LA TRAMPA

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La mujer entró con paso lento para no delatar su estado. La bodega estaba en silencio y las penumbras lo dominaban todo. Había cajas de madera de gran tamaño colocadas sin orden o concierto alguno por todo el sitio. Estas parecían cubos enormes dejados por algún niño gigante.

Entre el desorden parecía vislumbrarse un camino. El heraldo continuó avanzando. Podía sentir a la chica porque ambos compartían un origen común. Entonces se detuvo y habló con su voz más siniestra:

— ¡Te felicito... casi me sorprendiste! 

Aquella frase se escuchó por todo el recinto. Pero solo el silencio le contestó.

— Hace un rato acabé con tu padrastro... ¡Fue fácil!...como quebrar una rama... El muy cobarde suplicó por su vida antes que lo matara... — agregó con veneno, pero las cajas de madera lo observaron sin inmutarse. Esto lo irritó bastante. Sabía que ella estaba en sus narices, pero ese maldito dolor no hacía otra cosa que distraerlo. Alguien en las sombras derramó una lágrima y apretó con fuerza sus puños.

— Mañana iré por la puta de tu madre y la inútil de tu hermana... — aquella provocación tampoco tuvo eco alguno. Por un instante sintió miedo porque al amanecer, perdería su oportunidad hasta el siguiente ciclo saturnino, y eso era un lujo que no podía permitirse. Sentía como su energía se drenaba de a poco a través del boquete en su costado.

Lamentaba haber caído en esa trampa tan tonta, pero solo le quedaba atrapar a la chica y llevarla frente a "su padre" para que se completara el ritual. Desconocía que sus ayudantes también lo habían abandonado.

Vio un trozo de cuerda en el piso, pero no le pareció nada trascendente. Continuó caminando hasta que se percató de su situación real, cuando alguien apareció de la oscuridad, y dijo con voz clara:

— Atrévete a hacerle daño a mi hermana o mi madre....porque no respondo a lo que te haré.

— ¡Vaya! De veras crees que puedes hacer algo contra mi...Me acompañarás adonde te diga y te portarás como una "niña obediente" — replicó con una sonrisa mordaz la mujer.

— Tú y cuantos más me obligarán – preguntó la chica con sorna.

— Quisiera verte cuando estés frente a "mi padre". Él te llevara a un mundo de dolor que ni te imaginas... ¡suplicarás su perdón por lo que has hecho!

— ¿"Tu padre"?...Ya deja de fingir porque en el fondo sabes que solo yo llevo su sangre. A ti te sacó del lodo y la basura, solo eres un lacayo. — contestó Violeta mofándose.

Al decir esto "N" perdió el control y con una furia ciega intentó abalanzarse sobre la muchacha, pero por alguna razón desconocida, se quedó estático en el mismo lugar. Empezó a percatarse de lo que realmente estaba pasando cuando ella habló otra vez.

— ¿Es que acaso olvidaste quien eres realmente? ¿No te acuerdas lo que le hiciste a toda tu familia...Rhöis?

La mención de ese nombre lo hizo temblar de pies a cabeza, aquello era algo olvidado y enterrado, algo que sucedió en otra tierra, en otro Universo. Pero que a veces recordaba en ramalazos perdidos. En ocasiones veía a una anciana tomando el sol con unos atuendos extraños, su rostro enjuto y consumido indicaba lo enferma que estaba. Recordaba cómo había huido del hogar que lo vio nacer, y luego regresó a su aldea con aquel ejército. Y fue testigo de la masacre de todas las personas del lugar. Recordó las monedas de oro con las que fue recompensado. Y que luego huyó con ellas como un traidor de lo más vil. Y cómo todo lo anterior lo llevó a abandonar esa tierra. Y el término de su periplo concluyó cuando se colgó de un árbol muerto a las orillas del desierto rojo, víctima del remordimiento, cuando aquel lugar aún no estaba maldito. Fue cuando Él lo levantó de entre los muertos y lo convirtió en su servidor en aquel castillo de piedras grises en el centro de aquella aridez.

Entonces dirigió su mirada al piso, y observó la razón de su inmovilidad. Estaba parado sobre un círculo de sal que mostraba un dibujo extraño con letras que se le antojaban conocidas, y del que no se percató por estar distraído. De repente aparecieron otras figuras a su lado.

Era ese trío de malditas arpías, las amigas de su huésped. Estas la miraban con una expresión de horror e incredulidad al mismo tiempo. Al instante salieron un par de hombres que compartían rostros de incertidumbre y miedo.

— ¡No hay tiempo que perder! – dijo la muchacha.

Las mujeres y los recién llegados rodearon al heraldo, se tomaron de las manos y empezaron a entonar una salmodia en una lengua extranjera. "N" sentía como un sopor extraño empezó a invadirlo. Y lo último que alcanzó a ver fue a la joven entrar al círculo y colocando sus manos sobre su frente ordenó:

— ¡Pase lo que pase, oigan lo que oigan! No dejen de entonar el hechizo. Trataré de rescatar a su amiga.

El ritual inició en la oscuridad mientras Violeta parecía entrar en trance y quedar casi estática y fría mientras aquel improvisado coro repetía esas palabras extrañas.

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