Capítulo 24.

262 15 4
                                    

Pocas veces en mi vida he sentido tanta desesperación como la que siento ahora, la cruel incertidumbre de no saber si seguiré respirando para ver de nuevo un hermoso amanecer me está matando. La oscuridad me carcome, me asfixia el deseo de huir aún sabiendo que un escape en esta situación, en mi estado, es imposible.

No logro saber si es de día o de noche, ni cuanto tiempo he pasado aquí, si la noche volvió a caer o ni siquiera ha amanecido. No es que me importe, realmente nunca lo hizo, solo deseo con desesperación saber cualquier cosa que tenga alguna conexión con el exterior, por mínima y absurda que sea, como esa.

Todo el tiempo que he pasado aquí me ha enseñado una cosa; la desesperación no es buena consejera.

Desde lo que sucedió, nadie ha vuelto a entrar, y es mejor así. Cada que veo una sombra en la puerta me paralizó, estoy sumergida en el pánico y el terror de lo que pueda pasarme.

Cuando te encuentras privada de tu libertad, cuando sientes la incertidumbre palpable en el aire provocada por el pensamiento de si seguirás viviendo, sobre qué harán contigo, es cuando te das cuenta del valor que tienen cosas simples como ver el atardecer, charlar con quienes amas, ver el cielo nocturno estrellado junto a alguien especial. Entonces supe lo poco que valoré y lo mucho que malgaste mi tiempo.

El arrepentimiento es algo que va de la malo con todo lo demás porque en el silencio de una habitación sucia y oscura te cuestionas todo lo que no hiciste por miedo, todo lo que te callaste, todo lo que sentías y no demostraste. Porque el "hubiera" no existe y solo lo recordamos cuando nuestra vida se tambalea sobre la cuerda floja que otra persona amenaza cortar.

Y es que así somos los humanos.

Un momento estás rodeado de todo lo que amas y de pronto te encuentras, con suerte, en una pestilente habitación preguntándote porqué mierda no viviste como quisiste, porqué malgastaste tu tiempo y de golpe te invade esa sensación de decepción por sentir que no hiciste nada con tu vida, ese amargo sabor de boca de sentir que pudiste hacer mucho y al final no hiciste nada.

Sólo dejé mis pensamientos tormentosos cuando vi que pasaron un pedazo de papel por debajo de la puerta, tuve que estirarme más de lo que podía para alcanzarlo. Al abrirlo me encontré con una letra cursiva, redonda y muy linda, decía que estaban buscándome, que Jacob y Abraham habían enloquecido.

Escuché el chirrido de la puerta, doble lo más rápido que pude aquella nota y la oculté debajo del cinchón. Como cada vez que viene, sólo se quedó allí, parado en el umbral, mirándome.

-Pronto llegarán. -Anunció sin mirarme, esta vez su vista se mantuvo fija en el techo. -Será su final.

-¿De qué hablas?

-Con el muerto podrás amarme sólo a mí.

Abrí los ojos con sorpresa cuando entendí todo, esperaba que fuera una mala broma. Tenía que serlo.

-No puede ser, ¡no se te ocurra hacerle daño!

-Él me ha dicho exactamente lo mismo. -Rió, claramente divertido. -El pobre chico está dispuesto a dar su vida por ti, con tal de salvar la tuya, claro que no está enterado de que no te mataré. Nunca haría algo como eso.

De nueva cuenta estaba sustituyendo el miedo por la furia. -¡Mátame, cobarde! A él no vas a tocarlo, ¿me escuchas?

-Oh, cariño. -Susurró sin cambiar su expresión de tranquilidad, enfureciéndome. -Me amarás, estoy seguro de eso.

-¡Estás loco, maldito enfermo!

Rió. El cabrón se está riendo de mí como si no lo estuviera insultando, como si estuviera contando chistes.

Peligro. |TERMINADA|Where stories live. Discover now