CONFRONTACION

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Era una tarde soleada en casa de la familia Alberti. La brisa del norte traía consigo el olor de Septiembre. Las lluvias habían concluido y solo faltaba un par de meses para que el año lectivo concluyera. Y luego vendría la temporada de fiestas y regalos. Pero las cosas que pasaban en ese momento solo auguraban algo terrible para el mundo de Violeta. Ella no estaba de ánimos. Después de lo que había visto frente a aquel restaurante, había experimentado una molestia creciente en relación a su madre.

Lo pensó mucho, pero luego de un debate interno, violó la regla de su maestra. Y sin tapujos entró en los pensamientos de su progenitora. Ésta descansaba aquella tarde en la sala, mientras leía una revista de moda. Violeta hojeaba un libro de ciencias, fingiendo hacer su tarea.

Su padrastro y hermana no estaban en casa.

Así, Violeta no tardó mucho en descifrar lo que Milagro pensaba. Lo que vio en la superficie casi la hace perder el control. Como entrando a un sueño vió a Milagro frente a un espejo, y en la imagen que este devolvía se podía ver como ella entrelazaba con sus piernas la cintura de un hombre joven. Podía escuchar los ruidos que hacían y las palabras vulgares que el sujeto le decía al oído mientras la acometía con fuerza.

Trató de sustraerse de aquella visión entrando más profundo. Pero aquello fue peor. Evocó una imagen más antigua. Algo oculto. Esto la afectó todavía más.

Veía a tres hombres que en la oscuridad observaban a una Milagro caída. Uno viejo y los otros dos maduros. Una maldad opresiva permeaba aquella escena.

Dejó escapar un sollozo ahogado mientras su madre le preguntó:

— ¿Te sientes bien, Vio?

Ella como saliendo de una pesadilla volvió a ver a la mujer que leía con displicencia una revista de moda, y solo atinó a contestar

— ¡B...Bien! No es nada.

Luego sin más se levantó del sillón y se fue a su cuarto a lavarse la cara. Trató de acostarse y asimilar lo que había percibido. Pero no podía dejar de pensar en lo visto aquel día aciago. De una forma o de otra siempre lo había sabido. Su madre había dejado un reguero de pistas más que obvias: salidas inusuales los sábados por la tarde, y a veces los domingos; llamadas secretas a altas horas de la noche, sonrisitas cuando veía los mensajes de su celular, parecía una colegiala.

Así que decidió confrontarla, aprovechando que los demás miembros de la familia no estaban.

Regresó a la sala donde encontró a Milagro afanada con su teléfono celular en plena charla con su enamorado. Estaba tan absorta que no la escuchó llegar, cuando la chica habló, la mujer casi bota el aparato al piso.

— ¡Quiero hablar contigo! – dijo Violeta con un tono de voz que jamás había usado.

— ¡¡CÓMO...!! – exclamó la madre sorprendida en la falta.

— ¿Qué haces? – inquirió la hija con cierta preocupación.

— Aquí chateando con una amiga – replicó al vuelo como para despistar.

— ¿En serio?... ¿Y de qué platicabas? – preguntó la chica con suspicacia.

Milagro se le quedó viendo con cierta molestia, pero casi con desconcierto porque la mente se le quedó en blanco, y no pudo pensar en una excusa válida. Así que decidió contratacar para desviar la atención de su primogénita.

— ¿Qué te pasa? Soy libre de platicar con quien se me dé la gana. ¿Qué quieres?

— ¿Con quién te dé la gana?...Incluso si es un hombre que no es tu esposo – replicó con ironía la joven.

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