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Se despertó enredado entre los brazos de Gabriel, quien suspiraba sobre su nuca, moviendo algunos de sus cabellos contra su piel provocándole cosquillas. Se levantó con cuidado, observando al hombre desplomarse hacia el otro lado, como si ni siquiera hubiese notado los movimientos a su lado. Sonrió, antes de introducirse a husmear al vestidor para agarrar una camisa limpia y un par de boxers. No iba aponerse su propia ropa sucia, no al lado de un hermoso multimillonario que le había hecho la cogida de su vida.

Se dio un baño, poniéndose shampú dos veces para asegurarse de que el semen seco de Gabriel se fuese finalmente. Se sintió fresco, una vez le utilizó el desodorante y buscó un cepillo de dientes nuevo en alguno de los cajones. Cuando salió, con un boxer negro y la camisa rojo sangre sin prender, Gabriel estaba ocupando toda la cama de una manera que Renato jamás podría haber imaginado con su pequeño cuerpo.

Bajó las escaleras intentando despejar su mente, decidiendo que iba a prepararse un desayuno y tal vez uno para Gabriel también, si es que se despertaba lo suficientemente temprano como para ingerirlo.

Al final de la escalera, junto a unos de los sillones de cuero frente al plasma más grande que había visto en su vida, se encontraba su valija junto con el maletín que había dejado abandonado apenas había puesto un pie dentro de la casa, demasiado desesperado por tomar algo de Gabriel como para siquiera pensar con propiedaden lo que estaba haciendo.

No le prestó demasiada atención, presionando con fuerza sus labios para no sonreír. Gabriel era un extraño, no sabía más que su nombre y lo bueno que era en la cama, no conocía más que la textura de sus labios y el aura de poder que lo envolvía a su lado. No podía permitirse estar feliz por una persona a la que había conocido hacía menos de un día, alguien a quien tendría que dejar atrás una vez volviera a su vida en Argentina.

¿Qué vida en Argentina? Realmente, lo único que había ahí para él eran su madre y su hermana. A quienes no veía tan seguido como debería en realidad.

Sacudió la cabeza de camino hacia lo que suponía sería la cocina, evitando pensar en lo que sucedería en el futuro. Revisó cada estante del gigante lugar, realmente, esa simple parte de la casa ya era mucho más grande que el departamento que alquilaba hasta hacía un tiempo atrás, con los muebles negros, las ventanas de vidrio dejando que la poca luz que había ese día llenará el lugar lo suficiente como para no necesitar iluminación artificial, con la isla y la mesada de mármol haciendo un hermoso contraste minimalista que Renato aprobaba por completo. Amaba el diseño de interiores, pero no tenía la voluntad para hacer algo al respecto ni el dinero para aplicarlo él mismo.

Revolvió los estantes uno por uno, en busca de recipientes e ingredientes para hacer al menos un par de panqueques, mientras la cafetera (que le llevó unos cinco minutos hacer funcionar) preparaba el café. Gabriel no parecía ser una persona que cocinara mucho, ante la falta de ingredientes para la simple preparación de un par de panqueques y lo ordenada que se veía la cocina en comparación a lo que había visto en las estanterías del baño y su cambiador.

—¿Así que no sólo sos bueno en la cama?

Ocultó su sobresalto, girando sobre la isla para quedar en dirección a la entrada. Le dio la espalda a la hornalla en dónde su desayuno comenzaba a cocinarse, para sonreírle coquetamente a Gabriel, quien todavía llevaba los ojos entrecerrados y el cabello en todas las direcciones. Se veía sexy, tan sexy, que Renato podría haber dejado todo ahí para volver a llevarlo a la cama y montarlo hasta la semana siguiente.

—Soy bueno en muchas cosas, Gabriel.

—Me alegro, Tato— contestó, rodeando la isla, para apoyar su cuerpo contra su espalda, hablando sobre su oído —Porque yo me mantengo entre los límites de tener sexo y actividades ilícitas.

Saturno. [Quallicchio]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora