- Oh Dios mío. - se tapó la boca con la palma de su mano.

- Valeria se suicidó porque... - hice una pausa, era difícil para mí poder decirlo. - Porque su padre la embarazó.

- Pobre niña... Era increíble... Su padre es desagradable. Enfermo de mier...

- Mamá. - la corté. - Hablé con Claudia, hoy, en el cementerio. Mañana harán juicio en contra del padre de Valeria. Claudia me pidió ir, como testigo.

- No... No quiero que estés en la misma sala que ese... Depravado mental.

- Tengo que hacer que entre a la cárcel. - con esto me miró a los ojos, fijamente. Se encogió de hombros.

- Está bien. Hazlo. Por Valeria, pero yo iré a vigilar que no se te acerque.

- Gracias mamá.

Nuestros helados se habían derretido, tomamos el helado como refresco y, aunque no fuera muy tarde, nos fuimos a dormir.

Subí a mi habitación, me cambié, no podía sacar de mi cabeza la duda, de cómo sería ese idiota, y de qué diablos diría para hacer que vaya a la cárcel. Supuse que Claudia se hacía la misma pregunta, la de "¿Qué diablos diría para hacer que vaya a la cárcel?" ella era la demandante, yo, sólo era un simple testigo. Pero sabía que tenía información valiosa.

Decidí descansar, no me servía de mucho pensar en qué decir, ya que en ese momento, no se me ocurría nada en absoluto. Llegué a la conclusión de que lo mejor era ver que salía ese instante, porque así, sólo saldría la verdad, la realidad, lo que es.

Al día siguiente, yo, Sebastian Díaz, haría que el padre de Valeria, fuera a la cárcel y, que se quedara ahí el resto de su miserable vida.

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El juicio en contra del padre de Valeria era en la mañana. Mamá iba a acompañarme, para evitar que me acerque a él.

Al despertarme, escribí un mensaje de texto a Matteo.

Matteo, lamento no haberte contado, pero todo pasó muy rápido.

No iré al colegio hoy, me avisas qué hacen.

Bajé a la cocina para reunirme con mamá. Al verla, me sentí mal por cómo estaba vestido, ya que mamá estaba muy elegante. Usaba una falda negra en tubo que le llegaba hasta arriba de sus rodillas, y una camisa roja; en cambio, yo estaba con una camisa celeste a cuadros, de las que uso casualmente, y mis jeans negros.

- ¿Listo? - me preguntó mamá.

- Si... - respondí dudoso.

- Ese  no me convence, pero vamos de una vez por todas.

Salimos de casa y, tomamos un taxi. No teníamos automóvil, mamá no podía pagar uno, así que ella se transportaba en bus o en taxi y, yo en mi bicicleta.

Ya a medio camino recibí un mensaje de texto. Era de Matteo.

Me gustaría darte apoyo en la corte, pero tranquilo, todo saldrá excelente.

Jess y yo te avisaremos sobre la tareas que te asignen hoy. No te preocupes por eso.

Suerte, hermano.

Supuse que Matteo se había alegrado porque por fin, le conté algo por mí cuenta, y la verdad es que me agradó.

En cinco minutos habíamos llegado a la corte, el juicio empezaba a las 9:30 a.m. y eran las 9:15 a.m.

- Siempre hay que ser puntuales en estas cosas. - dijo mamá.

De pronto, apareció Claudia, estaba vestida casi igual a mamá. Solo que la falda de Claudia era más ancha, y su camisa era blanca.

- ¡Sebastian! - Se acercó más a nosotros. - Hola. Buenos días señora.

- Buenos días, tú debes ser Claudia Carter. ¿Verdad?

- Claudia Dumas. Estoy casada. - respondió Claudia mientras le daba la mano tranquilamente a mamá.

- Debe ser un alivio para ti. No llevar el apellido Carter.

- Sólo en parte. Bueno, supongo que ya debemos entrar, el juicio empieza en ocho minutos.

Entramos a la corte, la gente ya se estaba acomodando, yo me senté en la "banca de testigos" y mamá estaba cerca de mí. Claudia se sentó en la mesa del demandante junto con su abogado, el cual era de tez blanca y tenía el cabello rubio.

Aún no había nadie en la mesa del demandado. La juez entró a la sala, todos nos levantamos, y cuando ella tomó asiento, nosotros también, no era una señora tan mayor, tenía aproximadamente 45 años, quizás 50, nunca fui bueno para adivinar las edades sólo por ver a alguien a la cara.

- Buenos días. ¿Dónde está el demandado? - Preguntó con una expresión extraña en el rostro.

Justo en ese instante las puertas se abrieron, entró un policía, acompañado de un abogado, y delante de ellos, estaba un señor, no era gordo, pero tampoco era flaco, no era muy alto, tenía el cabello de color café oscuro, bigote, y al estar cerca mío, me observó, sonrió.

Era el padre de Valeria.

Observe su rostro, aunque menos de diez segundos, pero pude notar el rastro de drogas y alcohol en el señor. Era demasiado obvio, pero lo que me dolió, fue ver ese color miel una vez más, pero pasó de ser el color de ojos de la persona que más amaba en el mundo, al color de ojos de la persona que más odiaba en el universo entero.

Notas a mi Muerte.Where stories live. Discover now