David

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—¡Jovovich, teléfono! —gritó alguno de sus compañeros sin molestarse en saber si su mensaje había sido recibido.

David resopló y dejó las cartas al cadete que tenía al lado que, al recibirlas, abrió mucho los ojos y dibujó una sonrisa de oreja a oreja. «Así me gusta, pon una buena cara de póker», ironizó en silencio mientras maldecía en voz alta por haberse visto obligado a abandonar una buena mano. Pero las llamadas eran raras, demasiado para poder negarse a recibirlas sin más.

—Jovovich al habla —dijo cogiendo el aparato.

Un momento —contestó el oficial de comunicaciones mientras derivaba la llamada al exterior.

—¿Sí? —preguntó David cuando una señal le indicó el cambio de interlocutor. Nadie contestó al otro lado—. ¿Sí? —insistió, dudando de que hubiera alguien al otro lado. Pero un sonido quedo le indicó que así era—. ¿Oiga? ¿Hay alguien? Si no contesta voy a colgar —exclamó enfadado, pensando que había abandonado una gran jugada por una maldita broma telefónica. «Seguro que ha sido cosa de Harris», gruñó mentalmente.

—¿D-david? —murmuró una voz al otro lado.

El corazón de David se detuvo por un momento para comenzar a latir de nuevo como si corriera una carrera contrarreloj.

—¿Angel? —Podía reconocer su voz en cualquiera parte—. ¿Por qué me llamas? —preguntó a bocajarro. En seguida se arrepintió de haberlo hecho, pero por mucho que se alegrara de escucharla, no podía dejar de lado que el hacerlo, no podía implicar nada bueno—. No deberías hacerlo, si tu padre se entera…

—Ha… ha pasado algo, David. No puedo quedarme en casa. —Entonces reconoció el sonido quedo que había estado escuchando, Angel estaba llorando.

—Cariño —susurró con cuidado de no llamar la atención de sus compañeros, las bromas al respecto podrían ser memorables—, oye, cielo, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte. Volveré en unos meses, solo tienes que esperarme. Cuando llegue, hablaré con tu padre y no me importa lo que diga. Te sacaré de allí y…

Es que… me matará. Lo sé. Oye, David, ¿no podrías volver antes? De verdad, te necesito. No puedo quedarme en casa ni un minuto más. Se… dará cuenta.

—Angel, no puedo hacer que el barco dé la vuelta solo por ti. Tienes que entenderlo —exclamó David en un tono demasiado alto que hizo que la muchacha al otro lado rompiera a llorar de nuevo—. No, oye… cariño. No quería que sonara así. Pero es que no puedo volver. Lo sabías, te lo dije.

Ya lo sé —dijo la joven, se notaba en su voz que hacía todo lo posible por mantener el control. ¿Qué había pasado para que se hubiera arriesgado tanto para llamarle? ¿Qué había pasado que no podía esperar?—. No quería hacerlo, no quería llamarte y preocuparte más, pero no sé qué hacer.

—¿Qué sucede? —insistió de nuevo.

No quiero… por teléfono no —negó Angel—. Solo créeme, no puedo quedarme en casa. Mi padre me matará.

—Tu padre es duro —Era una forma suave de decirlo—, pero no creo que…

—¡Me lo ha dicho, David! —le interrumpió Angel.

—¿Te… te ha vuelto a pegar? —David contuvo la respiración y cerró los puños mientras esperaba una respuesta que no se dio, pero ese silencio era más revelador que las palabras—. Está bien —asintió—, tienes que salir de allí. Mi tía Beatrix vive cerca de Los Valles. Tiene una pequeña casa de huéspedes. Nadie se extrañará si aparece alguien nuevo y, es una buena mujer. Te daré la dirección. ¿Tienes dinero para llegar allí?

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora