Pesadillas

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Draco se despertó sobresaltado, con la respiración agitada y el pulso acelerado. Jadeó sonoramente y en seguida notó las lágrimas que brotaban de sus ojos.

"No es real..." Se dijo en voz baja "Ya no...Ya no más...Es solo una pesadilla" Pero las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas en sollozos silenciosos.

Draco Malfoy tenía 18 años y había vuelto a Hogwarts para retomar sus estudios después de la guerra. No porque le apeteciera, sino porque sabía que, siendo ex-mortífago, le iba a ser imposible conseguir un trabajo si no tenía estudios. Incluso dudaba que, aún teniéndolos, le diesen empleo.

Se cubrió la cara con las manos en un intento de retener las lágrimas en inspiró hondo.

Sus pesadillas no eran solo eso, eran recuerdos de cosas que ocurrieron durante la guerra, y que habían marcado a Draco. El chico no podía, por mucho que lo intentara,
olvidar que estuvo a punto de morir consumido por el fuego, o que había estado a punto de asesinar al director de la escuela. Llevaba meses teniendo esos horribles sueños, que lo dejaban en vela el resto de la noche, llorando y tratando de convencerse a sí mismo de que debía ser fuerte.

El de hoy había sido especialmente horrible. Había recordado el momento en el que volvió a la mansión, después de su sexto año, después de fallar en su misión de matar a Dumbledore. Voldemort se había divertido dejándolo bajo un hechizo de petrificación, obligándole a ver cómo torturaba a su madre por no cumplir la misión encomendada. Draco gritaba, lloraba, suplicaba que la dejara en paz, que lo torturase a él, que ella no había hecho nada, pero el Señor Tenebroso solo le respondía con malévolas sonrisas que le provocaban escalofríos.

De nuevo lloraba. Estaba temblando, abrazándose a sí mismo, aterrorizado, asustado. Se sentía débil e impotente, y quería volver en el tiempo para rehacer todo, pero no podía. No podía.

Se levantó la manga izquierda de la camiseta del pijama. Vio su marca, y la odió más  que nunca. La arañó con sus uñas, queriendo arrancársela, aún sabiendo que era imposible. Más lágrimas se resbalaron por sus mejillas.

A pesar de estar muerto de sueño, esa noche no pudo dormir, por miedo de recordar cosas que desearía poder borrarse de la memoria.

*****

Lunes. Pociones a primera hora.

Si antes ésta era la asignatura favorita de Draco, ahora sólo le recordaba a su padrino, Snape, caído en la guerra.

A Draco no le importaba que fuese un traidor, y que hubiese asesinado a Dumbledore. Él lo quería y su muerte le había dejado un extraño vacío imposible de rellenar.

El rubio se asustó cuando se miró al espejo.
Tenía unas enormes ojeras de varios días, los ojos rojos e hinchados por el llanto, además de que tenía el antebrazo izquierdo recubierto de sangre seca. Estaba mucho más delgado y pálido de lo que debería y desprendía un aura gris, casi como si de un cadáver se tratase.

Y aunque se moría de hambre, no fue a desayunar, ya que tenía un nudo en el estómago que le impedía digerir nada.

Llegó de los primeros a clase de pociones. Se sentó al fondo de la clase, en un lugar apartado, esperando pasar desapercibido y pasar una clase tranquila. Pero cómo no, algo le tenía que pasar.

Bufó cuando vio que alguien se sentaba a su lado. Lo que no se esperaba es que fuera Potter.

El chico, al contrario de Draco, se veía bien. Piel bronceada, ojos verdes como esmeraldas que seguían poseyendo ese brillo de siempre, pelo azabache revuelto y gafas redondas. Era más alto, y ya no era delgado y escuálido como antaño.

DRARRY & WOLFSTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora