Diez.

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—¡Pequeña! ¿Quieres agüita, preciosa? —preguntó la anciana antes de abrirle completamente la puerta a Gwynaeth.

—No. ¡Abre ya!

—Buenos días, señora McGruffin.

La anciana salió por la puerta y recibió a Gwynaeth con un abrazo.

—¿Será sólo una botella de leche?

—Sí, ¿quieres té, querida?

—No gracias, voy hacia el supermercado... Hola, Lindsay.

Noté la sorpresa en su rostro cuando salí y me senté en las escaleras de la entrada. No me quedaba otra opción. Esa pelirroja tenía semblante de rata de biblioteca, así que si quería terminar todo a tiempo necesitaba de su ayuda.

—¿Vas al pueblo?

—Sí, yo...

—Voy contigo.

—Mi Lindsay, ¿podrías traerme un par de cositas? —dijo la anciana.

—Consíguete tu mandadera —respondí rápidamente.

Me adelanté antes de que alguien pudiera decir algo. Esperé a que Gwynaeth me alcanzara para seguir caminando.

—No deberías hablarle así.

—No es tu problema. —Y nos quedamos un momento en silencio.

—¿Ya no fumas?

¿Qué tipo de pregunta era esa? Si ya no fumaba no era realmente porque no quisiera, o porque no lo necesitara. ¡Simplemente no podía! Si estuviera en Nueva York no habría problema. Un mensaje a algún indómito y los iría a recoger a la escuela. Había sido horrible los primeros meses, temblaba y lloraba. No es que ahora fuera mejor, pero ¿a quién podía pedirle cigarrillos? O al menos una identificación falsa.

—¿Por qué quisiste acompañarme? —dijo ella.

—Responde... ¿Me ayudarías en algo? —Me miró un momento como intentando descifrar el truco.

—¿Es algo ilegal?

—¿Qué? —solté una carcajada y patee suavemente la ruedita de su ruidoso carro—. Gwynaeth, no seas tan sosa, claro que no.

—Es que...

—¿Tengo cara de hacer algo ilegal?

—Pues, algo... con esos. —Hizo un movimiento rápido hacia su nariz y su ceja.

—¿Mis perforaciones? —Asintió lentamente como esperando que me ofendiera, aunque yo sólo solté otra carcajada—. Eres muy extraña, ¿sabes?

—No lo soy.

—Si fueras la única escocesa que conociera, diría que este país a duras penas conoce el fuego.

—Es un país diferente, nada más.

—Tú eres la diferente. —Detuvo su carrito para desatorar una de sus rueditas de un hoyo—. Cuando fuimos a la plaza me di cuenta de que la gente de aquí conoce del mundo tanto como yo, y tú pareces sacada de una cueva.

—¿Decías que querías mi ayuda?

Sonreí y ella giró los ojos.

—Necesito que me ayudes a llevar bien mis materias.

—¿Tengo cara de ñoña?

—¿Sabes qué? Solo dime sí o no.

—Emmm... No lo sé. Yo también tengo materias que llevar. Quiero entrar a la universidad.

—Sí o no.

—Además trabajo en las tardes repartiendo la leche para el supermercado.

—Sí o no.

—No sé si tu abuela esté de acuerdo. —La miré fijamente y ella hizo un gesto de preocupación—. Pero no quiero que hagas escenas en mi casa.

—¿Escenas?

—Ya sabes, cuando te enojas y pateas todo.

Levanté los hombros muy al estilo de ella y seguimos caminando. No había visto bien Pirefough la primera vez que fui. No estaba tan mal. Lucía como esas casitas de colección que la zombi solía traer en navidad.

Entramos al supermercado y el mismo cajero que me negó los cigarrillos le recibió el carrito de leches. Cuando se cerraron las puertas noté que la temperatura se normalizó. Todo ese denso frío había quedado atrás. No era muy común para mí. En la casa de la vieja no había más que una pequeña chimenea, en la casa de Gwynaeth también; el instituto era muy frío, de igual forma, con esas paredes que siempre estaban húmedas. El supermercado ahora era el paraíso para mí.

—Muy bien, los pedidos se han mantenido —dijo el chico que llevaba una hoja de registro.

—Por suerte... ¿Sabes? Podría repartir también otras cosas.

—No lo creo —En ese momento el chico notó mi presencia y me miró de arriba abajo—. ¿Y tú quién diablos eres?

— Ella es Lindsay Parson, viene de Estados Unidos. —contestó Gwynaeth.

—Así que extranjera, ¿eh? — el chico acomodó su gorra naranja—. Se esperaría que te quedaras en Edimburgo, ¿qué haces en un lugar como Pirefough?

—¿A ti qué te importa? —Le di un empujón con mi hombro y me dirigí al pasillo de galletas.

Estaba harta de que todos me señalaran por ser estadounidense. Era patético. Me hacía sentir tan... sola. ¡No me importaba estar sola! Siempre lo había estado... ¿Entonces por qué me importaba?

—¡Lindsay! —Gwynaeth se acercó corriendo por el pasillo—. Lindsay, ¿estás bien?

—Claro que lo estoy. —Ella se sentó conmigo en el piso.

—Perdona a Harry, a veces es un poco rudo.

—No me interesa en lo absoluto. —Gwynaeth soltó una risita y después volteó hacia las filas de productos que había detrás de nosotras.

—¿Quieres galletas para nuestra primera sesión?

—¿Qué sesión?

—La de estudio, claro. En unos días pasaré por ti a la escuela.

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-Sweethazelnut.

Libélula: En busca de buenos amigos. ✨Where stories live. Discover now