Isabella

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Había pasado cuatro meses desde su «trabajo de investigación», algo más desde la muerte de su amiga Yumi, cuatro meses casi exactos desde la muerte de su novio, John Doe. El Bittledrops no era lo mismo desde que él no estaba. La afluencia femenina había bajado de forma considerable desde que habían cambiado al camarero. El de ahora también era muy mono. Rubio, con ojos azules... muy lindo, sí, pero le faltaba alguna cosa.

Isabella dio un sorbo a su capuchino con leche de soja y de nuevo regresó a su lectura. La vida era lo mismo, pero era como si faltara algo. Ella seguía intentando rehacer sus rutinas, hacer como si lo que había pasado en su vida no la había cambiado. Su director de Tesis debía de estar contento; nunca se había tomado tan en serio el trabajo.

Alzó la vista de su libro, sorprendida al ver cómo alguien se sentaba a su lado. Tardó unos instantes en reconocer al agente Jovovich enfundado en una cazadora de cuero. Se había dejado la barba más larga, pero seguía siendo tan rubia como el primer día. Rubio y con los ojos azules... contrastaba mucho con el cabello y los ojos negros que había tenido su hijo. Y, sin embargo, en cada gesto suyo se acentuaba el parecido.

—Agente Jovovich, qué sorpresa —se extrañó Isabella, cerrando el libro. No era que no se alegrara de verle, pero todavía pesaban las circunstancias de la última vez, cuando había tenido que identificar el cuerpo de John y dar explicaciones porque era la última persona que lo había visto con vida. «Cuando me marché, estaba bien», había dicho, y era verdad. John se había ocupado de que fuera verdad.

—David, solo David —dijo—, no he venido como agente. Tenía que hablar contigo sobre... sobre una cosa que... No sé cómo abordar el tema —dijo, esbozando una mueca nerviosa, muy parecida a las que solía hacer John.

—Creo que sé qué quiere preguntarme —suspiró Isabella. Cogió la cuchara y dibujó espirales en la espuma del café, cualquier cosa que le mantuviera ocupada para mantener alejada de su cabeza la imagen del joven—. No debió buscar, él no quería que lo supiera.

—Entonces es verdad —murmuró David, tragando saliva.

—No debió buscar.

—No lo busqué. De alguna forma, él me encontró —se explicó David—. Aunque habría sido lo fácil, no quise que cargara con la muerte de Jacobs. Expliqué por encima lo que había pasado: dije que había disparado al chico y que tuve que disparar yo para salvarle la vida. No era de todo falso, ¿verdad? Cogieron muestras de la escena del crimen y las compararon con los que estábamos allí. Los resultados demostraron el parentesco. Al principio no lo entendía —confesó—. Entonces revisé de nuevo su historial, que había sido abandonado, el orfanato, las casas de acogida... Siempre me había saltado esa parte. Había ido directamente al historial delictivo y a todo lo del País de los Juguetes. No me fijé en su fecha de cumpleaños. No... —Se frotó la frente en un gesto cansado—. Debí haberlo sospechado. Cuando os vi juntos, di por supuesto que debía tener tu edad. Estúpido, ¿verdad? No pensé que fuera importante.

—Era más joven —asintió Isabella.

—¿Y ahora? ¿Ahora qué hago? ¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó. Sus ojos, azules como pedazos de cielo, brillaban enturbiados por las lágrimas que no iba a derramar.

—Nada —dijo ella, agitando la cabeza—. Ya no hay nada que hacer. Nunca lo hubo.

—¿Él lo sabía? —preguntó, pero la respuesta era obvia—. ¿Por qué no dijo nada?

—Porque también sabía que iba a morir y no quería cargarle con eso. Habría sido mejor si nunca lo hubiera sabido. Ahora solo sirve para que se sienta mal. Él... —Isabella tragó saliva—. Él me dijo que se alegraba de haberle conocido.

—¿Qué pasó? Y no necesito que me des la explicación que le darías a un poli, necesito saber qué pasó de verdad. Su cuerpo estaba destrozado. ¿Qué le hicieron?

—John tenía que haber muerto hace tiempo —explicó Isabella—, pero M le mantuvo con vida. Todas las cicatrices eran heridas que M hacía y que curaba. Todas esas heridas se abrieron de golpe cuando M se marchó. John sabía que la... chapuza de M no podía mantenerse durante mucho tiempo, así que tenía que detener a los asesinos de Ma... de su madre antes de que fuera demasiado tarde. Lo que nunca se imaginó es que encontraría a su padre al hacerlo.

—Durante años pedí el traslado a homicidios —dijo David con voz distante—. Antes estuve en delitos fiscales, antidrogas... Este era mi primer gran caso. Y me llevó de cabeza a Angel y a John. ¿Crees en el destino?

Isabella asintió con una sonrisa triste. Sí, a ella también se le había pasado por la cabeza; demasiadas coincidencias. Era como si el azar siguiera un plan establecido.

—El mismo destino que puso al espectro de su madre en una carretera veinte años tras su muerte, en el mismo instante en que su hijo, casualmente, pasaba por allí. En toda esta historia, he tenido la sensación de que algo más grande estaba ocurriendo —afirmó—. Pero no sé qué era ni si han conseguido lo que querían o si solo es el principio.

—Han jugado con nosotros —asintió David. Él también lo creía. ¿Cuántas casualidades pueden pasar al mismo tiempo?—. Si hubiera alguna forma de hacérselo saber, me gustaría que supiera que yo también me alegro de haberle conocido. Lamento no...

—Shh... —le interrumpió Isabella, cogiendo su mano para tranquilizarle. No tenía sentido mortificarse por lo que nunca había podido ser. Isabella miró por la ventana y sonrió, indicándole que mirara también—. Seguro que lo sabe.

Allí, en frente, en el mismo sitio donde día sí y día también se posaba M cuando John trabajaba, había un cuervo.

... O te sacarán los ojosWhere stories live. Discover now