Diecinueve.

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Es curioso cómo una persona puede cambiar, aunque sea sólo un poco, la manera de ver las cosas. Desde que la abuela Aileen y yo pasamos esas tardes juntas, todo parecía diferente. Sí, todo seguía siendo algo gris, pero al menos tenía un lugar a dónde llegar todos los días, y una persona que quisiera escuchar lo que opinaba sobre algo importante, o de cualquier tontería.

¿Qué punto es gris? Se preguntarán. Bueno, después de que Blaire leyó la carta que estaba en la oficina de la directora, todo en la escuela se volvió un infierno. Uno en el que yo le traía agua a "temperatura ambiente" durante el descanso porque la infeliz me tenía amenazada con contarle al comité de padres sobre mi ilícita entrada a la escuela.

Si hubiera sido cualquier otra situación, cualquier otro lugar, jamás me hubiera molestado el hecho de que me expulsaran, pero imaginarme todo el dinero que mi abuela había invertido en la escuela y en mi propia estancia no me permitía hacer otra cosa diferente a verificar que el agua de Blaire no estuviera demasiado fría o demasiado caliente.

Cada día fue una tortura, sin embargo, algo seguía llamando mi atención, Blaire continuaba comportándose muy extraña. Sí, se reía cuando sus amigas me enviaban miradas burlonas al notar cómo llegaba corriendo con un chasquido de su líder, pero definitivamente no era la misma de antes. Cuando ella me hacía quedar en completo ridículo, parecía que las comisuras de su boca tenían un candado a cada lado y, a pesar de escuchar la risa, ellas se mantenían hacia abajo derrotadas.

Pasaron dos meses más para que quisiera volver a salir simplemente para admirar el páramo. La abuela seguía necesitando su leche, así que yo me volvería la encargada de traérsela desde el supermercado. Poco a poco su salud había mejorado, aunque no habíamos detenido jamás las charlas después de la merienda y las anécdotas del pasado.

Vaya que no quería ir al supermercado de esa pelirroja. Para mi suerte, el iphone que había recibido de cumpleaños ahora estaba repleto de canciones, así que simplemente me coloqué los audífonos esa tarde, me despedí de la abuela y me encaminé hacia Edimburgo con mi mochila y una sudadera gruesa.

Nunca había disfrutado ir al supermercado, pero ahora era diferente. No había nada como caminar tranquilamente entre los pasillos con mi música acompañándome. Si pudiera hacer una descripción gráfica de un momento "equilibrado" en este mundo, creo que pondría el logotipo del supermercado de un lado y todos mis problemas del otro.

En la vida estaban los momentos de profunda tristeza y extraño aislamiento, y también los que estaban llenos de alegría y mucha luz; pero a veces se vivían momentos de verdadero equilibrio. No te sientes feliz, ni triste. Sólo estás ahí, mirando las etiquetas en completa paz.

Malditos mercadólogos.

Me disponía a tomar un poco de pan del estante más alto cuando sentí que alguien tocó mi hombro. Volteé para admirar a Harry moviendo la boca sin que yo pudiera entenderlo.

—No escucho nada —dije sonriendo mientras me quitaba los audífonos.

—Lo siento, no lo noté. ¿Cómo estás?

—Bien, he estado bien. —Parcialmente cierto.

—Hace mucho que no nos vemos.

—Sí —contesté desviando la mirada—. Ese supermercado de quinta en el que trabajas no tiene muchas cosas. Yo tampoco veo que le seas muy fiel.

—Tienes razón —dijo soltando una risa discreta—. Por eso vine aquí esa vez a comprarle su álbum... ¿ya no se hablan, cierto?

—No.

Libélula: En busca de buenos amigos. ✨Where stories live. Discover now