Veinticinco

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El autobús se detuvo permitiendo que los ojos curiosos de los pasajeros volvieran a escudriñarme mientras bajaba.

Agradecía el hecho de que mi salud usualmente era muy estable y la combinación entre mi ropa mojada y el frío viento de aquel día no me provocó enfermarme. Claro, aunque eso jamás tranquilizaría a mi abuela, que al notarme llegar así me mandó a tomar una ducha caliente y a ponerme un montón de suéteres.

—Esta sopa es muy buena para quitar el frío —dijo ella mientras colocaba un humeante plato frente a mí.

—Ya no tengo nada de frío —respondí soltando una risita mientras me acomodaba la gruesa bufanda—. ¿Sabes? Creo que no estuvo tan mal, ¿no? Digo, arruiné una parte de la sorpresa, pero si algo demasiado malo hubiera sucedido Harry ya me habría dicho algo.

—No te preocupes, mi Lindsay. La mayoría de veces las personas tendemos a exagerar los errores que cometimos —explicó ella sentándose a mi lado con su té despidiendo un delicioso aroma a canela—. Entonces, ¿Gwynaeth y tú no han hablado?

—No, abuela, no... Pero eso ya no me importa demasiado —expresé tomando mi iPhone que acababa de sonar anunciando un mensaje—. Es Harry.

—¿Habrá sucedido algo? —comentó la abuela mirándome con interés.

—No lo sé —respondí mientras terminaba de leer el mensaje—. Dice que quiere encontrarse conmigo mañana en el museo de historia natural.

Dejé el teléfono en la mesa, reflexionando sobre lo que acababa de mencionar segundos antes. ¿Y si todo había salido mal?

Terminé mi sopa y después me dediqué a limpiar la cocina junto a mi abuela. La admiraba mientras acomodaba sus cucharas en los cajones de la alacena y admiré su tranquilidad mientras hablábamos de lo que podría haber pasado en la cita de Harry y Gwynaeth.

Poco a poco la plática comenzó a desviarse y llegué a un pequeño cuestionamiento en mi cabeza.

—¿Cómo fue tu primera cita, abuela? —pregunté mientras nos acurrucábamos en el sillón para mirar la televisión.

—Fue muy divertida —expresó soltando una risita—. Claro que no fue en realidad una cita, pero recuerdo cuando aquel chico de once años me invitó a tomar el té a su casa. Sentí el primer acercamiento al amor real.

—El amor real —repetí mientras me metía un pedazo de chocolate a la boca.

—¿Qué me dices tú, mi niña? —preguntó inocentemente la abuela causando que mi sonrisa se desvaneciera por un segundo.

—Nada especial —respondí subiendo un poco el volumen al televisor que hacía de fondo a nuestra conversación.

Cuando algo es demasiado importante para la sociedad, los adolescentes solemos recurrir a una carta de emergencia si es que nos está costando trabajo alcanzarlo: negar que es relevante.

Todo siempre parece más dramático de lo que realmente es, porque ahí me recuerdo con doce años y sin haber tenido una cita. Siempre decía que eso no era importante y que me parecía una estupidez colocar tanta importancia en un evento pasajero... Claro, todo eso cayó cuando Simon me invitó a mi primera cita.

Un evento romántico, un evento especial e inocente... Bueno, la mía no fue nada de eso. Hostil, invasiva y muy caótica sería la forma en que yo la describiría.

Es hasta el momento en que todo pasó cuando me di cuenta de la verdadera insignificancia del asunto y de la necesidad de no obsesionarse con eso. Sólo era cuestión... de dejarlo fluir. Forzar un evento normal nunca sale bien.

Libélula: En busca de buenos amigos. ✨Where stories live. Discover now