John

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Me gusta volar. Me gusta mucho volar… pero creo que prefiero caminar. Saltar, correr, bailar, follar… sí, hay cosas más divertidas que volar. Ahora lo sé.

 Le dolía la cabeza. Como cada mañana se despertaba con la sensación de que no había dormido. Apagó el despertador de un manotazo y se incorporó con parsimonia frotándose los ojos. Se masajeó las sienes en un infructuoso intento de mitigar su migraña. Era una mierda, era como levantarse con resaca cuando la noche anterior no había tomado una copa.

«¿La noche anterior?». John abrió los ojos, se incorporó de golpe y miró a su alrededor. Era su cama en el salón del estrecho ático sin habitaciones que había llamado hogar. Su ropa estaba hecha un barullo en el suelo y su abrigo de lana negro colgaba del respaldo de una silla. Todo estaba como siempre, como cada día, sólo que esta vez él no recordaba haberse metido en la cama.

¿Cómo había llegado allí? Lo último que recordaba era haber salido a cenar «Tomar una hamburguesa» con esa chica del café «Isabella». Recordaba que le molestaba el tabaco y él se había ofrecido a salir fuera para que pudiera acabar su cena sin humos. Recordó un saludo a través del cristal. Había sido divertido, ¿no era así? «Pero no está bien, John, ella no te conoce». Sólo había sido una hamburguesa, tampoco era una proposición de matrimonio. Tampoco tenía que contarle su triste historia ni confesarse ante ella. «Sólo una hamburguesa».

Lo que sucedía es que no recordaba más allá de la maldita hamburguesa y del puto cigarrillo. Nada. El vacío en su mente le llenaba de angustia. Recordaba haber tenido lagunas, otras veces. Pero…

En un acto frenético se rebuscó los brazos temiendo encontrar nuevas marcas de pinchazos.

—Joder no, joder no —farfulló asustado mientras se quitaba la camiseta aterrado por lo que podía encontrar. ¿Y si había tenido un momento de debilidad, y si había recaído…? — Por favor no, por favor no —suplicó mientras se inspeccionaba el cuerpo. Suspiró aliviado cuando no encontró ningún pinchazo. El único que había, era la marca de la analítica de hace tres días, y un cardenal amarillento que estaba a punto de desaparecer.

Pero la marca de su abdomen sí era reciente. «Quizás ya estaba y no la viste». Parecía que alguien había querido practicarle una apendicetomía de urgencia. John tragó saliva y contuvo las lágrimas. La cabeza le iba a estallar.

Rebuscó entre el montón de ropa que había en el suelo y sacó la camiseta que llevaba puesta la noche anterior. Efectivamente, había un roto en la zona del abdomen que encajaba perfectamente con su cicatriz. Tenía que haber una explicación. Una lógica y perfectamente plausible, pero él no la encontraba y no estaba seguro de que quisiera saberla.

Como no quería saber qué era la sustancia negruzca que impregnaba la prenda. No quería saberlo, pero se lo imaginaba.

Se quitó la vieja camiseta que usaba para dormir y se metió en la ducha, dejando que el agua fría se llevara sus preocupaciones. Quizás el mes que viene pudiera permitirse agua caliente, pero por ahora, las agujas heladas que se clavaban en su espalda, le daban el consuelo necesario; le indicaban que estaba vivo.

***

Había trascurrido la mitad de la mañana y el dolor de cabeza no tenía pinta de remitir. Se tomó su tercera aspirina y la acompañó con un café bien cargado que se bebió de dos largos tragos antes de atender a la jovencita que le sonreía desde el otro lado de la barra.

Era su pan de cada día, bonitas chicas que le sonreían sugerentes y que no se acercarían a dos metros de él si conocieran su pasado. Sólo tenía que vivir, trabajar, ganar dinero, pagar las facturas… concentrarse en esas cosas le ayudaban a seguir adelante. A pasar el día, uno tras otro, sin prisa. Era pronto para chicas, era pronto para todo.

... O te sacarán los ojosWhere stories live. Discover now