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—Terminado— avisó, dejando a Renato con la boca abierta y los ojos sobre la llave. Gabriel las miró de reojo con una sonrisa que le indicó que sabía justo lo que estaba pensando —Sabía que no lo harías. Te estaba probando de todas maneras— Renato abrió y cerró la boca como un pez, sintiendo las mejillas calentarse poco a poco al ser atrapado —Arreglaré el resto de mis negocios por teléfono. ¿A dónde tenés que ir, lindo?

Le pasó la tarjeta del hotel, para que él mismo pudiese leer la dirección. Podría estar llevándolo a cualquier otro lado menos a su destino y jamás sabría, porque realmente jamás había estado ahí antes. Su padre iba, casi religiosamente, todos los meses, por lo cual Renato odiaba el lugar desde que era muy chiquito y veía a su mamá llorar por el constante abandono de su marido, y la odió todavía más de grande, cuando su madre lloraba por la falta de dinero y las deudas millonarias que su padre seguía acumulando. Para lo único que aún deseaba que siguiera vivo, era para que se encargara de sus propios problemas.

—¿Estás quedándote ahí?

—Uhhh sí, tengo cubierta la noche, pero supongo que será donde me voy a quedar hasta que tenga que irme de acá. Tengo que devolverle el dinero a mi amigo para que pueda volverse a Uruguay.

—¿Tu amigo te prestó esa gran cantidad de dinero? ¿En qué está metido?

—No lo sé. También sabía sobre vos. No quiero siquiera preguntarle.

—¿Qué clases de amigos tenés, Renato?

—Nunca me rodeé de la mejor gente— contestó, encogiéndose de hombros como si en realidad no importase. Lo hacía, en algún punto.

—Eso se nota, amor. No estarías acá conmigo si no fuese así.

Renato no respondió. No tenía palabras y tampoco hubiese querido hacerlo de todas maneras. Gabriel parecía una persona peligrosa, alguien de quien tenía que cuidar su pellejo, con aquella sonrisa que le derretía el mundo y unos ojos que se veían suaves bajo las luces de neón de la ciudad. Aunque sabía que no era así, el hombre tenía más sangre en sus manos de la que probablemente podía contar, llevaba años de tomar el dinero de personas fallecidas probablemente sin un deje de arrepentimiento. ¿A Renato le importaba? No, no demasiado. Quería enterrarse bajo su piel y sentir cada cosa que él sentía, quería ahogarse en el poder y absorber cada sensación atrapante que le producía su actitud de soy un maldito dios que hace bailar la muerte en la punta de sus dedos quería envolverse en ella, quería que se hicieran uno.

—Llegamos— avisó, dejando el auto en marcha frente al pobre hotel en el que residía, poco alumbrado y con una fachada muy triste. Le daba escalofríos siquiera pensar que tendría que dormir ahí.

Bajó, llevando el maletín de Agustín con él, confiando en el extraño con el resto de su dinero, no queriendo dejarlo en una habitación vacía. El morocho lo esperaba sentado en el sillón del lobby con un semblante demasiado tranquilo para el de alguien cuyo mejor amigo corría reales riesgos de muerte. Tal vez a Agustín nunca le había importado, lo cual no tenía por qué impresionarle.

Aclaró su garganta, logrando que su amigo al fin levantase la mirada. Su expresión no cambió demasiado, su boca apenas se curvó en una sonrisa de labios pegados, mientras se sacudía el cabello hacia arriba. Renato le entregó el maletín, dejando que sus dedos se apretasen en el proceso como una señal de gratitud. Lo miró a los ojos, esperando encontrar felicidad en ellos, pero sus iris color marrón estaban casi completamente dilatadas por la baja luz del lugar, dándole un aspecto frívolo y tenebroso. Tal vez Agustín siempre había sido así, pero sus ojos no podían ver más que el apuesto hombre con facciones talladas a mano y una piel tibia frente a sus labios, un hombre con quien podía acostarse una noche y actuar como si nada hubiese pasado el día siguiente, un hombre que no se encontraba ahí, o había sido producto de su imaginación.

—Tu habitación es la 53.

—Gracias— dijo, retrocediendo un poco —No me voy a quedar acá hoy, pero gracias.

—¿A dónde irás?

—¿Te acordás del hombre del que tanto hablabas, del que tantas historias escuchaste?

—¿El inmortal?

Sonaba patético en voz alta, pero le pegaba tan bien que no pudo reírse.

—Me está esperando afuera— concluyó, dirigiéndole media sonrisa que no le fue devuelta.

—Tené cuidado de en dónde te metés, Renato. No querés dar un paso en falso con esa gente.

Quiso reírse en su cara ante tan estúpida advertencia. Él mismo había sido quien le había recomendado el juego, el mismo le había concretado una fecha, explicado a qué casinos ir y qué palabras decir para que entendieran lo que buscaba, ¿y se preocupaba porque iba a acostarse con alguien?

—Sé cuidarme por mí mismo, Agus— declaró, dando un paso adelante con algo de torpeza para abrazarlo por los hombros. Se lo devolvió con una sola mano, palmeando la mitad de su espalda como si con eso pudiese reconfortarlo. Suspiró, antes de separarse dando un par de pasos hacia atrás para volver a salir —¿Estás seguro de que no querés el dinero de la inscripción?— Agustín negó con la cabeza, dándole una sonrisa entre comprensiva y agotada —Algún día te lo voy a compensar. Nos vemos.

—Eso espero, Quattordio.

Para su alivio, el Bugatti Veyron seguía esperándolo altivo en medio de un barrio que lucía pobre con su extravagancia reluciendo en las calles. Se subió con rapidez, intentando dejar atrás aquel hotel al que definitivamente tendría que volver. No podía darse el lujo de conseguir algo que valiera la pena, no cuando su objetivo era prácticamente cuadruplicar su dinero para pagar una deuda.

—¿Ya est-

Lo agarró de la corbata, tirando hacia su cuerpo para unir sus labios con fuerza y profundidad. Sus dientes se chocaban con fiereza y sus labios ardían por el ímpetu con el que ambos estaban moviéndolos. Los dedos de Renato treparon a lo largo de la corbata para enterrarse en su mandíbula, mientras que las manos de Gabriel se deslizaban por los costados de su cuerpo, causándole una ola de escalofríos a través de toda la columna.

No quería dejarlo ir, pero sus respiraciones se estaban volviendo más pesadas y sus movimientos más lentos, como si necesitaran separarse por su propio bien. Pero los labios de Gabriel eran tan bruscos y electrizantes que le hacían sentirse poderoso, su sangre erupcionando debajo de su piel, como si se estuviese convirtiendo en una persona totalmente diferente a la que era antes.

—¿Qué estás esperando, inmortal?— susurró, tirando apenas de su labio inferior, antes de desplomarse sobre el asiento del copiloto como si nada hubiese pasado. Se hubiese sentido como una efímera y mágica alucinación si sus labios no se sintieran tan pesados y los ojos de Gabriel se vieran tan perdidos —¿No vas a llevarme a tu casa?

—Mansión, amor.

—Perdón, no quise decir casa, quise decir cama.

—Eso sí que puedo aceptarlo.

La velocidad del auto en el camino en dirección a su mansión había sido el doble que las veces anteriores. La tensión sexual podía casi palparse en el aire, ambos con un par de prominentes erecciones y los labios rojos. Renato aún podía sentirlos palpitar, lo sintió a lo largo de todo el camino, que, a pesar de la velocidad, pareció mucho más largo que todos los anteriores.

El proceso para entrar a la casa le juntó un revoloteo de nervios en la parte inferior del estómago, casi sobre la ingle. Entraron por un gran portón de rejas con una cabina de seguridad a un lado, dando vueltas a lo largo de un jardín lleno de flores rodeando una fuente hermosamente iluminada. Creía que las casas del primer lugar que frecuentaron eran extravagantes hasta que la mansión de Gabriel se abrió paso frente a él, con tres pisos de alto, ventanas amplias dejando entrever partes del lugar que se encontraban iluminadas y un par de fuentes más pequeñas decorando el jardín delantero previo a la majestuosa entrada.

Renato se bajó del auto apenas estuvo estacionado frente a la gran entrada, tomando el maletín con fuerza entre sus dedos, como si eso lo detuviera de saltar sobre Gabriel en ese preciso momento. El hombre apuró el paso para quedar a la par suyo, deslizando una tarjeta frente a la puerta antes de abrirla de par en par, haciéndole una reverencia para que pase. Renato aceptó con una leve sonrisa, inclinando su cabeza apenas. El bulto de Gabriel seguía allí y Renato no podía quitar la vista de él.

Saturno. [Quallicchio]Where stories live. Discover now