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Los nervios le atravesaban hasta lo más profundo de los huesos, haciéndolo temblar a pesar del tapado extravagante que había comprado en Versace un par de años atrás, antes de que la economía de su familia se fuese a la mierda y la vida lo golpeara una y otra vez, casi sin cesar. La voz de Agustín continuaba retumbando en su cabeza, en busca de recordarse a sí mismo que esa era la única solución, la más fácil. Deberle a la mafia no era algo recomendable, por lo que morir en el intento de salvar su pellejo y el de su familia no sonaba tan mal como sabía que debería.

El asunto era un problema de su padre adicto al juego, quien después de llevar una racha estupenda de suerte, ganando miles de dólares en un simple abrir y cerrar de ojos, comenzó a deberle a gente importante que le prestaba su dinero a sabiendas que después podrían quitarle más de lo que le habían ofrecido.

La cosa era que Eduardo Quattordio murió en julio de aquel año, dejando a su familia a la deriva con cada millón que debía. Renato lo odiaba, odiaba a su padre por arriesgar a su familia de aquella manera tan insensata, por un impulso estúpido que ni siquiera intentaba sacarlos de la ruina. Él sabía que su padre nunca jugó para ganar, o al menos no en su último tiempo de vida.

Las Vegas siempre había sonado como una ciudad divertida y extravagante, llena de vicios que parecían lejos de poder arruinarte la vida, pero parado en el sótano frío y muy extravagante de un casino, con su cabello sintiéndose pesado por la grasitud que le formaba el ambiente, Renato supo que todo lo que escuchaba estaba muy lejos de la verdad.

El lugar no dejaba de ser elegante, con una decoración de miles de dólares, las paredes impresionantemente libres de manchas de humedad a pesar de la cantidad de metros bajo tierra en la que se encontraban y pisos de mármol reflejando su cuerpo caminando con una firmeza que realmente no lleva dentro. No obstante, no podía dejar de oler en el ambiente el aura negativa que llevaba cada rastro del lugar.

Un par de guardaespaldas lo guiaron hasta una puerta blanca después de revisarlo en su totalidad para comprobar que no tuviese armas. Portaban un semblante serio que evitó mirar para no salir corriendo de ahí antes de lograr lo cometido.

No estaba listo, en lo más profundo de su mente, Renato sabía que la experiencia cambiaría la forma de ver su vida pasara lo que pasara, si era que, después de ello, seguía con vida.

La puerta se abrió delante de sus ojos, dejando ver un grupo de dos hombres y dos mujeres hablando tranquilamente, rodeados de la humareda que provocaban sus cigarrillos. No pudo prestarles demasiada atención a ellos, con sus vestimentas baratas intentando pasar por alta costura y el olor de sus perfumes entremezclándose con los rastros de humedad y el humo, logrando una combinación más que espantosa que esperaba no tener que soportar demasiado tiempo.

El revólver yacía en medio de una mesa de vidrio junto a dos balas, brillando de forma amenazante, como si esperara con ansias por cargarse a su próxima víctima. Renato había leído previamente sobre el juego en Wikipedia, leyó sobre el arma que tenía en frente, reluciendo como si recién hubiesen terminado de pulirla, pero recordar su nombre no era algo que pudiese ni importara en ese momento.

—Era hora— dijo una de las mujeres, arrojando el cigarrillo al piso, sin inmutarse al dejar una mancha gris sobre el piso beige y reluciente después de aplastarlo con su taco aguja de mal gusto— Ya estabas tardando demasiado.

Rodar los ojos no era un lujo que quisiera darse en ese momento, con un arma frente a sus ojos por primera vez, y el peso del maletín con medio millón de dólares que Agustín le prestó porque tenía fe en él y toda esa mierda que Renato no quiso escuchar en el momento, pero se arrepintió de no hacerlo en ese mismo segundo por no tener otro par de palabras alentadoras en su mente.

Saturno. [Quallicchio]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz