Veintiséis.

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Al llegar al Big Mall, rápidamente me bajé de la moto de Matteo. Me dirigí hacia la entrada, pero antes de subir las gradas que llevan a esta, me quedé parado, quieto, congelado. Matteo se acercó a mí.

- ¿Pasa algo? - preguntó al llegar a mi lado.

- Estoy asustado. - dije siendo sincero con él.

- ¿De qué?

- Del destino. Del final. De la verdad. De dejarla ir.

- ¿Por qué ahora? - preguntó después de un minuto de silencio (uno muy largo desde mi punto de vista).

- Porque... - Respiré hondo. - Siento que esto acabará, y no estoy listo para dejarla ir. Enserio. - giré mi cabeza para verlo, él miraba fijamente hacia la entrada del Big Mall. La suave brisa hacía que su cabello churco tape sus ojos.

- Te entiendo Sebas. - puso su mano en mi hombro. Me miró. - No quería dejar ir a Laura, sé que no es lo mismo, pero entiendo lo que es dejar ir a alguien que te importa, alguien que amas. Alguien que significó todo para ti en algún momento de tu vida. Lo sé.

- Gracias Matteo.

- No hay de qué, hermano.

- Acompáñame hasta adentro por favor.

- Lo haré. - Me apretó el hombro derecho mientras me dedicaba una sonrisa. Subimos juntos la primera grada. Caminamos lentamente hasta estar a un metro de distancia de la puerta de la librería.

- ¿Estás listo? - preguntó Matteo con un tono suave.

En ese instante no pude evitar mirar el lugar donde vi sentada a Valeria, la primera vez que la vi, y por alguna extraña razón, la imaginé sentada, con un libro. Empecé a soñar despierto, imaginando que ella cerraba el libro, levantaba la miraba, y me indicaba con el dedo índice la puerta de la librería, moviendo los labios, sin producir ningún ruido, la palabra "Entra".

Volví a respirar hondo.

- Ahora sí. Lo estoy.

Entramos. La librería era muy pequeña, pero habían demasiados libros, nunca había visto tantos libros, menos en un lugar tan pequeño.

- Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarles? - dijo la señora de la tienda. Tenía el cabello teñido de color rojo oscuro, corto y esponjado, usaba lentes dorados delgaditos, típico de las viejitas, con su cadena para colgar los lentes al cuello. Llevaba puesta una camisa negra con puntos dorados.

- Eh... Sí. - Dijo Matteo. Yo estaba en shock (otra vez) - Mi amigo Sebastian necesita de su ayuda. - Me dio un pequeño empujón para que me acerqué al mostrador de la señora. Ella me miró.

- Dime hijo ¿Qué necesitas? ¿Algún libro en especial?

- Eh... Una amiga mía hizo un pedido, para mí, me dijo que lo recoja. - La señora me dedicó una sonrisa tierna. Sacó un cuaderno, lo puso en la mesa y lo abrió.

- ¿Número de pedido? - volvió a sonreír.

- Eh... Matteo, pásame la nota.

Matteo sacó la nota que yo había guardado en mi mochila.

- Aquí está. - dijo él mientras estiraba su brazo hacia mí con el papel entre sus dedos.

Vi la letra de Val. Sentía que iba ser las últimas palabras que leería de ella. Su letra imprenta, redondita.

- ¿Si? - dijo la señora. - Estas muy distraído. ¿No es así, hijo?

- Eh... Lo siento. - Leí la nota. - Encargo número 145.

- Espérame hijito. - revisó en su cuaderno. - ¡Oh! Encargo especial. - levantó su cuaderno mostrándome el número de encargo, y señalándome con el dedo índice un asterisco a lado del número. - Eso es un pedido especial. Ya me acuerdo de esa chica, era muy linda, muy buen alma, y de muy buen corazón. - me sonrió otra vez.

- Sí, lo era. - Su expresión se entristeció. Sentía que ella sabía lo que pensaba, pero no dijimos nada más. Sólo sacó un libro con tapa dura, una tapa naranja. Era muy lindo.

- El encargo especial consiste en que una persona deja el libro junto a una carta. La carta está dentro del libro. Fue muy difícil conseguir este, ya que ella hizo el pedido, la niña venía cada semana a preguntar por este libro. Nunca lo conseguía, cuando lo hice, se quedó llorando media hora en el mostrador. Me dijo que era importante para ella, y que se lo daría a una persona muy especial, muy increíble. Ahora me doy cuenta de que esa persona eras tú, hijo. Siéntete feliz, esa chica te amaba mucho.

- Gracias señora, gracias. - agradecí mientras agarraba el libro.

- Cuídate hijo, disfrútalo. - Me dedicó una última sonrisa, esa sonrisa dulce de ancianita que nunca olvidaría.

Salimos de la tienda. Decidí ver qué libro era, aunque creo que ya lo sabía. Vi el costado del libro, donde siempre está el nombre del libro, y sí estaba ahí, con letras doradas.

La Luz en Casa de los Demás.

Empecé a reír a carcajadas. Matteo se acercó a mí.

- ¿Sabes, Matteo? Ella era muy macabra, esto parece Saw, la película esa, pero sólo porque ella está muerta, y el juego sigue, como el viejo ese. Diablos, la amaba demasiado.

- ¿El juego sigue?

- No lo sé, lo averiguaré al leer esa nota, otra de sus notas.

Matteo me miró un largo momento, me acompañó a la puerta, luego se fue, porque entendió que necesitaba leer la nota solo.

¿Esto iba a acabar? No lo sé.

Habrá que verlo.

Notas a mi Muerte.Where stories live. Discover now