Esta vez es el turno de Chloe de poner los ojos en blanco, aunque la forma en que tiene de hacerlo siempre derrocha cariño. El mismo cariño con el que se llama "tonta" a una mejor amiga, o se responde a algo que ha hecho tu pareja con un "mira que eres imbécil".

Su sonrisa es dulce y se clava en el pecho de Beca como una bola cálida que se expande poco a poco hasta las puntas de los dedos de sus pies. Recupera algo de su movilidad a tiempo para que Chloe enganche sus brazos y tire de ella para seguir andando.

- Si dejases de quejarte todo el rato, probablemente hasta disfrutarías – le dice llena de convicción –. Mira a tu alrededor, ¿no te parece absolutamente precioso?

Beca sigue el arco que la mano enguantada de Chloe dibuja en el aire sobre sus cabezas.

Observa la mezcla de colores: los naranjas, amarillos, verdes, marrones, azules; la forma casi translúcida de aquellas hojas sobre las que caen los rayos de sol; el ocasional estallido de una flor exótica en medio de plantas más comunes.

- Respira hondo, Bec – le pide Chloe, su voz jadeante igual que cuando ve una pintura que le enamora en la pared de un museo o un perro especialmente adorable por la calle –. Llena tus pulmones de aire fresco.

Da un último apretón a su brazo antes de soltarse como una peonza. Avanza un par de pasos por el camino de tierra, ambos brazos extendidos a sus lados mientras hace giro sobre giro sobre giro.

Su pelo cobrizo destella bajo los rayos de sol que se filtran por un hueco entre el follaje, sujeto por un gorro amarillo mostaza. Su abrigo gabardina de color arena revolotea a su alrededor como una capa. Sus ojos están cerrados y su sonrisa derrocha felicidad incontenible.

En ese momento, y aunque le duela admitirlo, físicamente, no olvidemos que no ha venido con calzado adecuado y sus pies son ahora mismo cubos de hielo, Beca debe decir que Chloe tiene razón. Porque en medio de ese paisaje de naranjas, amarillos y verdes, Chloe encaja con tanta naturalidad que parece una parte más de él.

- No está tan mal – concede Beca con un encogimiento de hombros. Su voz suena demasiado suave, y delata que lo que realmente quiere decir, lo que habría dicho si no fuera tan jodidamente orgullosa, es que a ella también le parece precioso.

Chloe se detiene y sus mechones pelirrojos caen de nuevo sobre sus hombros con un último salto.

Una sola mirada, y lo sabe. Sus ojos destellan y le regala una sonrisa que le roba a Beca todo el aire de sus pulmones. Casi hace que merezca la pena su estado de semi hipotermia.

Casi.

- Venga, sigamos – propone Beca dándole un suave codazo a la pelirroja. Sus palabras suenan frágiles así que carraspea y echa a andar sin esperar a Chloe –. Tengo que mantener la sangre circulando o moriré congelada.

Escucha la risa de Chloe cada vez más cerca, sonando por encima del crujir de sus pasos acelerados sobre la tierra mientras corre para ponerse a su altura. Choca premeditadamente su hombro contra Beca, empujándola unos pasos hacia un lado.

Cuando la morena rectifica y le lanza una mirada indignada, Chloe se limita a mirar hacia delante como si el tema no fuera con ella. Pero sus labios se fruncen y su lengua asoma entre sus dientes en su esfuerzo por contener la risa.

Pasan tantas fuentes que Beca pierde la cuenta; un huerto lleno de calabazas de todos los tamaños, formas y colores; y toda una sección llena de girasoles. Miran las placas identificativas de cada especie, riéndose cuando encuentran algún nombre particularmente divertido.

Chloe grita de emoción y corre a perderse entre los altos tallos, parloteando en todo momento en un tono excitado sobre cómo los girasoles son una de sus flores favoritas y, "Becs, ¿conoces el mito sobre los girasoles?, es increíblemente triste".

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