UBICANDO A LA PRESA

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Una camioneta Jeep Cherokee de color ocre recorría el barrio "La concordia". En el vehículo iban como pasajeras dos mujeres de lo más tranquilas en el asiento trasero. Sebastián y un joven callado eran el copiloto y piloto respectivamente. Habían dado un par de vueltas por el lugar intentando no levantar sospechas.

La contratante veía con interés su teléfono inteligente tratando de ver las coordenadas exactas de un pequeño temblor de tierra suscitado más de un mes atrás y cuyo epicentro estaba ubicado en los alrededores.

El hombre a cargo de la operación ya estaba más que fastidiado, pero el dinero que le habían adelantado evitaba que se le saliera algún comentario irónico respecto a la idoneidad del método para determinar dónde estaba la presa.

Por él podrían conducir hasta que se acabara la gasolina mientras esa mujercita pagara por el combustible.

El heraldo por su lado era hábil para disimular su preocupación. El uso del celular fue una idea de Marielos, debido a que en las últimas semanas se percataron que los sentidos místicos de "N" estaban desapareciendo. Antes podía ver a una persona a los ojos, y con claridad saber sus secretos más recónditos; ahora solo obtenía imágenes distorsionadas que podían interpretarse de cualquier manera.

Así que cuando arribaron a aquella ciudad e intentó enfocarse en la "pequeña novia" solo pudo percibir su asquerosa vibración, más no su localización.

Entonces no le quedó de otra que continuar con el plan esbozado por su "rastreador". Se puso en contacto con aquel delincuente mientras Marielos con cierta lógica dedujo por donde podían comenzar a buscar.

A "N" todo esto lo llenaba de intranquilidad porque sabía que los ciclos astronómicos corrían en su contra. Una vez que la conjunción de Venus y Saturno se completara, se perdería la oportunidad que su amo obtuviera un cuerpo nuevo.

Y de suceder esa tragedia, perdería todos sus poderes e incluso temía que no podría seguir ocupando el cuerpo de su huésped.

Habían recorrido por sexta vez el barrio cuando llegaron a un parque amplio y lleno de árboles, algunos de ellos eran altos y bastante antiguos. Al cruzar la calle principal la camioneta se dirigió hacia la avenida central, la contratante enderezó su espalda como si la atravesaran con una lanza porque sintió la magnética energía de la presa.

— ¡Es ella! – dijo con certeza mientras señalaba a una transeúnte.

Sebastián observó que en la acera caminaba una estudiante que usaba un uniforme perteneciente al colegio bilingüe más famoso de la ciudad.

Y solo eso necesitaba, como si fuera periodista o paparazzo, sacó una cámara con un teleobjetivo muy grande que más parecía un cañón extravagante, y apuntándolo al objetivo, tomó una andanada de fotografías que analizaría más tarde.

La camioneta era polarizada por lo que no podía verse su interior, pero para el momento en que pasaron casi a la par de la chica, le habían tomado más de cuarenta fotografías.

Fabiola exclamó:

— ¡Acelere! Vámonos de aquí. Ella puede darse cuenta que algo no está bien.

El joven piloto volvió a ver a su líder, y éste solo asintió, indicando que tenía las imágenes necesarias para dar inicio a la cacería. Por lo que el vehículo aceleró y se perdió en las callejuelas adyacentes.

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Esa tarde Violeta caminaba de regreso a su casa, iba de lo más distraída porque recién había terminado un examen muy importante. Venía repasando sus respuestas debido a que no estaba muy segura de alguna de ellas.

De pronto se detuvo en medio de la acera. Sintió como un escalofrío recorrió su espalda mientras un olor vomitivo y picante inundó su nariz.

Acto seguido volvió a ver a todos lados pero nada parecía estar fuera de lugar, sólo ella y el tráfico de las tres de la tarde.

Recordó la fatídica noche del incendio y sintió algo parecido al terror.

Y de la nada la sensación desapareció. Por lo que sin darle más vueltas al asunto, siguió caminando hacia su casa.

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