HUIDA Y REGRESO

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Con cierto desgano, Raquel empezó a meter la ropa sucia en aquel saco de tela con motivos florales. Aun no se acostumbraba a su nueva rutina, pero ello no impidió que saliera del departamento sin prisa hacia el primer piso.

La tía Nazira era una persona de hábitos definidos. Así que luego del noticiero de las siete, se retiraba a descansar. Ella, cuya carencia de horarios fijos, la convertía en una insomne empedernida, dedicaba ese tiempo para leer o lavar la ropa. O ambas cosas.

Los apartamentos "Continental" estaban ubicados cerca de Oak Ridge Road, no eran lujosos como los de Millenia Boulevard, ni pobres como los del este del "downtown". El lugar era un edificio de cuatro plantas que contaba con ciento once departamentos espaciosos, y un parqueo bastante amplio. Frente al sitio había una rotonda donde un restaurante coreano se alzaba orgulloso impregnando el lugar con el aroma del "kimchi" a ciertas horas del día.

El cuarto de lavado era apenas una oquedad en el pasillo del tercer piso, que albergaba una lavadora y una secadora de marca "Speed Queen". Costaba un total de tres dólares hacer una operación de lavado completa.

Raquel bajaba al lobby del edificio, donde una afroamericana pasada de peso de nombre Angie, le cambiaba un par de billetes por las monedas que ocupaba la máquina. Luego desandaba el camino y cargaba la lavadora. Al final accionaba el mecanismo por medio de unas cuantas monedas relucientes.

Tomaba asiento en una silla desvencijada y miraba de reojo la vista que tenía hacia la calle principal y la parte trasera de un restaurante de origen libanés. La tía era muy aficionada al "shawarma" por lo que ella ya estaba familiarizada con el lugar. El señor Falal, el dueño, era muy amable y no dudaba en enviar la comida al departamento de la tía. Esta jamás tuvo vocación de cocinera por lo que casi toda las viandas que consumía, las compraba a domicilio.

Raquel se dispuso a leer un libro, recién adquirido, para distraerse. Este narraba el abandono de un vehículo extraño en algún lugar de Pensylvania. Mientras devoraba las hojas y miraba de soslayo las máquinas blancas que vibraban con monotonía, volvía a pensar en toda su situación.

¡Carajo! Esto es una mierda....¡¡Estar escondida como una cobarde!! – pensó con enojo.

Luego se puso de pie porque estaba inquieta. Dirigió su mirada al oeste, ahí podía verse un edificio iluminado con un globo en su cúspide, le parecía un gigantesco peón del ajedrez dejado por algún gigante. Se apoyó en el barandal y sacó una cajetilla de cigarros. Encendió el primero y aspiró sin timidez.

El aire húmedo le acarició el rostro y de la nada unas gotas tan finas como rocío empezaron a cubrir la ciudad. El día había estado gris y chubascoso. Deprimente era la única palabra que le venía a la mente.

Dio una calada más y entonces algo llamó su atención.

Una camioneta blanca estaba en el parqueo. Era un vehículo cuyos vidrios polarizados ocultaban el interior. Le pareció raro que no tenía placas. Cuando ella se percató de la presencia del coche, este arrancó y salió sin prisa del lugar.

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