Tuve que respirar hondo, tomando grandes bocanadas de aire para intentar decir lo que no salía de mi boca, sintiendo como si el corazón aplastara mis pulmones y no me permitiera respirar. Sentí con cada fibra de mi cuerpo el dolor de cada palabra que decía, de las palabras que no quiero aceptar.

–¿Por qué te despides? ¡No lo hagas!

–Te sacarán de aquí. –Susurró con una sonrisa torcida que dice que todo saldrá bien, aún cuando sus ojos se encuentran resignados a salvarme sacrificándose. –Sigue adelante, no dejes que esto te hunda, ¿entiendes? Eres fuerte, puedes contra todo.

–¡No puedes pedirme eso!

–Te amo, Kacey, te amo.

Cada palabra de despedida que pronunciaba rompía un poco más mi alma, calando en lo más profundo, odiando su voz por primera vez en mi vida, odiándolo por despedirse.

Aún con la situación, me sonrió. Una sonrisa grande, mostrando sus hoyuelos, iluminando la oscuridad que nos rodeaba. Fue como verlo sonreír por primera vez.

Está destrozándome verlo así, arrodillado, con las mejillas y nariz sonrosadas, mientras sonríe tan grande que no parece estar a punto de morir. Podría decir que parece un ángel, sin alas que los mortales podamos ver, porque no se supone que sepa que existen seres como él.

No quiero ver como pierde el brillo de los ojos, como su respiración se corta, como deja de latir su corazón. No seré tan fuerte para enfrentar algo así, la impotencia y la rabia de verlo morir sin poder hacer nada.

–No lo hagas, por favor.

–Cierra los ojos, no tienes que ver esto. –Esta vez nadie le negó el que tocara mi mano atada a los brazos de la silla, esta vez pude aferrarme a su mano, a su calor.

–No será posible. –Interrumpió. –No quiero que en el futuro albergue esperanzas, quiero que no tenga duda nunca de que moriste este día, justo aquí, en sus propias manos.

Me negué y grité cuando me desató las manos, intenté arañarlo, incluso quitarle la pistola, pero fue inútil.

Su mano izquierda se cerró alrededor de mi cuello, sin hacer presión, mientras la derecha me obligaba a tomar el arma.

Pesaba y temblaba en mi mano, pero la sostuvo con fuerza, apuntándole a Abraham.

–Por favor, detente. –Murmuré, sentía su respiración en la mejilla, tan cerca que daba asco. –Por favor, ya no me hagas daño.

Su dedo llegó hasta mis labios y los acarició. –Querida, esto es sólo un mal momento, después de hoy, nadie volverá a hacerte daño.

Tomé aire mientras él apuntaba, cuando sentí que tiraría del gatillo, moví nuestras manos para desviar la bala. Esta terminó en el vientre de uno de los gorilas que custodiaban a Jacob.

Quizás desvíe la bala, pero lo hice enfurecer.

–¡Se me acabó la paciencia!

Cortó cartucho y disparó a mis pies, llevé mis manos a mi cabeza sintiendo que alguna bala acabaría incrustándose en mi piel pero no fue así. Rompió las cadenas que tenían mis pies inmóviles.

Antes de que pudiera hacer algo, tiró de mí para ponerme de pie, de un rápido movimiento mi espalda quedó pegada a su pecho.

–Esto es lo que haremos. –Usó la pistola para quitar de mi rostro un mechón de cabello, temblé ante su frío. –Vas a dispararle al maldito chupa sangre, nos iremos de aquí y obedecerás todo lo que te diga, ¿entiendes?

Quise maldecirlo por querer tratarme de esa manera, pero el miedo de lo que pudiera hacer fue mayor.

–¿¡Entiendes!?

Peligro. |TERMINADA|Where stories live. Discover now