatito en busca de caricias. Casi podía sentir a Gabriel desarmarse debajo de su cuerpo.

—Mi mamá era prostituta, era la amante de mi papá. Por eso me quedó sólo una pequeña parte de su fortuna, porque en realidad era su hijo bastardo. Ellos murieron en un accidente de autos después de que él la fuera a buscar al trabajo una noche.

—Uh, Gabi— susurró, pegando sus frentes, con la angustia alojada en el fondo de su garganta —Eso es terrible, bebé.

—El pasado ya no importa, no cuando te tengo a vos.

—Mi viejo era un adicto al juego— admitió, sintiendo que no podía aguantarlo más cuando el hombre frente a él se había abierto a la fuerza por su culpa —Él murió debiéndole a gente muy importante, por eso la deuda. Nunca lo dije porque... me daba vergüenza admitirlo. Me daba vergüenza darme cuenta de que en realidad hay un poco de él en mí.

—No digas eso, Tato— pidió, dejando un casto beso sobre sus labios como si eso fuese a reponer una parte de lo que se había quebrado dentro suyo —Sos maravilloso. Lograste recomponer a toda tu familia, darles de vuelta la paz que tu papá les sacó.

—Y a cambio de eso me perdieron para siempre.

Gabriel suspiró sobre sus labios, sacándole una pequeña sonrisa. Su familia lo había perdido, los había abandonado por una vida lujosa y llena de vicios peligrosos, su amante siendo el principal de ellos. No podía decir que se sintiera culpable, no realmente. No cuando los dedos de Gabriel lo acariciaban como si estuviese a punto de romperse debajo de su toque, no cuando sus respiraciones se entrelazaban una con la otra, acompasándose poco a poco.

Sus labios se abrieron para dar paso a los de Gabriel, quien los lamió con la punta de su lengua antes de introducirse a su cavidad bucal para darle un beso apropiado. Cerró los ojos, dejando que sus pestañas cayeran sobre sus mejillas, sintiendo la pesadez de su cuerpo de repente al relajarse sobre el tacto. Enredó sus dedos temblorosos en el cuello de la camisa desprendida de Gabriel, moviendo sus labios con languidez y parsimonia, sin intención de volver el beso fogoso ni pasional. El chasquido de sus labios era lo único que podía escuchar, además del latido de su corazón retumbando por todo su cuerpo. Se acomodó mejor sobre su regazo, tirando a Gabriel hacia él un poco más, separándose de golpe para recibir una mirada confundida en busca de una explicación.

Saturno. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora